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28 agosto 2013 3 28 /08 /agosto /2013 17:19

La Homilía de Betania: XXII Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C.1 de septiembre de 2013

1.- EL VALOR DE LA HUMILDAD

Por José María Martín OSA

1.- La humildad nos permite encontrar a Dios y al hermano. El pasaje del Libro de la Sabiduría o Sirácida hace una reflexión sobre dos cualidades o virtudes humanas que inciden con claridad en la vida religiosa: la humildad y la caridad. El mensaje es claro: la actitud del verdadero humilde es más apreciable que la de aquel que derrocha sus bienes con orgullo. Esta humildad bíblica comporta tres aspectos. En primer lugar, la humildad es una justa apreciación del valor y de la grandeza del hombre. Sólo el que es humilde puede ver como grandes a los demás. Además, la humildad en la fe introduce al creyente en lo más hondo del mensaje: en Dios mismo. Finalmente, Dios recibe gloria por boca del humilde. El autor reflexiona por antítesis sobre el orgullo para mostrar el valor de la verdadera humildad. El orgullo es el mal fundamental y se manifiesta por la obstinación del corazón. Es incurable cuando se le ha dejado echar raíces y cuando se cierra al remedio. El que desprecia la vida de los demás, despreciará su propia vida y terminará despreciando al mismo Dios. Jesús ha mostrado un camino de este tipo cuando se ha propuesto como modelo de humildad evangélica

2.- Ser humilde es “andar en verdad”. El que es sabio desea una forma de ser capaz de discernir con exactitud y verdad lo que es él mismo y los demás. No es la humildad un falso esconder la cabeza debajo del ala, sino una justa apreciación de los demás y de sí mismo, así como una apertura hacia Dios porque nos sabemos limitados de verdad. Santa Teresa dio una buena definición de humildad: “Andar en verdad”. Ni más ni menos. Saber ser lo que uno es y saber luchar por ser lo que Dios espera que seamos. Aceptando la verdad. Viviendo verazmente. Sin enaltecerse, sin elevarse, sin darse importancia, sin engreírse, sin considerarse autosuficiente, etc. Aceptar la verdad pura y simplemente. Esta humildad es un valor evangélico y por eso Jesús emplea ahí una fórmula solemne: "Dichoso tú", como una bienaventuranza más.

3.- Jesús nos pide una humildad de corazón. Era costumbre en aquellos tiempos y lugares invitar de vez en cuando a un rabino para conversar durante la comida sobre algún punto de interés religioso. En esta ocasión había allí otros invitados, amigos de este personaje y fariseos lo mismo que él. Y todos éstos "espiaban" a Jesús. Este detalle demuestra que no había sido invitado de corazón, sino únicamente como pretexto para ver si podían sorprenderle en algún fallo. Jesús ve cómo los comensales se disputan los primeros puestos. El deseo de figurar era una de los defectos típicos de los fariseos. Recordemos, sin embargo, que Jesús en la Ultima Cena ocuparía el último lugar, el de los siervos, y lavaría los pies a sus discípulos; recordemos, sobre todo, que al día siguiente descendería mucho más al ser colgado en la cruz entre dos ladrones y que, por eso mismo, fue exaltado a la diestra del Padre. Jesús nos pide una humildad de corazón, lo mismo que pide la conversión interior y no sólo exterior. Jesús quiere decir que el amor auténtico se muestra cuando se ejerce sin esperar recompensa alguna. El que invita a los pobres no puede esperar ser invitado por ellos en otra ocasión. Invitar a los pobres sería tanto como sentarse a la mesa de los pobres, solidarizarse con ellos, sería amarles de tal manera que uno pudiera esperar también entrar con ellos en el Reino que les ha sido prometido.


2.- “HAZTE PEQUEÑO EN LAS GRANDEZAS HUMANAS”

Por Pedro Juan Díaz

1.- El Evangelio de hoy coloca a Jesús en una situación que podríamos llamar “comprometida”. Es sábado, día de descanso judío, ha entrado en casa de un fariseo y se ha sentado a la mesa con él, además no es un fariseo cualquiera, sino “uno de los principales”, dice el Evangelio. Además es una “comida-trampa” porque le están espiando a ver cómo actúa para después echárselo en cara. Y con todo esto, Jesús no se acobarda, sino que aprovecha la situación para hacer dos pequeñas catequesis: una sobre la vanidad y la humildad, y la otra sobre la gratuidad.

2.- A la primera catequesis de Jesús le acompaña hoy también la primera lectura. La naturaleza humana tiende a engrandecerse y a vanagloriarse de sus propios éxitos, eso nos pasa a todos. Pero la sabiduría de la vida, y de la Palabra de Dios, nos orienta más bien hacia el camino de la humildad. Jesús veía que todos se peleaban por ocupar los primeros puestos y contó una parábola para explicar cómo Dios ensalza al humilde y corrige al soberbio. “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Y el libro del Eclesiástico, en la primera lectura, pone la humildad por encima incluso de la generosidad: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios”.

3.- La segunda catequesis es sobre la gratuidad y también sobre cómo nos situamos ante las personas. “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte”. No sólo se trata de dar sin esperar nada a cambio, sino de hacerlo sin distinción de personas. ¿Por qué en la vida favorecemos a unos y dejamos de lado a otros? ¿Qué es lo que nos mueve? ¿En qué situaciones de nuestra vida nos falta humildad? ¿Cuáles son los “primeros puestos” a los que aspiramos? ¿Somos de los que buscan ascender aún a costa de “pisar” a otros? ¿Hacemos acepción de personas? ¿Reconocemos a cada persona como a un hermano? Estas preguntas nos pueden ayudar a reflexionar sobre nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios de hoy.

4.- En la Eucaristía, Jesús nos enseña a elegir el puesto de los “servidores”, de los “lavadores de pies”. Ese fue su estilo a lo largo de su vida. Seguramente lo aprendió en casa, viendo a su madre María rezar aquello del Magníficat: “El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Aprendamos hoy de Jesús y de María a no vanagloriarnos de nuestros pequeños triunfos y a reconocer la presencia de Dios en todo aquello que hacemos. Un Dios, el nuestro que es el Dios de los últimos, de los más desfavorecidos, de los humildes, de los pequeños, de los pobres.


3.- BUSCAR LA PENUMBRA, EL LUGAR MÁS BAJO, EL PASAR OCULTO

Por Antonio García-Moreno

1.- SÍ, HUMILDAD.- Son consejos de Ben Sirac, el sabio inspirado por Dios. Palabras llenas de ciencia, fórmulas cargadas de sabiduría. En este pasaje el maestro aconseja al discípulo la humildad. Si en su vida procede humildemente será querido por todos, se le estimará más que al hombre generoso. Y es cierto. La persona que es humilde, sinceramente humilde, es sencilla, afable. Por su trato se da a querer... Ser humilde, ser sencillo. Olvidarse de sí mismo, estar contento con lo poco o lo mucho que la vida trae consigo. Ser consciente de la propia limitación, atribuir a Dios todo lo bueno que se pueda tener o que se pueda ser. No considerarse más que los demás, tratar a todos con la misma sonrisa, sin mirar a nadie por encima del hombro... El hombre humilde no tiene complejos, no teme quedar mal; no le importa que noten sus limitaciones. El humilde es por eso un hombre realmente libre.

La fuerza de atracción de la humildad es tan grande, que ni Dios se resiste a ella. Sí, el Señor también se siente atraído por el que es humilde. Muchas veces vemos a Jesús inclinarse hacia el que es pequeño, pobre, enfermo, limitado, humilde.

La mujer que Dios escoge por madre es una muchacha oculta entre la gente de su tiempo, una muchacha sencilla que habita en un pueblecito olvidado en las montañas de Galilea. La Virgen lo comprende y exclama: "Porque has mirado la pequeñez de tu esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Sí, Dios ensalza al humilde y abate al soberbio, enriquece al pobre y despide vacío al rico. Desprecia al que se cree justo y abraza al que se siente pecador... Luz, Señor, luz para descubrir la propia pequeñez. Valentía para aceptarla con sencillez. Humildad siempre, por muy alto que tú nos subas. Conscientes de que somos la nada, de que tú eres el todo.

2.- LOS PRIMEROS PUESTOS.- El Señor no hizo distinción de personas. Ni siquiera tuvo prevención con los que le miraban con malos ojos, aquellos que le invitaban para observarle de cerca y espiarle a gusto. Jesús conocía sus intenciones, pero no les esquiva ni se esconde. Él había venido para salvar a todos y a todos les da la posibilidad de que le conozcan y puedan amarle. Podemos decir que lo mismo ocurre ahora. En efecto, Jesucristo por medio de la Iglesia abre sus brazos a todos, no distingue entre rico o pobre, entre hombre o mujer, entre blanco o negro. El Señor quiere acercarse a la humanidad entera y se acerca de continuo de mil formas. Lo que ocurre a veces es que hay quienes no le acogen como se merece, quienes les cierran sus puertas, o se las abren a medias.

En aquella ocasión Jesús observa a los que han sido invitados a la boda, se da cuenta de cómo, a medida que van entrando, se colocan en los mejores puestos. Entonces el Maestro toma ocasión de este hecho para enseñarles cuál ha de ser la actitud y la conducta de un discípulo suyo. Quien quiera seguir su doctrina ha de actuar de una manera totalmente distinta. No ha de buscar el propio lucimiento, no ha de intentar ser el centro de la atención de los demás. Al contrario, ha de buscar la penumbra, el lugar más bajo, el pasar oculto. En un caso como el que están presenciando ha de elegir el último puesto, ser alzado a un sitio de más categoría por el dueño mismo de la casa. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Es una enseñanza cuyo alcance va más allá del caso de una invitación a un banquete. El Señor está pensando en otro banquete de más trascendencia, el banquete de las moradas eternas. Allí cada uno tendrá su puesto, cada uno gozará de su propia categoría. Entonces no valdrán los empujones ni las zancadillas para colocarse en los primeros puestos, no servirán las mentiras ni las apariencias. Entonces cada uno ocupará el puesto que realmente le corresponde, el suyo propio, ese que sólo Dios conoce. Puesto muy distinto quizá del que los hombres asignamos a los demás, o nos escogemos para nosotros mismos. Por eso no nos ha de preocupar otra cosa que ser grandes a los ojos de Dios, merecer sólo ante él y no ante los hombres.

El Maestro sigue exponiendo su enseñanza apoyado en ese banquete del que toma parte. Al hombre que le ha invitado le dice que cuando dé una comida o una cena no invite a quienes les pueden corresponder con otra invitación semejante. Cuando des un banquete, le dice, invita a los pobres, a esos que no podrán corresponderte. Sólo así será Dios mismo el que les pague, el que recompense su buena acción. Es decir, Jesús nos enseña que hemos de hacer siempre el bien, buscando no la recompensa y la gratitud de los hombres, sino la recompensa eterna de Dios.

Fuente: www.betania.es

 

 

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