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1 noviembre 2012 4 01 /11 /noviembre /2012 15:02

La Homilía de Betania: XXXI Domingo del Tiempo Ordinario,  4 de Noviembre, 2012.

1.- SÓLO NOS SALVA EL AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO

Por Gabriel González del Estal

1.- Amar a Dios y al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. El escriba que se acercó a Jesús a preguntarle cuál era el primer mandamiento de todos, sabía muy bien, porque lo recitaba todos los días de memoria, que amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todo el ser era el primer mandamiento. Sabía también que amar al prójimo era un mandato de la Ley. Pero la respuesta de Jesús, poniendo el mandamiento del amor al prójimo al lado mismo del amor a Dios le pareció muy bien al escriba y así se lo dijo con sinceridad a Jesús. Jesús le responde que está cerca del reino de Dios. No es tan fácil entender esto, ni mucho menos practicarlo. Porque en nuestra vida diaria decimos, y lo decimos con verdad, que nuestra bondad se demuestra haciendo obras buenas: obras son amores y no buenas razones. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo, frutos malos. Por sus frutos se conocen los árboles. Yo creo que lo importante aquí es entender qué es lo que hace buena a una obra. Y lo que aquí nos dice Jesús es que es siempre el amor a Dios y al prójimo el que determina la bondad de nuestras obras buenas. Es decir, que una obra legalmente buena no es moralmente buena si no está inspirada directamente en el amor a Dios y al prójimo. Podemos rezar mucho, y hacer muchas limosnas, y cumplir fielmente los mandamientos; si no es el amor a Dios y al prójimo el que inspira y motiva nuestras “buenas” acciones, estas acciones no son moralmente buenas, no nos salvan. Los fariseos se fijaban sobre todo en el cumplimiento legal y externo de las obras que estaban mandadas en la Ley; Jesús prefiere que nos fijemos en el amor con que hacemos estas obras. Porque al final, como nos repetirá frecuentemente San Pablo, sólo nos salvará el amor, el amor a Dios y al prójimo.

2.- Escucha, Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Moisés, en este texto, quiere prevenir a su pueblo contra la idolatría. Le dice a su pueblo que si quiere crecer y multiplicarse debe obedecer a su Dios, a Yahveh, como al único Dios. Yahveh es el único Dios y no tolera que su pueblo entregue su corazón a otros dioses. La idolatría fue siempre el gran peligro del antiguo Israel, rodeado como estaba de pueblos idólatras. También nosotros, hoy día, sufrimos el peligro constante de la idolatría; son muchos los ídolos que quieren dominar nuestro corazón, como pueden ser el dinero, el poder, el placer, la ciencia atea. Jesús sigue diciéndonos hoy a nosotros, a través de su evangelio, que sólo Dios merece nuestra obediencia y nuestra entrega total y que debemos manifestar nuestro amor a Dios amando a nuestro prójimo como el mismo Cristo nos amó. El Dios encarnado en Cristo es nuestro único Dios y a él debemos escuchar y obedecer. Sabiendo que para Jesús el amor a Dios y al prójimo van siempre unidos.

3.- Él no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. El autor de esta carta a los Hebreos se refiere, claro está, a Cristo como sumo y eterno sacerdote. Cristo en la cruz se ofreció a sí mismo al Padre, como sacrificio de expiación por nuestros pecados. De este sacerdocio de Cristo participamos todos los cristianos, mediante nuestro bautismo. Todos los cristianos somos, pues, sacerdotes, porque participamos del sacerdocio de Cristo. Es lo que se llama el sacerdocio común, que adquirimos todos los cristianos cuando nos bautizan. Por eso, también cada uno de nosotros debemos ofrecer nuestras vidas a Dios, unidas a la vida de Cristo, como sacrificio de expiación por nuestros pecados y por los pecados del mundo. La vida del cristiano debe ser siempre una vida que salve y redima; somos sacerdotes llenos de debilidades, pero cuando unimos nuestro sacrificio al sacrificio de Cristo participamos de la santidad e inocencia de Cristo, nuestro único y eterno sacerdote.


2.- AMAR SIN ESPERAR NADA A CAMBIO

Por José María Martín OSA

1.- ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Sabiendo que la Ley contenía alrededor de 613 mandamientos, un escriba le hace a Jesús una pregunta absurda: “¿Cuál es el principal mandamiento?” La pregunta parece cargada de inocencia, pero era delicada hasta el extremo. Porque los doctores judíos no acababan de resolver nunca el intrincado problema. Jesús responde: “El Señor Dios nuestro es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Hasta aquí, los enemigos podían estar acordes con Jesús. Era un pasaje tomado de Moisés, que todos los judíos recitaban cada día como la primera oración, y aún hoy la repiten con una gran fe. Pero Jesús sigue, sin interrupción, con una segunda parte inesperada: “El segundo mandamiento es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús da un paso más, y cierra para siempre la cuestión tan debatida en las escuelas de los rabinos. La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Jesús amplia este amor también hacia el extranjero, e incluso al enemigo. No por casualidad en el evangelio paralelo de Lucas viene a continuación la explicación de qué entiende Jesús como prójimo en la parábola del Buen Samaritano. Jesús no invita a ir en contra de la Ley, sino a situarnos más allá de ella, por encima de ella.

2.- Dimensión vertical y horizontal del amor. Muchas veces oímos en la Iglesia el Evangelio sobre el mandamiento del amor. Es natural, pues constituye la quintaesencia del mensaje de Jesús. Si aprendemos bien esta lección, lo sabemos todo. Si ignoramos esta página, no sabemos nada. Jesús juntó los dos mandamientos más importantes que no aparecían unidos en la ley. Uno, el del amor a Dios. El otro, el del amor al prójimo, para así demostrar su conocimiento de la ley y resumirla toda en una síntesis magistral del mandamiento principal. Se trata de amar, no como yo me amo, sino a la medida del amor con que Jesús nos amó. Jesús asoció el mandamiento del amor a Dios con el mandamiento del amor al prójimo, y los presentó como inseparables. La Alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel tenía dos dimensiones: la vertical y la horizontal: fidelidad a Dios y cuidado de los pobres y los forasteros. La Alianza les recordaba a los Israelitas que Dios los amaba y que ellos tenían que compartir ese amor con todo el pueblo de Dios.

3.- El amor-ágape. El amor-eros se refiere al amor de pareja, hombre-mujer, mujer-hombre. Es el amor reflejado hacia la intimidad de pareja. Sexualmente es un amor erótico. El amor-filial es el amor dirigido hacia las personas más allegadas (familiares, amigos y personas allegadas). Es un amor entre personas conocidas, de estima para la vida de uno. Este amor depende de las emociones y circunstancias involuntarias. El amor-ágape es el amor más grande que puede haber, es el amor que proviene de Dios, del cual Él es el origen, el medio y el fin. La palabra ágape denota una buena voluntad que siempre busca el bien de la otra persona y no el suyo, no importa lo que haga; es un amor sacrificado que da sin pedir nada a cambio. El amor ágape depende más de la voluntad que de la emoción, es un amor incondicional de Dios para el mundo. Es el amor de Dios, de éste depende todo. Se evidencia claramente en la profunda entrega que Dios Padre tuvo para con la humanidad al darnos a su único hijo para perdón de nuestros pecados. El amor total de Dios nos capacita para amarnos a nosotros mismos y a nuestro prójimo. El amor no es un sentimiento, es una decisión. Al decidir amar a una persona se decide honrarla con actos de amor sin importar nuestros sentimientos. ¿Cómo respondo a estos dos mandamientos en mi vida diaria? ¿Soy capaz de dejar a un lado los chismes y la envidia para convertirme en un agente de paz en mi familia, centro de trabajo o parroquia? Como escribió muy acertadamente Carlos Carretto en uno de sus libros “lo importante es amar

4.- Dios es mi fortaleza. En una sociedad donde abunda el anonimato, la soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso". Al final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas de santos. Hemos de entender el amor como Cristo lo entendió: como auto donación, como entrega de uno mismo. Un amor que es "ágape", fraternidad. Vivir como hermanos supone asumir un nuevo estilo de vida, unos valores nuevos que nos llevan a vivir en comunión con los excluidos, los marginados, los preferidos de Dios. Quizá nos hace falta despojarnos de todo el ropaje legalista y rutilante con que hemos cubierto nuestra fe. En la Eucaristía celebramos el amor de Dios. Cada vez que nos reunimos para partir el pan debe avivarse en nosotros el amor a los necesitados. Esta es la esencia de nuestra fe.


3.- AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO, RESUMEN Y SÍNTESIS

Por Antonio González-Moreno

1.- PRIMER MANDAMIENTO.- El de la primera lectura es uno de los más repetido a lo largo de los siglos. Es la oración llamada "shemá", que significa "escucha" en hebreo, palabra que inicia el texto sagrado y que hace una llamada de atención a quien va dirigida, subrayando además la importancia de lo que a continuación se dice. En efecto, en este pasaje inspirado se contiene el resumen de toda la ley divina, el mandamiento principal que, si se cumple fielmente, implica el cumplimiento de todos los demás.

Cuando Jesús es interrogado acerca del mandamiento más importante contesta recitando la "shemá". Y añade que el segundo es amar al prójimo como a uno mismo. En esto se encierra toda la Ley y los Profetas. Con su respuesta simplifica al máximo toda casuística de los escribas y fariseos, que desmenuzaban la Ley en mil preceptos nimios que complicaban la vida de los judíos, al mismo tiempo que vaciaban a la Ley de su espíritu.

Amar a Dios sobre todas las cosas y amarlo con todas las fuerzas de nuestro ser, he aquí el mandamiento primero que hemos de tener siempre en cuenta. Sólo Dios puede ocupar el centro de nuestro corazón, sólo él ha de ser amado por encima de todo. Ninguna criatura, ningún bien por grande que sea, puede sustituir el amor que a Dios debemos.

Son tan decisivas estas palabras para la vida, y para la muerte, del hombre que nunca se pueden olvidar. De ellas depende nuestra salvación temporal y eterna, nuestra dicha terrena y celestial. Por eso hay que gravarlas en lo más profundo del alma, tenerlas siempre presente. Los judíos tomaban, y toman hoy, al pie de la letra estas palabras y las escribían en rollos pequeños de papiro que se ataban en las muñecas y sobre la frente, para que nunca se apartaran de sus ojos. No es necesario llegar a esos extremos, pero si es necesario que nuestra vida esté impregnada y movida por el amor a Dios.

Son palabras que han de pervivir a lo largo de los tiempos. Palabras por tanto, que hay que transmitir de generación en generación, de padres a hijos. En definitiva es lo más grande que un padre puede enseñar y legar a sus hijos, el convencimiento de que sólo amando a Dios sobre todas las cosas nos redimirá y nos salvará. Transmisión que ha de verificarse por medio de palabras, pero sobre todo a través de una vida intachable que tenga como centro y como fin el cumplimiento amoroso, abnegado y heroico si es preciso, de la voluntad de Dios. Ese ha de ser el modo principal y mejor de enseñar a hijos y hermanos, a cuantos nos rodeen, persuadir a todos que el primer mandamiento, el que ha de decidir nuestra existencia para bien o para mal, es amar a Dios sobre todas las cosas y con toda el alma.

2.- EL MANDAMIENTO PRINCIPAL.- Las palabras y la conducta de Jesús despertaban la admiración y el respeto también en los escribas, aquellos doctos que estudiaban y explicaban la Ley. Hoy, como entonces, además de la gente sencilla, hay muchos intelectuales que se inclinan ante la sabiduría de Jesucristo y le siguen como al gran Maestro de todos los tiempos. En realidad cualquiera que mire y escuche al Señor sin prejuicios, con actitud sencilla, podrá percibir la magnitud excelsa del mensaje cristiano y su capacidad redentora para el hombre.

Los estudiosos de la Ley se perdían en mil disquisiciones y diatribas acerca de los mandamientos, intentando determinar con exactitud cuántos eran en total y cuál había de ser el orden de los mismos, según una determinada jerarquía de valores. Como suele ocurrir, no había acuerdo entre los estudiosos. Aquellos rabinos o maestros de Israel se dividían entre sí al tratar dicha cuestión. Uno de ellos, deseoso de saber la opinión del joven y prestigioso Rabí de Nazaret le pregunta acerca de cual era el principal mandamiento.

El Señor responde sin vacilar: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y añade que el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos no hay mandamiento alguno. La repuesta satisface plenamente al escriba, que elogia abiertamente a Jesús, sin importarle que sus colegas despreciasen, e incluso odiasen a aquel Rabí sin escuela que venía de una humilde aldea cono Nazaret.

Amar a Dios y al prójimo, he aquí el resumen y la síntesis de toda la Ley de Dios. En realidad todos los demás mandamientos son derivaciones del amor a Dios, incluido el segundo que Jesús indica en este mensaje. El que ama a Dios, necesariamente ha de amar a las criaturas que han salido de sus manos, máxime a los hombres, que están llamados a ser sus hijos. Por otra parte el que ama a su semejante nunca le ofenderá en lo más mínimo. Si le ama de verdad no se atreverá ni a pensar mal de él. Más aún, procurará hacerle todo el bien que esté a su alcance, sin buscar contraprestación alguna, olvidándose de sí mismo y procurando agradar en todo sólo a Dios, centro supremo de nuestro amor.

Esto vale más que todo lo demás, que por mucho que nos parezca valer, de nada vale si no hay amor. Las mayores hazañas y los más grandes heroísmo, si no se hacen por amor de Dios. No son más que meras anécdotas, que quizá figuren rutilantes en el libro de la Historia, pero que no se escribirán en el libro de la vida, ése que se abrirá el día del juicio final para decidir, según su contenido, el destino definitivo de cada hombre.

Fuente: www.betania.es

 

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