Evangelio del Sabado XVIII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 11 de Agosto, 2012.
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (17, 14-20)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, al llegar Jesús a donde estaba la multitud, se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo:
“Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo”.
Entonces Jesús exclamó:
“¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al muchacho”. Jesús ordenó al demonio que saliera del muchacho, y desde ese momento éste quedó sano.
Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron:
“¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?”
Les respondió Jesús:
“Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría.
Entonces nada sería imposible para ustedes”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
Un grano de mostaza es tan grande como uno de arena, es decir, apenas uno o dos milímetros. Las palabras de Jesús son un duro cuestionamiento para sus discípulos. Ellos se presentan como personas religiosas, pero carecen de la materia prima: la fe. Esa carencia hace ineficaz sus acciones; en particular cuando se enfrentan a una persona atrapada entre polaridades, entre puntos irreconciliables como el fuego y el agua. La fe tiene un potencial transformador: hace que seamos capaces de confiar en el poder de Dios para aliviar el dolor de las personas. La fe es un escudo: nos permite afrontar el mal que se apodera de las personas y las somete. La fe es una fuerza extraordinaria: vence la inercia de las costumbres y nos empuja hacia lo nuevo. – ¿Qué nos pide Jesús? Que poseamos el equivalente a un granito de esa fe para desatar nuestro potencial humano y posibilitar la acción divina. Eso nos exigiría superar la desconfianza radical que nos impide creer en nosotros mismos y, sobre todo, el temor a abrirnos al prójimo. De la misma manera, nos obligaría a buscar esa verdad que nos manifiesta en el libro de la Biblia, libro de la Palabra de Dios.