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29 agosto 2011 1 29 /08 /agosto /2011 04:42

Meditación: Lunes la semana 22 de tiempo ordinario; 29 de agosto, 2011; año impar

«Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su cos­tumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para leer. Entonces le entregaron el libro del profeta Isaías y, abriendo el libro, encontró el lugar donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido para evangeli­zar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos y devolver la vista a los ciegos, para poner en 1ibertad a los oprimidos, y para promulgar el año de gracia del Señor». Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos él los ojos. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír Todos daban testimonio en favor de él y se admiraban de las palabras de gracia que procedían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? Entonces les dijo: Sin duda me aplicaréis aquel proverbio: Médico, cúrate a ti mismo. Cuan­to hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria. Y añadió: En verdad os digo que ningún pro­feta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad que muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando duran­te tres años y seis meses se cerró el cielo y hubo gran hambre por toda la tierra; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Muchos leprosos había también en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado, sino Naamán el Sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira, y se levantaron, le echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciu­dad para despeñarle. Pero él pasando por medio de ellos, se­guía su camino.» (Lucas 4, 16-30)

1º. Jesús, te aplicas la profecía de Isaías que habla del Mesías: eres el «enviado para anunciar la redención a los cautivos».

Todas las profecías del Antiguo Testamento se cumplen en Ti: desde el lugar de tu nacimiento, Belén, hasta tu muerte en manos de los jefes judíos.

Todo había sido anunciado siglos antes de que ocurriera.

Por eso, las profecías son un apoyo para nuestra fe.

Otro apoyo son los mila­gros, especialmente la Resurrección.

Pero tus conciudadanos no creen: «¿No es éste el hijo de José?»

Te han visto vivir una vida tan normal, trabajando día a día con José en el taller, que no acaban de creer en Ti.

Por eso te exigen más pruebas: «cuanto hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria».

Pero esa falta de fe les incapacita para re­cibir tus milagros.

Jesús, tengo suficiente con los milagros que has hecho y que na­rran los evangelios.

Si para que cada persona creyera en Ti, tuvieras que hacerle un milagro personalizado, ¿dónde estaría la fe?

Y si no hay fe, ¿dónde está el mérito, la libertad y el amor?

2º. «No soy «milagrero».  Te dije que me sobran milagros en el Santo Evangelio para asegurar fuertemente mi fe.  Pero me dan pena esos cristianos  incluso piadosos, «¡apostólicos!»  que se sonríen cuando oyen hablar de caminos extraordinarios, de sucesos sobrenaturales.  Siento deseos de decirles: sí, ahora hay también milagros: ¡nosotros los haríamos si tuviéramos fe» (Camino.-583).

Jesús, he de huir de dos extremos: ser «milagrero»  ver mila­gros por todas partes, y ser escéptico.

Tú trabajaste duro con José para mantener la familia, sin utilizar los milagros para resolver pro­blemas personales.

Sin embargo, dan pena los escépticos, porque también ahora sigues haciendo milagros a través de hombres y mu­jeres de fe.

«Y si no vieren lo que ahora hay, no lo echen a los tiem­pos; que para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sir­ve, siempre es tiempo» (Santa Teresa).

Jesús, ante cualquier problema, he de poner todos los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales; y además, todos los sobrenaturales -oración y sacrificio- sabiendo que, entonces, Tú me escucharás y me darás lo que más me convenga.

Si tengo fe, veré muchos milagros en mi vida y en las vidas de los que me ro­dean.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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