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5 noviembre 2011 6 05 /11 /noviembre /2011 02:23

Meditación: Domingo de la semana 32 del tiempo ordinario. 6 de noviembre, 2011; ciclo A

«Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes; pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron consigo aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas llevaron aceite en sus alcuzas. Como tardase en venir el esposo les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó vocear: ¡Ya está ahí el esposo! ¡Salid a su encuentro! Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite porque nuestras lámparas se apagan. Pero las prudentes les respondieron: Mejor es que vayáis a quienes lo venden y compréis, no sea que no alcance para vosotras y nosotras. Mientras fueron a comprarlo vino el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras vírgenes diciendo: ¡Señor, Señor ábrenos! Pero él les respondió: En verdad os digo que no os conozco. Vigilad, pues, porque no sabéis el día ni la hora.» (Mateo 25, 1-13)

 

1º. Jesús, con esta parábola me alertas una vez más para que esté preparado, para que tenga siempre mi lámpara encendida, mi alma en gracia.

Para preparar mejor a las personas en trance de muerte, has instituido el sacramento de la Unción de los enfermos, que precisamente usa el aceite como materia.

«La Unción de los enfermos acaba por confirmarnos con la muerte y resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un escudo para defenderse en los últimos combates y entrar en la Casa del Padre» CEC.- 1523).

Tengo la responsabilidad de procurar que mis familiares y amigos en trance de muerte puedan recibir este sacramento.

Y si es tu voluntad, dame también a mí la oportunidad de recibirlo.

2º. El Evangelista cuenta que las prudentes han aprovechado el tiempo. Discretamente se aprovisionan del aceite necesario, y están listas, cuando avisan: ¡eh, que es la hora!, «mirad que viene el esposo, salidle al encuentro»: avivan sus lámparas y acuden con gozo a recibirlo.

Pero sigamos el hilo de la parábola. Y la fatuas, ¿qué hacen? A partir de entonces, ya dedican su empeño a disponerse a esperar al Esposo: van a comprar el aceite. Pero se han decidido tarde y, mientras iban, «vino el esposo y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas» (..).No es que hayan permanecido inactivas: han intentado algo... Pero escucharon la voz que les responde con dureza: «no os conozco». No supieron o no quisieron prepararse con la solicitud debida, y se olvidaron de tomar la razonable precaución de adquirir a su hora el aceite. Les faltó generosidad para cumplir acabadamente lo poco que tenían encomendado. Quedaban en efecto muchas horas, pero las desaprovecharon.

Pensemos valientemente en nuestra vida. ¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz» (Amigos de Dios.- 40-41).

Jesús, ayúdame a aprovechar bien el tiempo que me das, luchando por cumplir con orden el horario que tengo previsto.

El horario debe incluir el tiempo requerido para hacer bien el trabajo, unos momentos al día para mis normas de piedad -oración, misa, rosario, etc.-, y el espacio que se merecen mis obligaciones familiares.

Si lucho por vivir la puntualidad y el orden en el horario, mi horas se multiplicarán.

Y sobre todo, esos vencimientos diarios, aunque son pequeñeces, serán el aceite que mantiene viva la llama de mi vida interior.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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