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10 julio 2013 3 10 /07 /julio /2013 18:10

La Homilía de Betania: XV Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C.14 de julio de 2013

1.- EL MANDAMIENTO DEL AMOR AL PRÓJIMO

Por Gabriel González del Estal

1.- La palabra “prójimo” se deriva directamente del la palabra latina “proximus”, que se refiere a lo inmediato, lo más cercano. En este sentido, el mandamiento del amor al prójimo se referiría al amor a las personas que están cerca de nosotros, se trate de una proximidad geográfica, o social. Parece ser que para muchos de los judíos amar al prójimo era, sobre todo, amar a los judíos. Jesús de Nazaret, en su mandamiento del amor al prójimo, rompe las barreras étnicas y geográficas y nos manda amar a todas las personas, incluso a nuestros enemigos. Este sentido de la palabra “prójimo” está clara y bellamente expresado en la parábola del samaritano. Los samaritanos no sólo no se consideraban judíos, sino que eran enemigos de los judíos. Sin embargo, el samaritano que se encontró en el camino a un judío herido de gravedad le atendió generosa y delicadamente, cosa que no habían hecho ni el sacerdote, ni el levita que habían encontrado antes al herido en el camino de Jerusalén a Jericó. El levita y el sacerdote sí eran judíos. ¿Quién se portó realmente como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? La respuesta del letrado define muy bien lo que Jesús de Nazaret entendía por la palabra “prójimo”: el que practicó la misericordia con él. Para Cristo amar al prójimo es atenderle misericordiosamente, sea un prójimo cercano o amigo, lejano o hasta enemigo. El mandamiento del amor al prójimo es un mandamiento universal, que no conoce barreras, ni fronteras, ni límites.

2.- Pero yo creo que el sentido primero de la palabra “prójimo” también es muy digna de ser tenida en cuenta. Porque las personas que están más cerca de nosotros, con las que convivimos, deben ser las primeras receptoras de nuestro amor. Por poner un ejemplo, no podemos decir que amamos mucho al prójimo porque nos preocupamos muchísimo de los que mueren en Afganistán, si después no sabemos amar a los que viven en nuestra propia casa, o en nuestra empresa, o al vecino de al lado. El amor de cada día, el que debemos manifestar continuamente, es el amor que manifestamos a los más cercanos, a los más “próximos”. Este amor es, por lo demás, el más difícil de practicar, porque es el que nos compromete durante la mayor parte del tiempo de nuestra vida. En muchos casos es incluso el único amor eficaz que podemos y debemos realizar.

3.- El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo. Los preceptos que nos manda el Señor, nos dice el libro del Deuteronomio, son preceptos que podemos conocer y que podemos cumplir. No son preceptos difíciles de conocer o inalcanzables. Basta con que sepamos escuchar a nuestro corazón, que seamos consecuentes con lo que el buen pensar y el buen sentir nos aconsejan. Lo que hay que tener siempre es una voluntad decidida de hacer el bien, aunque para eso tengamos que sacrificar algunos intereses personales o de grupo. La persona que es buena de verdad busca siempre, por encima de todo, hacer el bien a las personas, sembrar paz, amor, justicia y verdad. Para esto no hace falta estudiar mucho o tener muchos títulos; basta con escuchar a nuestro propio corazón, escuchar la voz de Dios en nuestra alma.

4.- Cristo Jesús es imagen de Dios invisible. San Pablo les dice a los fieles de Colosas que a Dios no pueden verle, porque es invisible, pero que pueden ver a Cristo Jesús, la imagen visible del Dios invisible. Esta es la ventaja que tenemos todos los que creemos en Cristo, que sabemos cuál es el comportamiento humano que agrada a Dios: el que más se parezca al comportamiento de su hijo Cristo Jesús. No es necesario que seamos doctores en teología para saber que agradamos al Dios invisible siempre que agradamos a Cristo, imagen visible del Dios invisible.

2.- PRACTICAR LA MISERICORDIA CON EL NECESITADO Y EL EXCLUIDO

Por José María Martín OSA

1.- Como a nosotros mismos. El Deuteronomio recuerda el precepto principal, que es amar a Dios sobre todas las cosas. ¿Y respecto al prójimo? Falsamente se puede deducir que el Antiguo Testamento enseña la exigencia de venganza contra el enemigo. Sin embargo, enseña, sobre todo, que hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos. En este “como a nosotros mismos” se encuentra la clave. Pero “el prójimo” se determina en círculos concéntricos a partir del yo y se va definiendo por “proximidad”: primero, respeto o “reverencia hacia la madre y el padre”, amor a los paisanos, llegando hasta el amor al extranjero que habita de manera estable en el país: “lo amarás como a ti mismo, porque vosotros fuisteis inmigrantes en la tierra de Egipto”. El ejemplo del Samaritano cambia de perspectiva: “prójimo” es el que no da rodeos ni pasa de largo, sino que se aproxima para ayudar a quien necesita ayuda. “Prójimo” es quien sabe actuar solidariamente y entiende su vida como “ser para los otros”. En el “desinteresarse” de uno mismo, nosotros nos interesamos por los demás.

2.- Mi prójimo es un hombre cualquiera que me encuentra tirado en el camino, excluido, herido, abandonado… Ese hombre concreto está apelando a la conciencia de quien lo encuentra, para que reconozca en el rostro desfigurado y en el cuerpo contrahecho y dolorido la imagen del hermano, del otro yo que pide una ayuda efectiva, una mano cercana. Intentemos ahora comprender nuestra sociedad a la luz de este evangelio.

--Esa persona concreta excluida es hoy uno de los miles de niños —la criatura más débil e inocente— que son eliminados en el seno materno. La cuna natural de la vida se convierte para él en el corredor de la muerte. Una sociedad que legitima un crimen tan abominable como el aborto está perdiendo el sentido mismo de la dignidad humana, base de los derechos fundamentales y de la verdadera democracia.

--Esa persona concreta excluida en nuestra sociedad puede ser una de las madres que, ante las dificultades para sacar adelante al hijo de sus entrañas, es dejada sola. En ese período en el que necesita más ayuda muchas veces no encuentra el apoyo efectivo al que tendría derecho.

--Esa persona concreta excluida puede ser también hoy, en nuestra sociedad, uno de los emigrantes pobres que acuden a nuestras tierras —quizá tras sobrevivir a una penosa travesía—, buscando una oportunidad en la vida. En ocasiones encuentra que el bienestar no es repartido entre todos.

--Esa persona concreta excluida puede ser hoy, en nuestra sociedad, uno de esos muchos ancianos abandonados. La sociedad los considera cada día más como una carga insoportable. Se llega a la aberración de la aceptación cultural y legal de la llamada eutanasia, forma gravísima de insolidaridad. La enumeración de formas de despojo podría seguir.

3.- El amor hecho obras de misericordia es el que hoy edifica eficazmente la civilización del amor y la cultura de la vida. Casualmente pasó junto al hombre herido un sacerdote y después un levita. Ambos lo vieron, pero dieron un rodeo. Esta mención debió ruborizar a su interlocutor y al resto de las autoridades religiosas que escuchaban en ese momento a Jesús. También nosotros, pastores de la Iglesia, y todos los discípulos de Cristo, hemos de sentirnos directamente interpelados por esta indicación del Maestro. No podemos pasar de largo ante ese hombre que encontramos, hoy, excluido, en nuestro camino, en nuestras calles. La Palabra de Dios nos llama a un profundo examen de conciencia y revisión de vida. La coherencia y la credibilidad de nuestro anuncio cristiano requiere que amemos con obras. Es precisamente un samaritano, considerado habitualmente por los contemporáneos de Jesús como un infiel despreciable, quien se mueve a compasión ante el hombre malherido y se desvive por él. El buen samaritano es la figura de la persona que vive para los demás, abierto a compartir los sufrimientos de los otros. Gracias a Dios en nuestra sociedad son muchos, miles, cristianos o no, los que reviven con infinidad de gestos ocultos la actitud generosa, hondamente humanitaria, del que se acercó al hombre maltrecho. Son muchos los que acogen con amor sacrificado al niño por nacer, a la madre en apuros, al emigrante desamparado, al anciano desvalido.

Acabada la narración, Jesús le devuelve la pregunta a su docto interlocutor. Pero cambia los términos. La cuestión sobre la identidad del prójimo “¿Quién es mi prójimo?” tiene una respuesta obvia: todo hombre. La cuestión decisiva es otra: ¿Quién fue prójimo del hombre excluido? esta respuesta debe darla cada ser humano con sus obras. Esa respuesta decide, juzga, el auténtico valor de su vida. En su contestación el interlocutor no se atreve a mencionar el nombre samaritano, pero acierta igualmente. Fue verdaderamente prójimo del hombre despojado el que practicó misericordia con él. Hasta un niño habría sabido contestar a una pregunta tan fácil. El Evangelio de la misericordia predicado por Jesús llega sencillamente al corazón del hombre, de todo hombre. ¡El Buen Samaritano escuchó a su conciencia! Fueron tres los que pasaron ante este hombre herido... y solamente uno de los tres ofreció su ayuda... La conclusión del diálogo y de la parábola no requiere más comentarios. Requiere, simplemente, que cada uno la convirtamos en norma de vida: Vete y haz tú lo mismo.

4.- El ejemplo del Buen Samaritano busca mucho más que dar una lección de caridad fraterna: pretende que nadie se atreva a poner límites al amor. El amor al prójimo exige entrar afectiva y efectivamente en el mundo de nuestro prójimo. Comentando este ejemplo del Buen Samaritano, el papa Benedicto escribe:

“La actualidad de la parábola es clara. Si la aplicamos a las dimensiones de la sociedad globalizada, vemos cómo las poblaciones de África que viven robadas y saqueadas nos miran de cercan. Entonces vemos cómo son «prójimas» a nosotros; vemos que nuestro mismo estilo de vida, la historia en la que estamos metidos las ha despojado y sigue despojándolas. Sobre todo por el hecho de que las hemos herido espiritualmente. En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a nosotros en Cristo, y en lugar de aceptar todo lo que hay de grande y precioso en sus tradiciones a fin de llevarlo a perfección, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que cuentan sólo el poder y el dinero; hemos destruido los criterios morales de forma que la corrupción y un afán de poder sin escrúpulos resultan comportamientos obvios. Y esto no vale solamente para Afrecha” (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, 7.2, p. 234).

3.- JUGARSE LA VIDA ES AMAR A DIOS

Por Antonio García-Moreno

1.- ESCUCHA.- Escucha la voz de Dios. Una llamada a tu corazón, una interpelación directa pronunciada por una persona viva, una persona que te conoce y que te ama, que te habla con la ilusión de ser atendida, con el cariño de quien ama hasta la locura. Escucha, atiende, presta atención. Te interesa enormemente lo que Dios te dice. Es una cuestión vital para ti, algo de lo que dependen los más grandes bienes que jamás hayas imaginado. Por eso has de estar expectante frente a las palabras que salen de la boca de Dios. Esas de las que fundamentalmente vive el hombre.

Escucha. No te limites a oír. No adoptes una postura meramente pasiva, dejando que las palabras resbalen por tu vida, como el agua resbala por una superficie grasa. Ante Dios has de tener la misma actitud que la que tiene el que sinceramente ama. El que quiere de veras no oye tan sólo, escucha en tensión hacia quien ama, bebe sus palabras.

A veces tenemos la impresión de que los preceptos de la ley de Dios están por encima de las posibilidades del hombre medio, pensamos que los mandamientos superan las fuerzas humanas. Y consideramos que sólo un puñado de hombres superdotados pueden ser fieles a las exigencias de Dios.

Si esto fuera realmente así, Dios sería un ser monstruoso, una persona de una crueldad extrema. Exigiría al hombre, bajo la pena de muerte eterna, lo que jamás el hombre podría llevar a cabo. No, lo que nos manda Dios no está lejos de nosotros, no es algo inalcanzable. No está más arriba de los cielos, ni más allá de los mares. Sus mandamientos están metidos en nuestro corazón, grabados en nuestras conciencias. Son preceptos congénitos a nuestro modo de ser, obligaciones y deberes que nacen de nuestra misma naturaleza de animales racionales. Los mandatos del Señor no son otra cosa que la aclaración, en fórmulas precisas, de todas esas vagas tendencias del hombre, que le inclinan hacia el bien y que le apartan del mal.

2.- LO ÚNICO IMPORTANTE.- Hay cuestiones en la vida que, sin duda, tienen una importancia decisiva para el hombre. Pero de entre todas esas cuestiones hay una que sobresale por su importancia sobre todas las demás: la salvación eterna de uno mismo. De nada nos sirven todas las otras cuestiones, si perdemos para siempre nuestra alma. Por eso cambió de forma radical la vida de san Francisco Javier. El santo de Loyola le repetía una pregunta que, poco a poco, se fue clavando en el corazón joven y ardiente de Javier, hasta dejarlo todo y seguir a Cristo, y marchar al fin del mundo. Aquella pregunta resuena, también hoy, en nuestros oídos: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?

Este personaje, este letrado de la Ley, que se acerca a Jesús para tenderle una emboscada, formula sin embargo una cuestión que todos nos debemos plantear, al menos una vez en la vida: ¿qué tengo que hacer yo para heredar la vida eterna? Y, como este letrado, hemos de dirigirnos al Maestro por antonomasia, al único que de verdad lo es, a Cristo Jesús. Es verdad que no podemos esperar una respuesta dirigida de modo personal, a cada uno de nosotros. Pero también es cierto que nuestro Señor Jesucristo nos hace llegar su respuesta a cada hombre en particular, o través de la propia conciencia, o por medio de cualquier otra forma de comunicación.

El problema, por tanto, no está en que Jesús responda o no responda, sino en que el hombre pregunte con interés o no lo haga. La cuestión está, sobre todo, en que al oír la respuesta, la lleve a cabo con decisión y generosidad. Porque hay que tener en cuenta que, lo mismo que la promesa es única y formidable, también las exigencias que puede implicar suponen esfuerzo y abnegación. Dios, en efecto, nos promete la vida eterna, pero también exige que, por amor a Él, nos juguemos día a día nuestra vida terrena.

Jugarse la vida es amar a Dios sobre todas las cosas, con todas nuestras fuerzas, con todo el corazón y con toda la mente. Amar con un amor cuajado en obras, con un amor que no se busca a sí mismo, con un amor desinteresado y generoso, con un amor que sabe ver al mismo Jesucristo en el menesteroso, que no pasa de largo nunca ante la necesidad de los demás, sino que por el contrario, se para y averigua en qué puede ser útil al prójimo, al que está cerca de él, al alcance de sus servicios.

Es lo que hizo el samaritano de la parábola. Los otros, un sacerdote y un levita de la Antigua Alianza, se hicieron los desentendidos, dieron un rodeo para no acercarse tan siquiera a quien yacía en tierra herido y ultrajado. Es una parábola que de alguna forma se repite de vez en cuando. Ojalá nunca pasemos de largo ante el dolor ajeno.

Fuente: www.betania.es

 

 

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2 julio 2013 2 02 /07 /julio /2013 16:52

La Homilía de Betania: XIV Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C.7 de julio de 2013

1.- COMO CORDEROS EN MEDIO DE LOBOS

Por Gabriel González del Estal

1.- El cordero por excelencia, el cordero de Dios es Cristo. Lo mismo que Cristo predicó su evangelio en medio de una gran indiferencia por parte de la mayoría, de una hostilidad por parte de bastantes y de una entusiasta acogida por parte de sólo unos pocos, así nosotros tendremos que predicar el evangelio de Jesús. Nosotros deberemos hacerlo como corderos, es decir, con humildad y mansedumbre, predicando siempre la paz, la justicia y el amor. No deberemos desanimarnos si la respuesta de los que nos escuchan es la indiferencia, o la sonrisa burlona, o la franca hostilidad. Si eso fue lo que le ocurrió a Cristo es probable que a nosotros nos ocurra algo parecido. Los lobos, en nuestra sociedad, son menos montaraces, pero no menos agresivos que los lobos del tiempo de Cristo. En nuestra sociedad secularizada y, en gran parte, anticlerical, los lobos de turno van a intentar mordernos acusándonos de anticuados, de anticientíficos, de enemigos del progreso. Nosotros, con humildad y mansedumbre, deberemos predicar el verdadero progreso del espíritu, la verdadera ciencia del ser humano, el camino más actual y seguro para alcanzar la verdadera felicidad. Y deberemos predicar todo esto en nombre de Cristo, presentando a Cristo como el hombre modelo y ejemplo de lo que debe ser el hombre actual, en su continuada búsqueda de la felicidad.

2.- Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. A San Pablo no le gustaba sufrir así porque sí; huía del sufrimiento inútil y estéril, pero aceptaba con alegría el sufrimiento que era consecuencia necesaria de la predicación del evangelio de Cristo. Es más, sabía que lo que le salvaba no era el cumplimiento de la Ley judía, sino su fidelidad a Cristo, una fidelidad que le proporcionaba continuos sobresaltos y sufrimientos. A estos sufrimientos, a estos sobresaltos, es a lo que San Pablo llama la cruz de Cristo y de llevar esta cruz es de lo que él está más orgulloso. El sufrimiento que se deriva necesariamente del cumplimiento de nuestra fidelidad a Cristo es siempre un sufrimiento que salva, un sufrimiento redentor. El sufrimiento, como el fuego, puede purificar o destruir; nosotros debemos aceptar no sólo con resignación, sino con alegría, el sufrimiento que purifica. Porque la vida humana es un continuo camino de purificación y sólo se puede caminar hacia la perfección aceptando el sufrimiento y el dolor necesario. También nosotros debemos decir como San Pablo: La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma.

3.- Así dice el Señor: yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz. Como sabemos, el profeta Isaías es el gran cantor de la esperanza en un Dios Padre y Madre. Lo hace en términos poéticamente bellos, con metáforas deslumbrantes que nos hablan de lobos y corderos amigos, de niños que juegan con serpientes, de cojos que andan, o de ciegos que ven. Todo esto, dice, lo hará Dios con los que esperen en él y se fíen de él. En este caso, el texto se refiere a la nueva Jerusalén, en la que se notará la fuerza y el poder de Dios de tal modo que “al verlo, se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado”. Pensemos que la nueva Jerusalén puede ser cada uno de nosotros, si sabemos fiarnos de nuestro Padre Dios.


2.- EVANGELIZAR CON EL TESTIMONIO DE VIDA

Por José María Martín OSA

1.- Aceptar o rechazar el mensaje. Las lecturas de hoy nos muestran la diferencia entre los que aceptan el mensaje de Dios y los que lo rechazan. En Isaías, el profeta proclama la paz y bondad que Dios le dará a su pueblo si son fieles a la Alianza, pero ellos son responsables si se alejan de Dios. En Lucas, Jesucristo manda a los setenta y dos discípulos a los pueblos antes de que llegue El. Les manda llevar paz y curar a los enfermos. Pero respecto a los pueblos que rechazan al evangelio, Jesús le dice a sus discípulos que sacudan el polvo de sus pies «en señal de protesta» contra tales pueblos. La decisión libre que rechaza el evangelio trae separación de Dios. Somos nosotros los que nos alejamos, no es Dios el que nos abandona. Hemos de reconocer las consecuencias de rechazar el Evangelio. Cuando reconocemos esas consecuencias, reiteramos la urgencia de aceptar la invitación de vivir el Evangelio. Hacen falta testigos de esa ternura y consuelo de Dios que recuerda la primera lectura de hoy, testigos humildes y poseídos de la fuerza del Espíritu que viene en ayuda de la debilidad humana

2.- Somos criaturas nuevas gracias a Jesucristo. En la carta a los Gálatas, San Pablo se gloria solamente en la cruz de Jesucristo. Somos criaturas nuevas. Pablo da el ejemplo del cristiano que sabe que la cosa más importante y clave en la vida es Jesucristo. Todas las otras cosas del mundo merecen, en comparación, indiferencia. Al rechazar el evangelio nos engañamos a nosotros mismos. No es Dios quien nos condena, somos nosotros mismos. Por eso, en la sociedad de hoy, los cristianos tienen que estar preparados para no dejarse engañar por los que rechazan el evangelio.

3.- El texto de Lucas nos recuerda la urgencia de anunciar el Evangelio desde la comunidad. Jesucristo mismo envía a los setenta y dos discípulos y los manda de dos en dos. En el mundo de la fe no existe el individualismo. No existe el evangelizador por libre. De dos en dos, para que el camino sea más llevadero, para que se ayuden uno a otro, para que lo que prediquen sea un testimonio contrastado. En todo proyecto o viaje humano siempre tenemos que tener bien claro lo que debemos de llevar según el punto de destino y las características concretas. Jesús, en cambio, nos deja bien claro lo que no tenemos que llevar en el camino de la evangelización. No llevemos lo que nos puede dar una seguridad aparente. Hay cristianos que piensan que el cristianismo se tiene que equiparar a una ONG de nuestro tiempo. Creo que no han entendido en profundidad cuál es el mensaje ni cuál es su finalidad. El Evangelio es desposeerse de todo para tenerlo todo. Cristo no suele "dorar la píldora", a sus seguidores, no les augura un "camino de rosas". Al contrario, les dice y repite que "el que quiera seguirle, tome su cruz". Pero hay algo, que conviene recordar enseguida: Dios no abandona nunca a los suyos, siempre va a su lado.

4.- Todos somos llamados a evangelizar con nuestra vida. Dice el evangelio que los setenta y dos volvieron contentos y dijeron: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Más de una vez nos ha invadido este tipo de alegría. Jesús nos dice: "No estéis alegres porque se os sometan los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo". Es un buen aliento para cuando nos sentimos fracasados. No debemos olvidarnos nunca de que somos "instrumento" en sus manos. Evangelizar no es la tarea exclusiva de los pastores del pueblo de Dios, ni monopolio de los misioneros de vanguardia. Toda la comunidad eclesial es misionera siempre y en todo lugar. Evangelizar es su misión y su dicha. Con tal de que estemos evangelizados nosotros mismos, todos los cristianos podemos y debemos ser evangelizadores, pues por los sacramentos de la vida cristiana participamos de la misión profética de Cristo. Hoy, más que de conquista se habla experiencia y de testimonio. Es este testimonio de los cristianos lo que mejor puede impactar al incrédulo y al hombre de hoy, harto de propaganda, palabrería y falsos mesianismos. Hoy como ayer, lo que más necesita es el evangelio vivido. Es verdad que hemos de emplear todos los medios a nuestro alcance para difundir la fe, con tal que se avengan con las instrucciones de Jesús en el evangelio de hoy: pobreza y solidaridad, y no avasallamiento y poder. Nuestra misión, hoy como ayer, es ser mensajeros de la paz y la alegría. Los auténticos seguidores y seguidoras de Jesús serán capaces de, en su nombre, lograr la transformación de la vida de las personas y de las realidades sociales en las que viven. El Evangelio no es intimismo, no es buscar el solo bienestar interior sino que es una llamada a salir de nosotros mismos para llevar a los demás la alegría que tenemos en el corazón. ¿Te sientes enviado por Jesús?


3.- TAMBIÉN HOY ES MUCHA LA MIES Y POCOS LOS OBREROS

Por Antonio García-Moreno

1.- SENTIR CON LA IGLESIA.- Jerusalén, capital del antiguo reino de Israel, ciudad codiciada por su historia, por su honda tradición religiosa. Disputada aún hoy por árabes y judíos, siendo su posesión un punto que los hebreos no quieren ni siquiera mencionar. En el Nuevo Testamento queda constituida como símbolo de la Iglesia de Cristo, prototipo de la ciudad de Dios. Desde este ángulo tenemos que interpretar los cristianos cuanto se dice en los libros sagrados acerca de Jerusalén. Hoy nos invita el profeta Isaías a exultar con ella, a llenarnos de gozo cuantos la amamos, todos cuantos somos ciudadanos de esta gran ciudad... Mas para gozar con la Jerusalén victoriosa, es necesario haber sufrido con la Jerusalén oprimida. Es preciso llorar con la Iglesia cuando la Iglesia llora, sufrir cuando ella sufre. Hay que sentir con la Iglesia, latir al unísono con su corazón de madre.

He aquí, dice el Señor, que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río, la gloria de las naciones como un torrente desbordado. Dios llenará de consuelo a cuantos se encuentren en el recinto de la Iglesia. Como cuando a uno le consuela su madre, dice el Señor, así os consolaré yo a vosotros. Como consuela una madre. No pudo el Señor buscar una comparación más entrañable, más cercana al corazón huérfano del hombre. Como una madre, de la misma forma, con la misma ternura, con el mismo cariño.

Y vosotros lo veréis, sigue diciendo el profeta, y latirá de gozo vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como la hierba... Nuevos brotes en estos sarmientos repelados por el paso del tiempo. Nuevos sueños, nuevas ilusiones, un nuevo despertar a la vida de tus ojos, tan apagados ya por los años y las lágrimas.

2.- LA MIES ES MUCHA.- Dios que nos creó sin necesidad de nuestra colaboración, pudo salvarnos también sin que nosotros interviniéramos. Sin embargo, no ha sido así. En la nueva creación que supone nuestra redención, el Señor ha querido que fuéramos colaboradores suyos, que tuviéramos una parte, e importante, en la tarea de nuestra salvación y en la de todos los hombres. En efecto, como dice san Agustín, Dios que nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros. Cuando Jesucristo redime al hombre, le llama a una vida sobrenatural que implica una respuesta y un compromiso. Así Dios toma la iniciativa en la llamada, pero el encuentro salvador no se realiza sin la respuesta del hombre.

Además de esta participación en la propia salvación, los hombres, porque Dios lo ha querido, tenemos también una participación en la salvación de los demás. En primer lugar llamó a los doce apóstoles para que predicaran el Evangelio, pero también llamó a otros setenta y dos para que fueran delante de Él anunciando su llegada a la gente, preparándolos para recibir al Señor. Aquello no fue más que el principio de una larga historia que se prolonga a lo largo de los siglos. Hoy, de modo particular, se insiste en la responsabilidad de todos, también de los laicos, en la obra de la salvación por medio de la predicación del Evangelio. Así se ha hablado mucho de la llegada a la edad madura de todo aquel que ha sido bautizado.

Se ha profundizado en la responsabilidad personal e intransferible que tiene cada creyente en difundir el mensaje de Cristo, según su propio estado y condición. Es cierto que el modo de predicar el Evangelio en el caso de los seglares no ha de consistir en predicar en las iglesias, o en subirse al ambón a leer una de las lecturas de la misa. Eso está bien -si se hace bien-, pero la responsabilidad de predicar el Evangelio tiene un alcance mucho mayor, una repercusión más comprometida y costosa. Se trata de predicar sobre todo con el ejemplo, presentando un testimonio sincero de vida cristiana y dando la cara cuando sea preciso por la doctrina de Cristo.

Las palabras de Jesús siguen teniendo vigencia. También hoy es mucha la mies y pocos los obreros. Hay que reconocer que en el mundo que vivimos es mucha la tarea y escaso el número de los que son responsables, con seriedad, en esta empresa de transformar el mundo, según la mente de Cristo. De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, para que despierte la conciencia dormida de tantos como se dicen cristianos y no lo son a la hora de dar la cara por Cristo, en esos momentos en los que hay que ir contra corriente y defender a la Iglesia y al Papa, confesar sin ambages, con obras sobre todo, nuestra condición de cristianos.

Fuente: www.betania.es

 

 

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27 junio 2013 4 27 /06 /junio /2013 22:48

La Homilía de Betania: XIII Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C.30 de junio de 2013

1.- JESÚS NOS INVITA A SEGUIRLO CON RADICALIDAD

Por José María Martín OSA

1.- Consagración y misión. El profeta Elías echa su manto sobre Eliseo para significar que le transfiere la misión profética. Es como una imposición de manos: el vestido era considerado como parte de la persona que lo vestía. Por lo tanto, el gesto de Elías significa que Eliseo participa desde este momento del espíritu de Elías. Esta concepción acerca del vestido la vemos claramente en el caso de Jonatán que, queriendo expresar su amistad con David y hacer un pacto con él, le entregó su manto y David, vestido con el manto de su amigo, participó de su fortaleza, de suerte que tuvo éxito en todas sus empresas bélicas. Nosotros hemos recibido en el Bautismo la consagración con el Santo Crisma, que nos compromete a ser auténticos testigos de Jesús y profetas de la liberación y la esperanza. En la Confirmación recibimos por la imposición de manos la fuerza del Espíritu, que nos trasforma y nos envía a anunciar el Evangelio

2.- Vivir en libertad. San Pablo, en la carta a los Gálatas, nos dice que el auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del amor. Libertad es ponerse a disposición de Dios. Los deseos de la carne, es decir, el egoísmo, el servirse a sí mismo, llevan a morderse y devorarse mutuamente; llevan a la misma destrucción, a la que conduce la ley. El filósofo Hobbes dijo que el hombre es un lobo para el hombre, “homo homini lupus”. El amor auténtico, en cambio, es liberación del propio yo y se desarrolla sirviendo a los demás. ¿Cómo perseverar en la libertad del amor?: con la guía y la fuerza del Espíritu. Este se impone frente a la carne solo cuando nos abrimos a él y nos decidimos por él. Es entonces cuando dejamos de estar bajo el dominio de la ley y empezamos a ser libres. El creyente realmente libre es el que se considera "esclavo" de Cristo: soy de Cristo y estoy al servicio de mis hermanos. De ahí nacen alegría y paz.

3.- La radicalidad del seguimiento de Jesús. El episodio del evangelio de hoy ocurre de camino hacia Jerusalén. Viene un escriba que pide ser admitido entre sus seguidores. Es hermosa su disposición. Quiere seguir a Jesús a todas partes. Jesús no contesta con una negativa ni con una aprobación. Solamente muestra lo que aguarda el que le quiera seguir. Porque llegar a ser discípulo de Jesús no solamente significa ir a su escuela para "aprender" algo. Sobre todo significa compartir la vida propia de Jesús. Después del escriba viene un discípulo y pide a Jesús que antes de reunirse con él pueda cumplir los deberes de piedad con su padre. Esta espera podría durar un prolongado período de tiempo. La respuesta de Jesús parece sumamente rigurosa: “Sígueme”. Este seguimiento es mucho más importante y urgente que cualquier obligación filial. “Deja a los muertos que entierren a los muertos”. La decisión de seguir a Jesús como discípulo lleva de la muerte a la vida. El que no es discípulo de Jesús, que no ha aceptado su mensaje del reino y de la vida eterna, está en la muerte. Las respuestas de Jesús en cuanto al seguimiento hay que entenderlas en la capacidad de sugerencia que adquiere el lenguaje en una cultura de tipo oral: no es tan importante lo que se dice cuanto lo que se quiere decir. El contenido de las propuestas de Jesús significan, pues, que seguirle, condición de todo discípulo, exige disponibilidad total, radicalidad de entrega y coherencia.

2.- EL RADICALISMO EVANGÉLICO

Por Gabriel González del Estal

1.- El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios. El radicalismo evangélico no puede significar intransigencia, o incomprensión, ni mucho menos violencia. El radicalismo evangélico sí significa renunciar a todo lo que se oponga a la realización del reino de Dios predicado por Jesús. Radicalismo evangélico es no renunciar nunca a lo fundamental, a la raíz, a la esencia del mensaje evangélico. En el evangelio, como en cualquier código ético, como en cualquier religión, hay siempre unos principios fundamentales, unas normas o mandamientos, que son innegociables, porque son como los cimientos sobre los que se han construido todo el edificio religioso. Todos sabemos que, en el evangelio, el mandamiento fundamental es amar a Dios y al prójimo, como Cristo nos amó. Todo lo que vaya contra el mandamiento del amor cristiano es anticristiano. En este sentido debemos juzgar las actitudes radicales de Santiago y Juan, y del mismo Jesús, de las que se nos habla en el evangelio de este domingo. Santiago y Juan querían matar, en nombre de Dios, a los habitantes de Samaria que no habían querido dar alojamiento a Jesús, en su camino a Jerusalén. Santiago y Juan, en este caso, eran radicales con un radicalismo destructor que, en nombre de Dios, querían matar a unas personas humanas porque no pensaban como ellos. Jesús les regaña, desaprueba su radicalismo. En cambio, en los otros tres casos siguientes, lo que Jesús quiere dar a entender a sus discípulos es que lo primero es anunciar el reino de Dios y que deben renunciar a todo lo que se oponga a eso. Si el amor a los bienes materiales, o el amor a los padres, es un obstáculo para seguirle a él, deberán renunciar entonces a los bienes materiales, y a la misma familia. Los bienes materiales son buenos en sí mismos, la familia es buena en sí misma, pero cuando se convierten en un impedimento para seguir a Jesús es necesario renunciar a ellos. En esto, sí deben ser radicales.

2.- Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías le dijo: ve y vuelve; ¿quién te lo impide? En este caso, vemos que el profeta Eliseo quiere despedirse de sus padres, antes de seguir al profeta Elías, y a este le parece muy bien que vaya antes a despedirse de sus padres. El amor a sus padres no impedía al profeta Eliseo seguir al profeta Elías, por eso éste le permite que vaya a despedirlos. También aquí hay radicalismo, pero del bueno; una vez que el profeta Eliseo se ha despedido de sus padres, renuncia a sus bienes, ofrece un sacrificio a Dios, convida a los amigos y se pone a disposición del profeta Elías. Nuestros radicalismos no tienen por qué ir nunca contra el amor a la familia y al prójimo, en general, sino todo lo contrario: debemos ser radicales para amar y servir a Dios y al prójimo, usando todo lo que somos y tenemos a la mayor gloria de Dios. Esto es radicalismo evangélico.

3.- Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. En esta carta a los Gálatas, Pablo nos hace un maravilloso elogio de la libertad cristiana. La libertad cristiana es vivir según el Espíritu, sin dejarnos guiar y conducir por nuestras tendencias corporales y por nuestras pasiones. Los grandes santos siempre han sido las personas más libres del mundo, porque se han dejado guiar por el Espíritu de Jesús, aunque muchas veces hayan tenido que sufrir por esto incomprensiones y hasta persecuciones. Lo importante es saber discernir en cada caso qué es lo que nos dice el Espíritu. También para esto nos vale el consejo que da aquí san Pablo a los cristianos de Galacia: sed esclavos unos de otros por amor. Recordemos las frases del apóstol, en este mismo sentido: si no tengo amor, de nada me sirve todo lo demás. Sólo el amor salva; es el radicalismo del amor, tal como lo predica san Pablo en muchas ocasiones.

3.- NUESTRA VOCACIÓN ES LA LIBERTAD

Por Pedro Juan Díaz

1.- Al leer el Evangelio de hoy y ver las respuestas que da Jesús a los que quieren ser discípulos suyos me ha surgido una pregunta: ¿qué hace falta para seguir a Jesús? A cada uno de los tres les da una respuesta, como si les pusiera un “pero”. Ellos le dicen: “Señor, queremos seguirte”. Y Él les contesta como diciendo: “vale, pero…”. Al primero le dice que Él no tiene casa, no tiene un sitio fijo donde quedarse, sino que va de aquí para allá, y si quiere seguirle, que no busque estabilidad. Al segundo y al tercero les dice que en algunas ocasiones tendrá que primar el Reino de Dios por encima de los deberes familiares o las relaciones con la propia familia. ¿Qué es lo que les está pidiendo Jesús, en el fondo?

2.- Si hiciéramos una encuesta a la salida de la Iglesia y preguntáramos ‘¿qué hace falta para seguir a Jesús?’, imagino que las respuestas serían de lo más variado. Yo creo que la Palabra de Dios hoy dice que para seguir a Jesús hace falta ser libres. Puedes pensar que es una respuesta muy simple, porque a nadie nos obligan a ser cristianos, y si estamos aquí es porque queremos. Pero me gustaría que os fijarais en dos expresiones de las lecturas de hoy que nos pueden ayudar a entender esta respuesta.

3.- La primera está en la primera lectura. El profeta Elías escucha a Dios que le dice que elija a Eliseo como sucesor suyo. Elías se marcha a buscarlo y “le echó encima el manto”, signo de la elección de Eliseo como nuevo profeta. En seguida Eliseo, que está arando con los bueyes, suelta el yugo y le pide que le deje despedirse de sus padres. Y la respuesta de Eliseo es: “ve y vuelve, ¿quién te lo impide?”. Con esa frase Elías le da a entender a Eliseo que la respuesta que ha dado a la elección como profeta nace de su propia libertad. Dios no nos quiere con Él obligados, sino libres, muy libres. Eres libre, responde con fidelidad a tu vocación, a lo que has descubierto que Dios quiere de ti, no porque nadie te lo imponga, sino porque sabes que esa respuesta te va a hacer feliz. ¿Y qué hay más importante en esta vida que ser feliz?

4.- La segunda expresión es de San Pablo en la segunda lectura. Continuamos leyendo la Carta a los Gálatas, a través de la cual Pablo quiere evitar que los cristianos de esa comunidad, que antes eran gentiles, provenientes del paganismo, sucumban a la presión de aquellos que pretenden someterles a la ley judía. San Pablo les dice y nos dice: “para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado… no os sometáis a ningún yugo… vuestra vocación es la libertad”. Y la libertad hace que seamos “esclavos unos de otros por amor”. Y ahí está el elemento fundamental de la cuestión, una vez más EL AMOR.

5.- No podemos querer ni a Dios ni a nadie por obligación. Si decimos que le queremos es por amor y el amor siempre nace unido a la libertad. “Sólo desde el amor la libertad germina” dice un himno de la liturgia de las horas que rezamos los sacerdotes, y “sólo desde la fe va creciéndole alas” al amor. La fe en Dios, el seguimiento de Jesús, hunde sus raíces en el amor de un Dios que nos amó primero, de manera libre, generosa y gratuita, sin nosotros pedirlo, ni merecerlo. Por ese amor primero nace también nuestra respuesta libre y generosa de amor, que se convierte en COMPROMISO.

6.- Si todo lo que hacemos en la iglesia, o por los demás, o en nuestras casas, o en los espacios donde empleamos nuestro tiempo diario, no nace del amor, en lugar de compromiso será una “carga insufrible” que acabaremos por dejar y que no nos habrá ayudado a crecer y madurar como personas y como cristianos. Seremos como esos Gálatas que cedieron ante la presión de someterse a una ley, la judía, que no les decía nada, pero con la que había que “cumplir”. De ahí las respuestas de Jesús a los que querían seguirle. Porque, en el fondo, el amor gratuito de Dios, la experiencia de sentirse amado sin esperar nada a cambio, compromete muchísimo más que seguir unas normas o unas leyes, y es más liberador que cualquier ley o mandamiento. El amor de Dios, manifestado en Jesucristo de forma plena, libera “esclavizando” por amor.

7.- Amor, libertad y compromiso son tres pies que sostienen nuestra fe, o por lo menos así ha de ser. La Eucaristía semanal deja de ser una carga, o un mandato, o una obligación, y se convierte en un momento celebrativo, de fiesta, de agradecimiento a Dios y de encuentro con los hermanos. Todo lo que queráis hacer por Dios, ofrecerle o entregarle, que sea por amor y desde la libertad. Y también con valentía, porque “el que echa mano al arado y sigue mirando para atrás no vale para el reino de Dios”.

Proclamemos juntos nuestra fe en el Dios que nos amó primero, gratuitamente, y que espera nuestra respuesta libre y nuestro seguimiento por amor.

 

Fuente: www.betania.es

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19 junio 2013 3 19 /06 /junio /2013 02:53

La Homilia de Betania: XII Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C.23 de junio de 2013

1.- RENUNCIAR, TOMAR LA CRUZ Y SEGUIRLE

Por José María Martín OSA

1.- Jesús espera la respuesta. La lectura del Evangelio se centra en la figura de Pedro, el portavoz de los apóstoles. Lucas presenta la famosa “confesión de San Pedro” y la respuesta de Jesús a tal confesión de fe... ¿Quién dice la gente que soy yo?” Jesús comienza con una pregunta impersonal. ¿Qué impresión tienen los otros de mí? ¿Cómo me ven? A esto responden los discípulos: “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, Jeremías o uno de los profetas.” Lo evidente es que la gente percibe a Jesús como un hombre santo, en línea con los profetas. En este momento crítico de la historia de la salvación judía, le ven como portavoz de Dios. “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Jesús no deja a los apóstoles sólo en un nivel superficial. Quiere una relación más personal: ¿quién pensáis vosotros que soy yo? "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.” Así respondió Pedro a aquel examen, hablando por sí mismo y por los demás apóstoles. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado, el Ungido de Dios, realmente el Hijo mismo de Dios. Conociéndole y permaneciendo con él, Pedro y los apóstoles poseen la auténtica presencia de Dios, aquella “luz atractiva” imposible de despreciar y de renunciar. Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Y tú, quién dices que soy yo? En otras palabras te está preguntando ¿para ti, quién soy yo? Debes pensar antes de responder, no se trata de contestar con palabras bonitas aprendidas del catecismo, se trata de responder con la vida. ¿En tu comportamiento en el trabajo, en casa, en la vida pública, tienes presente lo que Jesús espera de ti?

2.- “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Son tres las condiciones que Cristo pone: renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle. La primera es la más difícil de comprender. El hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los intereses y a ponerse como medida de todo. ¿Cómo, entonces, se le ocurre a Jesús pedir al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus planes? Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar. He aquí el elemento que nos hace entender las palabras evangélicas. No se nos pide renunciar, sino todo lo contrario. Cuando el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e importancia. Renunciar a sí mismo significa renunciar al propio proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios. Pero debemos entenderlo correctamente. Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad, el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que nos ayude a ser ese bien para los demás. La vida verdadera se expresa en el don de sí mismo.


2.- AHORA, NOS DIRIGE EL SEÑOR LA MISMA PREGUNTA…

Por Antonio García-Moreno

1.- PROMESAS QUE SE CUMPLEN.- Una vez más Dios consuela a su pueblo con grandes promesas. Así trataba de mantenerlos en su amor, les ayuda a que no se desanimen ante las dificultades que se les presentan. Sobre todo en esa desesperación que puede provenir de la propia limitación y miseria. Los pecados y faltas del hombre pueden alzarse como una muralla que los separa de Dios, como un peso muerto que impide levantar el vuelo hacia lo alto.

Ante esa pesadumbre interior de quien teme el castigo divino o quizá su desprecio, ante ese desconsuelo íntimo, Dios habla de su clemencia. Él actuará, nos dice, no según su justicia sino conforme a su misericordia. Sin merecerlo, sólo porque él es bueno y compasivo, seremos tratados con benevolencia... Las promesas hechas a los israelitas se cumplieron. En efecto, él mismo, hecho hombre, vino hasta Jerusalén para hablarles y hablarnos, de perdón y de paz, para ofrecerse como víctima de expiación por todos los pecados del pueblo. Cargó con aquel tremendo peso que aplastaba al hombre y caminó a duras penas hasta el monte del sacrificio.

Traspasado de pies y manos, cosido con clavos al madero de la cruz. Levantado en alto como trágica bandera. Alzado como estandarte sangriento. Todos pudieron verle, todos le miraron con estupor. Los ángeles, quizá, se taparían el rostro para no ver al Hijo de Dios colgado de la cruz, desnudo y herido... Ya lo había dicho Jesús a Nicodemo. Lo mismo que la serpiente de bronce en el desierto, así sería levantado el Hijo del hombre, para que todo el que le mirara con ojos de fe quedara salvado.

En cierto modo el Señor sigue colgado de la cruz, levantado en alto para que todos los hombres podamos verle, mirarlo y asombrarnos, llenarnos de pena por haberle clavado, nosotros, sí, con los punzantes clavos de nuestros pecados. Muchos lloraron al verle entonces y muchos llorarían después, a lo largo de los siglos, ante el sacrificio doloroso que expiaba nuestro pecado. Así se cumplía y se cumple el presagio del profeta.

Retablo de dolores ha sido llamado el Calvario. Vamos a contemplarlo para llenarnos de compunción y arrepentimiento, de dolor de amor, de propósitos firmes de enmienda, de sinceros deseos de rectificar, de anhelos de desagraviar. Crecer además en la esperanza y en el amor, a quien tanto nos ha querido que ha entregado su vida por nosotros.

2.- ¿QUIÉN ES ÉL PARA TI? En más de una ocasión nos refieren los evangelistas, sobre todo san Lucas, que el Señor se retiraba a orar, a veces con noches enteras pasadas en oración. El pasaje de hoy nos dice, en efecto, que Jesús estaba orando a solas. De esta forma nos enseña con su vida lo que nos enseña también con sus palabras. Podemos afirmar que la necesidad de orar es uno de los puntos fundamentales de la doctrina de Jesucristo. Basados en esta enseñanza los maestros clásicos de la vida espiritual han valorado en mucho la oración, respiración del alma en frase de algunos de ellos. Santa Teresa de Jesús llegaba a asegurar la perseverancia final a quienes dedicasen cada día un cuarto de hora a la oración. Sin mí nada podéis hacer, dijo el Maestro. Y es verdad. Sólo quien está unido a Dios puede dar valor y sentido a su vida: orar es, en definitiva, unirse íntimamente con el Señor. Tratarle, quererle y dejarse querer.

A continuación Jesús pregunta a los discípulos quién dice la gente que es él. Después les pregunta qué piensan ellos. El Señor distingue entre sus discípulos y los que no lo son. Un detalle que no carece de importancia, que nos ha de llenar de alegría y, al mismo tiempo, de afán de superación. Nosotros, los que hemos sido bautizados, no somos extraños a Dios sino sus propios hijos. Una verdad que nos coloca en la esfera de la predilección divina. Hemos de tomar conciencia de esta realidad, no para enorgullecernos sino para llenarnos de gratitud, de grandes deseos por corresponder con generosidad y alegría.

La gente no sabía quién era el Señor. Pensaban algunos que era un gran profeta, o Elías que había vuelto. Ignoraban la grandeza de Jesús, no sospechaban que tenían delante al Mesías, a ese que habían anunciado los profetas de Yahvé, el Esperado durante siglos con anhelo y esperanza, el Rey de reyes, el Hijo de Dios hecho hombre. Los apóstoles, en cambio, le reconocieron y le siguieron llenos de entusiasmo y de amor. Creyeron tan seriamente en él que no les importó dejarlo todo con tal de seguirle, dispuestos a todo lo que fuera preciso por serle fieles siempre.

Hemos de pensar que también a nosotros, los discípulos de Cristo de ahora, nos dirige el Señor la misma pregunta. Pero la respuesta que hemos de dar no puede reducirse a palabras. Sólo nuestras obras, nuestra vida misma, podrán dar testimonio de lo que Jesús es para cada uno de nosotros.


3.- LOS CRISTIANOS DEL SIGLO XXI

Por Gabriel González del Estal

1. El que pierda su vida por mi causa la salvará. En este siglo XXI en el que nos ha tocado vivir, lleno de luces y de sombras, este texto evangélico nos dice que para que una persona pueda ser llamada santa, auténticamente cristiana, debe ser una persona que esté dispuesta a perder su vida por la causa de Jesús. La causa de Jesús es la realización del reino de Dios, es decir, una sociedad en la que los supremos valores sean la justicia, la paz, la verdad y el amor. Sólo una persona que esté dispuesta hoy a vivir entregada plenamente a defender estos valores puede hoy ser llamada santa, un Cristo viviente. Una persona así tiene que ser una persona con una capacidad heroica de valor y de sufrimiento: el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Negarse a sí mismo significa renunciar a todo egoísmo o ventaja personal, para poner todo su ser y todo su tener al servicio del reino de Dios, es decir, de la justicia, de la paz, de la verdad, del amor, de la libertad, de la vida… Esto es sumamente difícil y hasta imposible sin una especial gracia de Dios. Porque todos nos sentimos naturalmente inclinados a vivir con comodidad, satisfaciendo nuestros egoísmos y alimentando cada día nuestros pequeños placeres. Vivir únicamente para el reino de Dios, trabajando día y noche por la causa de Jesús, es algo heroico; por eso, podemos llamar santos, Cristos vivientes, a los que viven así. Lo que nadie puede dudar es que nuestra sociedad necesita de estas personas, de estos verdaderos cristianos del siglo XXI, aunque también sea verdad que esta misma sociedad puede terminar crucificándolos.

2. Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Los cristianos creemos que esta profecía del profeta Zacarías se cumplió en Jesús de Nazaret y queremos que se haga realidad en todos los cristianos de este siglo. Los cristianos de este siglo debemos vivir llenos de gracia y de clemencia, es decir, derramando amor y perdón a manos llenas. Nuestra lucha a favor de la justicia, de la paz, de la verdad y del amor, debe ser una lucha llena de fuerza y vigor, de gracia y de clemencia, pero sin violencia, ni agresividad orgullosa. Así lo hizo nuestro Señor Jesucristo, con un corazón manso y humilde, que no se acobardó nunca, ni se echó atrás ante las amenazas de muerte que se cernían sobre él. Hoy se necesita mucho valor y mucha fe, mucho amor cristiano, para no ceder ante el menosprecio, la incomprensión y el materialismo puro y duro en el que vive sumergida nuestra sociedad actual.

3. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Este texto de san Pablo, en su carta a los Gálatas, ha sido citado miles de veces para defender la igualdad ante Dios de todos los cristianos y de todo el género humano, en general. San Pablo basa esta igualdad en el bautismo, por el que todos pasamos a ser, con la misma dignidad, hijos de Dios, justificados por la fe, y herederos de la promesa. En teoría, esta igualdad ha sido siempre reconocida por la Iglesia Católica, aunque no siempre se ha visto confirmada en la práctica. A lo largo de los siglos, la superioridad del hombre sobre la mujer, del blanco sobre el negro, del rico sobre el pobre, ha sido aceptada y consentida graciosamente en nuestra sociedad cristiana y hasta en nuestra querida Iglesia. Hoy todos los cristianos queremos que este texto de san Pablo se haga de una vez realidad en nuestro mundo y, de manera preferente, en nuestra iglesia. Sólo así, podremos llamarnos en verdad cristianos del siglo XXI.

Fuente: www.betania.es

 

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13 junio 2013 4 13 /06 /junio /2013 14:24
La Homilia de Betania: XI Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo C. 16 de junio de 2013 1.- NO JUZGAR CON LIGEREZA A LOS DEMÁS Por Antonio García-Moreno 1.- HE PECADO.- David era el más joven de sus hermanos, tan joven que cuando llegó Samuel a elegir rey de entre los hijos de Isaí, éste le presenta a todos menos a David, entonces simple pastor de ovejas. Demasiado niño para pensar en él como rey. Pero Yahvé se había fijado en él, le había elegido para la dignidad suprema del pueblo hebreo. David quedó, después de la unción, transido por la fuerza del Espíritu. Su brazo es fuerte y su puntería certera cuando se enfrenta con el temible filisteo. Después de su victoria sobre el gigante Goliat, vendrían otras muchas victorias, pues Dios estaba con él, luchaba a su lado sin que hubiera enemigo que se le resistiera. Pero luego David se olvidó de Dios. Lo mismo que nosotros hemos hecho tantas veces. Nos olvidamos fácilmente de la misericordia de Dios para con nosotros y le ofendemos. Reflexionemos en esta verdad y reaccionemos llenos de compunción y de deseos de expiar nuestro pecado. David, a pesar de todo, era noble y generoso, sensible y fácil al arrepentimiento. Sus buenos sentimientos se pusieron muchas veces de manifiesto. Sobre todo al perdonar a su mortal enemigo que, con tanta saña como injusticia, trataba de matarlo. Sin embargo, David se ve de pronto envuelto por la maraña de una baja pasión. Se enamoró de Betsabé, la mujer de Urías. Y llevado de esa pasión, salta por encima de lo más sagrado, con tal de lograr su propósito: avasalla, mata, traiciona. Somos capaces de todo. Basta un descuido, una mirada indebida, una simple negligencia para que el corazón se nos descontrole, se nos pudra. No podemos descuidarnos, no podemos bajar la guardia, ni dejar de luchar contra nuestras malas inclinaciones, esos deseos bastardos que sólo morirán con nosotros mismos. Y si llega el pecado, si caemos víctima de nuestra condición de barro, que sepamos confesarlo en el Sacramento de la Reconciliación, decir aquello que en medio de un profundo pesar dijo el rey David: He pecado contra Dios... El Señor le perdona su pecado y así se lo hace saber por medio del profeta Natán. Es suficiente reconocer la propia falta, y confesarla con humildad, para que el perdón de Dios no se haga esperar. 2.- EL FARISEO Y LA PECADORA.- Hoy encontramos a Jesús en casa de un fariseo. Él sabía que la invitación para que comiera en su casa, no era más que una ocasión para observarle de cerca, para ver si podía cogerlo en falta. Sin embargo, el Señor acepta la invitación como manifestación de su buena voluntad hacia todos, también hacia quienes le miraban con malos ojos. Se dio cuenta enseguida de la falta de corrección de aquel hombre principal que, aunque debía saber las normas de la hospitalidad judía, prescinde de aquellos detalles de cortesía que suponían cordialidad y benevolencia hacia el visitante. Pero Jesús no dijo nada entonces y disimulando se sentó a la mesa de Simón el fariseo. Mientras estaban recostados según la costumbre del tiempo, una mujer se acercó a los pies de Jesús para besarlos, mientras lloraba copiosamente. Simón se da cuenta de que aquella mujer era una pecadora, una mujer de la calle, despreciada por todos, evitada en público y requerida quizá en privado, objeto de escándalo y motivo de vergüenza. Pero el Señor la deja que siga llorando, mientras le enjuga los pies con sus cabellos y se los unge con un costoso perfume. Simón se escandaliza de lo que estaba ocurriendo, se persuade de que Jesús no puede ser un profeta, y mucho menos el Mesías, pues no sabía qué clase de mujer era aquella que le besaba entre lágrimas y suspiros. Es la misma actitud que muchas veces adoptamos también nosotros al juzgar con ligereza a los demás, al despreciar a quienes consideramos pecadores. Sin darnos cuenta de que a los ojos de Dios, esas personas que consideramos despreciables, son quizás más agradables ante el Señor y con un corazón más encendido y limpio de soberbia y de orgullo que el nuestro. Desde luego en el pasaje que comentamos, Simón aparece ante la mirada de Jesucristo como un hombre que no le ha sabido comprender, que le ha tratado con indiferencia, que le ha mirado con prevención. Por el contrario, la mala mujer aparece acongojada y arrepentida, llena de amor y de fe por Cristo. Entonces el Señor habló y manifestó al fariseo que la pecadora se había portado él mejor que él. En efecto, le había invitado a su casa y no le había ofrecido agua para lavarse los pies, ni le había dado el beso de paz. El fariseo consideraba que nada tenía de qué ser perdonado, lo mismo que esos que demoran la confesión o la consideran innecesaria, sin darse cuenta de su condición de pecadores. En cambio, la pecadora, se llena de desconsuelo al reconocerse como tal, y no duda ni por un momento en postrarse a los pies de Jesús e implorar su perdón. ________________________________________ 2.- REFLEXIONAR SOBRE NOSOTROS MISMOS Por Pedro Juan Díaz 1.- Hoy la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre nosotros mismos. Esto no es una novedad, porque siempre lo hace. Pero hoy se ve reflejado de manera especial en los diálogos, tanto de la primera lectura como del Evangelio. El profeta Natán lo hace con el rey David en la primera lectura y Jesús lo hace con el fariseo, que le ha invitado a comer a su casa, en el Evangelio. La primera lectura se nos queda un poco corta. Comienza en el versículo 7, saltándose el nudo de la trama y llevándonos directamente al desenlace. Todos sabemos que el pecado del rey David fue que se “encaprichó” de una mujer, Betsabé, casada con un soldado suyo, Urías, al que mandó a la guerra para que lo mataran y quedarse con su mujer, a la que había dejado embarazada. Natán, para hacerle descubrir su pecado, le cuenta un cuento, que empezaría más o menos así: 2.- “Había en la ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía rebaños en cantidad. El pobre sólo tenía una corderilla que comía, dormía y vivía con él. Vamos, que rea como de la familia. Un día le llegó un huésped al rico, y para obsequiarle, no se le ocurrió cosa mejor que robar y matar la cordera del pobre”. El rey David, muy justo él, monta en cólera y dice al profeta que le diga quién es ese hombre, para que caiga sobre él todo el peso de la ley. Natán le dice a David: “Ese hombre eres tú. Dios puso en tus brazos a todas las mujeres de Israel, y tú mataste a Urías para quedarte con la suya”. Natán le encara con su pecado para provocar el arrepentimiento del rey y lo consigue. “¡He pecado contra el Señor!”, dice David. “El Señor ha perdonado ya tu pecado”, contesta Natán. 3.- En el Evangelio ocurre algo parecido. Jesús ha entrado en casa de un fariseo y se ha sentado a su mesa. Una mujer, pecadora, se acerca, le lava los pies con sus lágrimas y se los seca con sus cabellos. Que una mujer enseñara sus cabellos ya era un signo de provocación. Pero si además, siendo pecadora, se atrevía a entrar en casa de un “justo” y “contagiarle” su pecado tocándolo, eso era más escandaloso aún. Esta acción de la mujer provoca la reacción del fariseo, que empieza por dudar de Jesús, que permite esa acción: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora”. Jesús, al igual que Natán en la primera lectura, va a hacer reflexionar al fariseo para poder entender esa situación. Y lo hace también con un cuento, o parábola, que dice así: “Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos euros y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos ¿Cuál de los dos lo amará más?”. El fariseo contesta: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. “¡Correcto!”, le dice Jesús. 4.- Esta mujer, definida como pecadora por la sociedad, no puede relacionarse ni con los demás ni con Dios. Pero su acercamiento a Jesús y sus atrevidos gestos nos dejan ver su arrepentimiento y su gran agradecimiento, porque Jesús, con su acogida y con su trato, le ha hecho sentirse una persona nueva. La mujer responde agradecida porque ha conocido el verdadero rostro de Dios, que libera y levanta a las personas que están hundidas. “Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor –dice Jesús-; pero al que poco se le perdona, poco ama”. El que no es capaz de reconocer su pecado, no puede sentirse agradecido por el perdón y amar con todas sus fuerzas. Esta es la gran lección que Natán le da a David y Jesús al fariseo. 5.- Pero “para rematar la faena”, llega Pablo y le habla a los Gálatas, una comunidad amenazada por un grupo que presiona para que ellos, que antes eran paganos, comiencen a cumplir las leyes judías como requisito necesario para su salvación. Pablo les viene a decir que el amor no nace de cumplir ninguna ley, sino de la experiencia vital de encontrar a Dios en tu propia vida. En las primeras líneas repite hasta tres veces la misma expresión: “el hombre no se justifica por cumplir la ley”; y añade otras tantas veces: “sino por creer en Cristo Jesús”. Blanco y en botella… es leche, de toda la vida. El perdón, el amor, la acogida, el respeto, la dignidad de las personas, no se pueden adquirir a base de “cumplir”. La fe nos da algo más. La fe es la que nos ayuda a reconocer que Dios está en nosotros: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”. Es ese Dios el que nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos ha acogido tal y como somos, nos respeta y valora nuestra dignidad por encima de todas las leyes. Esa es la experiencia que nos lleva a la acción. Esa es la fe que nos lleva al compromiso. Y lo demás son sucedáneos. 7.- ¿Por qué venimos a la Eucaristía cada domingo? ¿Para “cumplir”? Más bien para dar gracias, que eso es lo que verdaderamente significa la Eucaristía. Damos gracias a Dios por su Hijo Jesús que entregó su vida por nosotros sin esperar nada a cambio. Damos gracias a Dios porque nos ha amado desde el primer momento de nuestra vida y lo seguirá haciendo durante toda la eternidad. Damos gracias a Dios por lo que somos y tenemos, por su amor, su perdón, su acogida, su respeto, porque nos hace libres, porque somos su mejor obra, porque no consentirá nunca que nuestra dignidad sea menospreciada. Tenemos tantos motivos para darle gracias a Dios… Por eso venimos a la Eucaristía, por eso la celebramos en comunidad, y por eso nos sentimos enviados y comprometidos a extender esta Buena Noticia allá donde estemos. ¿Son esas tus motivaciones para estar hoy aquí? ________________________________________ 3.- EL AMOR Y EL PERDÓN Por Gabriel González del Estal 1.- El amor y el perdón cristianos son dos caras de una misma moneda. Frecuentemente se dice que el perdón es la cara humilde del amor. Hay personas que dicen que ellas no pueden perdonar algunas ofensas graves que les han hecho. ¿Cómo van a perdonar unos padres el asesinato vil y alevoso de un hijo, al que mataron únicamente por tener unas ideas políticas distintas de las de sus asesinos? Yo creo que en estos casos se confunde perdón cristiano con olvido psicológico. Y no es o mismo: el perdón cristiano es no querer devolver mal por mal, es desear de verdad que la persona que nos ha ofendido se arrepienta de su pecado y empiece a ser buena y feliz. Claro que psicológicamente nunca podremos olvidar el mal profundo que nos han hecho, pero sí podemos perdonarles cristianamente. Muchas personas lo han hecho y han dado públicamente un ejemplo de perdón cristiano. Porque si amas cristianamente a una persona no puedes desear para ella ningún mal y Cristo nos dijo que deberíamos amar a todas las personas, incluso a nuestros enemigos. El verdadero amor cristiano busca siempre el bien de las personas a las que ama cristianamente. El amor psicológico es otra cosa y nadie podrá nunca obligarnos a amar psicológicamente a todas las personas, sencillamente porque esto es algo humanamente imposible. Nadie está obligado a hacer lo que no puede hacer. El amor cristiano y el perdón cristiano sí pueden convivir y realizarse al mismo tiempo. Este amor y este perdón es el que nos pide Dios que tengamos con todas las personas, hasta con nuestros enemigos. 2.- “El Señor ha perdonado ya tu pecado”. El pecado del rey David fue realmente un pecado horrendo y monstruoso. No tanto por haberse enamorado de Betsabé y haberla hecho su mujer, sino por los medios inicuos de los que se valió para conseguirlo. Fue un pecado repugnante y así se lo hizo saber al rey el profeta Natán. Pero el rey David se arrepintió con el propósito de ser durante toda su vida cantor de las grandezas del Señor y defensor de la Ley y el templo. Cualquiera de nosotros en un momento determinado puede cometer un pecado, pero si sabemos arrepentirnos con el propósito de cambiar de vida Dios siempre nos perdona. 3-. “Tus pecados están perdonados”. La pecadora del evangelio amaba mucho a Jesús, a juzgar por el comportamiento que tuvo cuando se vio delante de Jesús de Nazaret. Le amaba bastante más que Simón, el fariseo que había invitado al Maestro a comer en su casa. Jesús no la juzgaba por los pecados que hubiera cometido antes, la juzgaba por las muestras de amor y arrepentimiento que le estaba dando en aquel momento. El perdón de Jesús y el amor de la pecadora aparecen aquí íntimamente relacionados. Porque la pecadora amaba mucho, Jesús le perdonó mucho y porque Jesús le había perdonado mucho, la pecadora le amaba aún con más intensidad. Al que poco se le perdona, dice Jesús, poco ama, mientras que al que tiene mucho amor se le perdona todo. El amor y el perdón se alimentan mutuamente. Cuando somos conscientes de que hemos ofendido gravemente a una persona y vemos que, a pesar de todo, esa persona nos ama y nos perdona, nos sentimos impulsados a amar aún más a la persona a la que previamente habíamos ofendido. El que sabe amar y perdonar como nos mandó Jesús puede vivir en paz con Dios y con el prójimo. Fuente: www.betania.es
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24 mayo 2013 5 24 /05 /mayo /2013 16:46

La Homilia de Betania: Domingo después de Pentecostés. La Santisima Trinidad.

26 de mayo de 2013

 

1.- DIOS ES AMOR GENEROSO Y GRATUITO

Por José María Martín OSA

1.- El Libro de los Proverbios nos muestra que Dios no es un ser solitario, ni aburrido, ni egoísta. Dios es una comunicación infinita, una sonrisa eterna, una generosidad sin medida. La creación es un signo de su generosidad y de su sabiduría. Dios es vida que se desborda. Ya antes de ser creados, Él se complacía en nosotros y en todas las cosas, como los esposos que sueñan con el hijo deseado. Los sabios bíblicos nos cantan las excelencias de la sabiduría como una hija de Dios personificada. Es la primera en ser engendrada y acompaña a Dios en todas sus obras. “Yo estaba junto a él, como aprendiz, y yo era su encanto cotidiano”. El autor de los Proverbios acertó en sus imágenes literarias. La Sabiduría de Dios llega a ser persona en el Hijo, engendrado desde el principio, que dialoga gozoso con el Padre y es colaborador en todas sus obras, «su encanto cotidiano». Dios no es un ser solitario ni aburrido. La creación es el desbordamiento de esta comunicación. Desde la eternidad, Dios ya piensa en nosotros y nos ama.

2.- “EL amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Se trata aquí, en la Carta a los Romanos, del amor especial que Dios nos tiene y del que nadie podrá separarnos. A la hora de esforzarse por llevar a cabo el plan de Dios, el hombre cristiano tiene un incentivo: Dios no se ha guardado su capacidad de querer, sino que nos la ha dado a nosotros. El estar en paz con Dios no quiere decir tanto buscar la paz, sino el caer en cuenta de que ya se nos ha dado la paz en Jesucristo. La paz se convierte así en el mayor bien y no en una simple dimensión del alma, en una mera virtud. Estar en paz con Dios es saberse salvado y con fuerza para emprender una labor constructiva en favor de la humanidad.

3.- Se nos comunicará un día lo que está por venir. El texto del evangelio de Juan identifica a Jesús con la verdad. Esta no es pues un concepto o una categoría, sino una persona. El conocimiento de una persona no se hace ni se agota una vez por todas: se va haciendo continuamente, diariamente. Facilitar este conocimiento es la tarea y la función del Espíritu: El irá llevando al grupo cristiano a un conocimiento cada vez más hondo de Jesús. Este conocimiento progresivo explica la expresión "muchas cosas me quedan por deciros". Hay mucho terreno inexplorado en la verdad de Jesús, es decir, en su persona, que sólo puede ser conocido a medida que la experiencia coloca a la comunidad delante de nuevos hechos o circunstancias. Los cristianos deberán saber estar abiertos, por una parte, a la vida y a la historia –los signos de los tiempos- y, por otra, a la voz del Espíritu que se la interpreta. Uno de los cometidos del Espíritu es llevar a los discípulos hasta el conocimiento pleno de Jesús. Que el Espíritu glorifica a Cristo es realidad en la medida en que conduce a los discípulos progresivamente al conocimiento de la realidad que se manifiesta en él. El misterio trinitario se nos desvelará un día, como dice San Agustín: “El Espíritu Santo, de quien hemos recibido ahora la prenda, es el que nos garantiza que llegaremos a la plenitud de que habla el mismo Apóstol: Entonces le veremos cara a cara; y: Ahora conozco sólo en parte, pero entonces conoceré como soy conocido yo (1 Cor 13,9.12). No es en esta vida donde conoceremos todo ni donde llegaremos al perfecto conocimiento que el Señor nos prometió para el futuro mediante el amor del Espíritu Santo, al decir: Os enseñará toda la verdad. Os guiará a toda verdad” (Comentarios sobre el evangelio de San Juan 96,4)


2.- MISTERIO IMPOSIBLE DE CAPTAR NI DE ENTENDER

Por Antonio García-Moreno

1.- EN LA CUMBRE.-"Esto dice la sabiduría de Dios: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas" (Pr 8, 22). Son palabras que se pierden en la bruma de los tiempos, palabras que nos llegan envueltas en los tupidos velos del misterio. Nos hablan de cuando no había nada, de un tiempo fuera del tiempo. Quisiéramos que todo fuera claro y sencillo. Contemplar con nuestros ojos la hondura de la esencia de Dios, sin comparaciones ni metáforas. Pero es imposible, Dios no cabe en nuestras palabras, no podemos conocerlo directamente. Tan sólo llegamos hasta él por analogía, por aproximación. No obstante, es suficiente esa aproximación para que podamos entrever algo tan sublime, que nos rindamos ante tanta grandeza.

Sí, por la revelación de Dios podemos llegar hasta donde nuestro pobre entendimiento no pudo si soñar, hasta la misma cumbre divina. Y desde ese alto picacho, el hombre sólo puede hacer una cosa, adorar en silencio. Estamos ante lo sagrado, lo trascendente, lo inefable. Pretender preguntar siempre, querer saberlo todo es profanar la revelación, pisar torpemente esas palabras llenas de la sabiduría de Dios.

Dios uno y trino. Tres personas y una naturaleza. El Padre, Dios, dando forma y color al mundo, haciendo brotar de las tinieblas un torrente de luz, colgando sin hilos los millones de astros que pueblan los espacios siderales, tallando en hielo las imponderables filigranas de una brizna de escarcha... El Hijo, Dios hecho hombre, nacido de madre virgen. Trabajando sobre nuestra tierra, mojando con el sudor de sus manos de carpintero la madera tosca de nuestros árboles, predicando la Buena Nueva y curando a los enfermos, amando a los hombres hasta morir por ellos colgado de una cruz...

El Espíritu Santo, Dios que procede del Padre y del Hijo. Que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas... Ezequiel nos narra una visión maravillosa. Ve un campo lleno de huesos secos. De pronto el Espíritu sopla sobre ellos y cobran vida y cuerpo. El Espíritu da la vida, es el soplo de Dios. La fuerza que transforma, el viento que empuja con su impulso el barco de velas que es la Iglesia... Verdadera y única Trinidad, única y suma Deidad, santa y única Unidad. Sólo nos queda decir: Creo, espero, amo. Gracias a Ti.

2.- DIOS UNO Y TRINO.- El Evangelio según san Juan es considerado por la liturgia como el Evangelio pascual por excelencia. Estas dominicas que preceden a Pentecostés, nos presentan una y otra vez sus páginas inspiradas, transidas por el recuerdo luminoso del Discípulo amado. Páginas cargadas en ocasiones de sugerencia y misterio, de amor velado y profundo. En especial las escenas y diálogos de la Ultima Cena tienen el acento entrañable de una despedida cargada de promesas y de ternura.

Jesús dijo entonces a los suyos, y nos lo dice ahora a nosotros, que muchas cosas tiene que enseñarnos, pero que todavía no podemos cargar con ellas; aún no podemos comprenderle del todo. Se refiere el Señor a la riqueza inagotable e inabarcable de los tesoros divinos que, poco a poco, a lo ancho y lo largo de la vida terrena, vamos recibiendo. Dios se adapta a nuestra capacidad limitada y se nos va acercando más y más, para descubrirnos paulatinamente su grandeza sin límites.

Jesús sabía que los suyos no le comprenderían de persecuciones y sufrimientos, ni incluso después de haber resucitado. Pero no se desanima y les dice que cuando venga el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad plena. Él será quien culmine la obra de la redención, quien habite en nuestros corazones y actúe, día a día, hasta transformarnos en hombres nuevos, siempre que nosotros secundemos con docilidad su acción sobre nuestra alma.

Él me glorificará, sigue diciendo el Maestro, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Los apóstoles comprendieron entonces, cuando llegó el Espíritu de la Verdad, lo que Jesús era y significaba realmente para todos los hombres. Desde entonces su amor y entusiasmo por Jesucristo creció hasta límites insospechados, por Él serían capaces de los mayores sacrificios, héroes de las más grandes hazañas. Jesús es confesado como perfecto hombre y como perfecto Dios, es proclamado ante todos los hombres a través de todos los tiempos y sobre todos los espacios, amado y venerado como ningún otro hombre, como ningún otro dios. Él es el Hombre por excelencia, pero también el único y verdadero Dios.

Al decir que todo lo que tiene el Padre es suyo, Jesús nos revela su igualdad de naturaleza y dignidad con el Padre y Creador del universo. También lo que anuncia el Espíritu Santo, y por tanto también con Él es uno es de Jesucristo e igual a Él. Estamos en los umbrales del misterio de la Santísima Trinidad, misterio insondable e incomprensible, ante el que sólo cabe la aceptación humilde y gozosa.

Misterio imposible de captar ni de entender. La grandeza divina es tan inmensa que la más penetrante inteligencia humana se siente embotada y lerda para comprender, y mucho más para comprehender. Esta incapacidad en lugar de entristecernos nos ha de alegrar. Ello significa que Dios Nuestro Señor es inmenso en todos sus atributos y perfecciones, digno de nuestro amor y nuestra fe, mantenedor firme de nuestra esperanza.


3.- UNA EXPLICACIÓN SENCILLA, PARA VIVIR EL MISTERIO DE LA TRINIDAD

Por Gabriel González del Estal

1.- Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. La verdad plena del misterio de la Santísima Trinidad está más allá de nuestra capacidad humana de entender. Los misterios no se pueden entender del todo, ni explicar nunca racionalmente; los creyentes creemos y adoramos los misterios, guiados por la fe y por el amor al Dios que nos los ha revelado. Cuando yo digo que voy a dar una explicación sencilla, para vivir el misterio de la Santísima Trinidad, me refiero sólo a eso: a que voy a decir qué es lo que la fe nos dice, para que nosotros podamos vivir con amor cristiano, en nuestra vida diaria, este maravilloso misterio. La fe nos dice que Dios es nuestro Padre, que Jesucristo es su Hijo, de la misma naturaleza del Padre, y que el Padre y el Hijo están unidos por una eterna corriente de amor, a la que llamamos Espíritu Santo. El Padre es amor al Hijo, el Hijo es amor al Padre, y el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo. En este sentido debemos decir, con san Juan, que Dios es el mismo Amor cuando es Padre y cuando es Hijo y cuando es Espíritu Santo. Dios, el Dios de Jesucristo, nuestro Dios, siempre es Amor. Por consiguiente, si nosotros queremos vivir el misterio de la Santísima Trinidad, sólo podemos hacerlo a través del amor. Si vivimos en el amor de Dios, vivimos en Dios, aunque unas veces le llamemos Padre, otras Hijo y otras Espíritu Santo. Lo llamamos Padre cuando nos referimos a Dios como nuestro Creador, le llamamos Hijo cuando nos referimos a Dios como a Jesucristo, y le llamamos Espíritu Santo cuando nos referimos a Dios como Amor. El amor de Dios no es un amor que se queda clausurado dentro del Dios Trinidad, sino que es un amor expansivo que se derrama sobre todas sus criaturas. Todos nosotros somos criaturas de Dios y Dios nos ama, porque es Amor. Por eso, todo el que vive en el amor de Dios vive en Dios, en el único Dios, en un Dios que es Trinidad.

2.- El Dios trinitario es un Dios familia, un Dios comunidad. Dios no es un individuo aislado e incomunicado, como una isla remota e inaccesible. Dios vive en comunidad, en comunidad ad intra, dentro de sí mismo, y en comunidad ad extra, derramado en cada una de sus criaturas. Por eso, podemos decir que el ser humano es imagen de Dios. Si nosotros queremos ser buenos cristianos debemos vivir en comunidad, en comunidad con Dios y en comunidad con todos los hijos de Dios. La familia cristiana debe vivir a imagen del Dios trinitario, con unas relaciones alimentadas continuamente por el amor. Una familia que no vive en el amor, no es una familia cristiana. En el amor de Dios, claro, que es un amor generoso y gratuito, puro don. Mientras vivimos en este cuerpo mortal, nunca podremos vivir plenamente en el puro amor de Dios, ni como individuos, ni como familia, porque somos seres limitados e imperfectos, pero debemos aspirar a ello. La familia cristiana debe tener como ideal y modelo a un Dios familia, a un Dios Trinidad.

3.- El Dios trinitario es un Dios católico, universal. Toda persona que vive en el amor de Dios vive en Dios, sea del país o de la religión que sea. Jesucristo no vino a salvar sólo a los hijos de Israel, sino a toda persona de buena voluntad que quiere vivir en el amor de Dios. Nuestro Dios es un Dios católico, universal, porque nos ha creado a todos por amor y quiere que todos sus hijos vivamos en el amor. Los seres humanos podemos ser, y muchas veces lo somos, egoístas y muy particulares; Dios, en cambio, porque es puro amor, ama a todas sus criaturas. El mejor propósito que podemos hacer en esta fiesta de la Santísima Trinidad, como individuos particulares, como familia cristiana, y como Iglesia de Cristo, es vivir siempre en el amor de Dios, de un Dios católico y universal, de un Dios que es puro amor, de un Dios Trinidad.

Fuente: www.betania.es

 

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15 mayo 2013 3 15 /05 /mayo /2013 23:50

La Homilía de Betania: Domingo de Pentecostes. 19 de mayo, 2013.

1.- LA CENICIENTA DE LA TRINIDAD

Por José María Maruri SJ

1. - Quizás hayáis leído alguna vez este cuentecillo indio. Dice que Dios, que tiene buen humor, quiso jugar al escondite con el hombre y se puso a discutir con sus consejeros dónde estaría mejor escondido: Hubo opiniones para todos: que si en el bosque, que si en el fondo del mar, hasta que si en un cajón de un armario. Pero el más anciano y sabio de sus consejeros le dijo:

-Señor, escóndete en el corazón del hombre. Es el último sitio donde se le ocurrirá buscarte.

El Espíritu Santo es el Dios escondido y hasta ignorado. Diría yo, que la Cenicienta de la Trinidad. Siendo indispensable para la vida del hombre y de la Iglesia es el menos protagonista, como suelen ser las amas de casa que sólo se les nota cuando faltan. En japonés a la esposa, ama de casa, se le llama Oku-sama. Que significa la señora que está dentro, la que no aparece, pero que verás si se declara en huelga.

2. -También el Espíritu Santo es el Señor que está en el interior. El que no aparece. El que habita en el corazón del hombre, donde rara vez el hombre le busca.

Antes buscamos a Dios en los montes, en el mar, en una maravillosa puesta de sol, en árboles grandiosos o en las pequeñas flores del campo.

Y es que, tal vez, nos parezca imposible que quiera habitar en un sitio donde tantos deseos, poco dignos y honorables, salen afuera. Y sin embargo, el Espíritu de Dios habita en nosotros.

Habita, no está. No es un huésped de un día. No está de paso. Habita. Tiene allí su casa. Es Señor del sitio que ocupa.

No está como un cuadro, un retrato o una estatua. Es un ser viviente que ha hecho de nuestro corazón su morada.

Allí podemos encontrarlo siempre cercano, compañero de mi soledad, amigo sentado a mi vera en la penumbra de un suave atardecer. San Agustín que lo busco locamente a través de la hermosura y los placeres de afuera, al fin lo encontró dentro y exclamó: “Señor, más íntimo y mío que yo mismo”. Lo encontró comprensivo, bondadoso, perdonador, amigo. “Intimior, intimo meo”, más dentro de mí que yo mismo.

3. - El Espíritu de Dios que se nos ha metido en casa es viento y es fuego, mezcla peligrosa, un rescoldo mal apagado en el monte azuzado por viento sabemos de lo que es capaz. Soplando sobre el rescoldo de la Fe que hay en el corazón, el Espíritu de Dios puede levantar imprudentes llamas. Lo ha hecho a lo largo de la Historia cuando ha encontrado hombres que se han dejado arrasar y quemar por el Espíritu: San Francisco de Asís se entrega con toda imprudentemente a salvar a infieles. La Madre Teresa de Calcuta sale de una Congregación Religiosa para entregar imprudentemente su vida a los hambrientos y agonizantes.

Y es notable que este Espíritu, cuando levanta llamas en un rescoldo olvidado es siempre en favor de los demás. Es fuego, es luz y tiende a comunicarse.

¿No estará este buen amigo tratando de encender una buena hoguera dentro de nosotros? ¿No nos pide alguna imprudencia en el dar, o el darnos a los demás? ¿No nos pide algún cambio radical en nuestras vidas? ¿No nos pide llenar de Dios la vaciedad de nuestras vidas?

Mirad, creo que todos nosotros tenemos instalado un perfecto sistema contra incendios. En cuanto sentimos que el Espíritu de Dios nos intranquiliza echamos toda la ceniza que podemos en el rescoldo y lo apretamos bien, como se hacía con los braseros con la paleta, para dejarlo siempre en rescoldo y que no haya peligro de que se convierta en llamas. Nosotros mismos vamos vestidos de amianto y con casco para no quemarnos.

Hoy es el día en el que ese Espíritu de Dios abrasó a los apóstoles y gracias a ello llegó a nosotros la Fe. Dejémonos quemar bajo el soplo del Espíritu.


2.- EL ESPÍRITU SANTO ES VIDA DEL ALMA CRISTIANA

Por Gabriel González del Estal

1. Ven, dulce huésped del alma. Esta “secuencia” que leemos en la liturgia de esta fiesta de Pentecostés, antes del evangelio, es uno de los himnos y oraciones más fervorosamente rezados por las personas cristianas. Es una oración que, rezada con devoción y amor, nos da paz interior, consuelo y descanso en el difícil caminar por este mundo. El Espíritu Santo, cuando se apodera de un alma cristiana, la ilumina y vivifica. La vida del alma cristiana es el Espíritu Santo, porque nos fortalece cuando estamos débiles, nos llena cuando nos sentimos pobres y vacíos, nos da luz y calor cuando estamos apagados y fríos, nos orienta y sana siempre nuestro corazón enfermo y desorientado, muchas veces sucio e indómito. El hombre es, por naturaleza, un ser demasiado egoísta, frágil y tornadizo. Si nos dejamos arrastrar por nuestros instintos más primarios caemos fácilmente en actitudes y comportamientos más animales que espirituales. Necesitamos la fuerza del espíritu, la gracia y el calor de lo alto, para sobreponernos a las tentaciones del mundo y de la carne. Para conseguir esto, necesitamos que el Espíritu Santo nos llene por dentro, sea el dulce huésped del alma, brisa en las horas de fuego, gozo que enjugue las lágrimas, don, en sus dones espléndido. Vamos a pedir hoy, fiesta de Pentecostés, que el Espíritu Santo sea el agua viva que riegue nuestro corazón tantas veces árido y seco, aliento que vivifique y dé vida a nuestra alma, padre amoroso que, con su amor, guíe y llene nuestro corazón casi siempre inquieto e insatisfecho.

2. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Solemos decir que la Iglesia cristiana nació el día de Pentecostés, porque ese día fue cuando los discípulos de Jesús comenzaron a predicar con fuerza y ya sin miedo el evangelio que les había predicado a ellos el Maestro. Hasta entonces, los discípulos habían permanecido con las puertas de la casa, y del alma, cerradas por miedo a los judíos. Pero, a partir de esta fecha, con el Espíritu Santo como motor de sus vidas, ya no pararán de anunciar el evangelio al mundo entero. Primero fue a los judíos y posteriormente también a los gentiles. Jesús había predicado lleno del espíritu del Padre y desde ahora serán los discípulos los que tendrán que hacerlo, estando llenos del espíritu de Jesús: como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Todos los cristianos somos discípulos de Jesús y todos los cristianos somos los destinatarios de su mandato; todos los cristianos debemos sentirnos enviados a predicar el evangelio del reino de Dios. La Iglesia de Cristo es, esencialmente, misionera, y no sería Iglesia de Cristo si no se sintiera enviada a predicar su evangelio.

3. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería. La lengua del Espíritu es siempre una lengua ardiente y luminosa, que enciende e ilumina el alma de la persona que habla y de la que escucha. Las lenguas del Espíritu no son sólo sonidos y voces; son también gestos, actitudes, expresiones que salen del fondo del alma, como lava de un volcán irreprimible. Las lenguas del Espíritu son siempre amor, llamaradas, y el lenguaje del amor es universal. Si nos relacionamos con los demás con el lenguaje de un verdadero amor, del amor del Espíritu, los demás nos entenderán como si les habláramos en su propia lengua. El buen misionero debe aprender amor, antes que lengua, porque, aunque las dos cosas sean necesarias, si no hablamos con amor, nuestro lenguaje terminará siendo ininteligible. Dios es amor y a Dios sólo se le transmite transmitiendo amor.

4. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. En muchos casos, la única manera de saber si nuestros dones son del Espíritu, o no, es mirar si realmente contribuyen al bien común. Porque, aunque cada persona tiene sus dones, no todos los dones son siempre del Espíritu Santo. Hay personas que tienen el don de saber engañar, o de conseguir dominar, o de vivir del cuento. En esta carta a los Corintios, el apóstol Pablo sólo recomienda los dones que proceden del Espíritu, los que se manifiestan para el bien común. Estos son, pues, los dones que cada uno de nosotros debemos pedir hoy al Espíritu Santo, los dones que brotan de la fe en el Espíritu. Por eso, al mismo tiempo que pedimos hoy, con palabras de la Secuencia: reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos, pidamos también al Padre que aumente nuestra fe.


3.- LA FIESTA DE LA COMUNIDAD

Por José María Martín OSA

1.- Pentecostés es la fiesta de Espíritu y de la comunidad. Es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo.

¿No nos dijo Jesús el domingo pasado que bajáramos al valle y no nos quedásemos plantados mirando al cielo? También los discípulos estaban dentro con las puertas y ventanas cerradas por miedo a los judíos. Comparten miedos, ilusiones y el recuerdo de Jesús. El Espíritu se presentó como un vendaval y unas llamas de fuego. El viento y el fuego purifican y transforman. Y entonces..., salieron a predicar, sin miedo, sin utilizar la fuerza, sostenidos en su debilidad por el Espíritu. Cuando la Iglesia se encierra en sí misma por miedo a contaminarse con el mundo, cuando la imagen que da es la de una fortaleza firme, no convence. Se convierte en piedra de escándalo para muchos.

2. - El texto de los Hechos dice que "estaban todos reunidos". No dice que estaban sólo los apóstoles, sino todos, es decir el conjunto de los discípulos, todos los que se proclamaban seguidores de Jesús. Por tanto, los dones del Espíritu lo reciben todos los cristianos, no sólo los que han recibido el orden ministerial. El Espíritu actúa en todo, aunque cada uno reciba un don y una función. A cada carisma o don corresponde un ministerio o servicio. Pero todos somos miembros del cuerpo de Cristo y hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. ¿Reconoces en ti el carisma que has recibido?, ¡sabes cuál es tu misión dentro de la Iglesia! En este momento de la historia más que nunca hay que reconocer la importancia de los ministerios laicales. La Iglesia debe tener una estructura circular y no piramidal.

3.- Los dones del espíritu tienen hoy su traducción. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía y vivir en consecuencia. El sabio es aquel que encuentra el secreto de la felicidad: la vida según Cristo. La inteligencia nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la sociedad para el bien común. Tener una mente abierta es señal de inteligencia. El don de consejo nos lleva a indagar bajo lo visible para descubrir las causas ocultas y poder ayudar al que nos lo pide. La piedad nos protege del egoísmo y del materialismo. La ciencia nos marca una dirección consistente en nuestras vidas, nos ayuda a conocer cómo son las cosas. El temor de Dios, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere defraudarle. La fortaleza es necesaria para un verdadero amor, pues nos da valor para asumir un compromiso auténtico y maduro. Con los dones que el Espíritu nos regala todo es posible desde ahora.

Fuente: www.betania.es

 

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10 mayo 2013 5 10 /05 /mayo /2013 19:20

La Homilía de Betania: VII Domingo de Pascua. Solemnidad de la Ascencion del Señor. 12 de mayo, 2013.

1.- TODO CRISTIANO ESTÁ LLAMADO A SER TESTIGO

Por Pedro Juan Díaz

1.- Las lecturas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar siempre guardan una relación entre sí, especialmente la primera lectura y el evangelio. Esa relación se ve hoy de una manera muy clara ya que el autor de las dos lecturas es el mismo. Es más, el texto que acabamos de escuchar es el final del evangelio de Lucas y la primera lectura es el principio de su segundo libro, los Hechos de los Apóstoles. Lucas nos muestra así una continuidad entre la vida de Jesús narrada en su evangelio y el nacimiento de la Iglesia, que nos cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Y este libro comienza con el momento de la Ascensión de Jesús al cielo, que es la fiesta que estamos celebrando hoy.

2.- También en el evangelio, Lucas nos ha narrado el momento de la Ascensión de Jesús. Jesús les cuenta que Él ha cumplido todo lo que estaba escrito sobre el Mesías: el anuncio del Reino, su pasión, su muerte y resurrección y ahora la ascensión y un nuevo anuncio del Reino, pero esta vez por parte de sus discípulos, porque ellos son ahora TESTIGOS de todo y, con la fuerza y la ayuda del Espíritu Santo, tienen que dar testimonio ante el mundo de lo que han visto y oído. De aquí sacamos la idea fundamental para nuestra reflexión de hoy: todo cristiano está llamado a ser testigo.

3.- Nosotros hemos recibido el testimonio de los Apóstoles. Es más, hemos tenido (o así debe ser) experiencia en nuestra vida de la presencia de Jesús vivo y resucitado y del amor incondicional de Dios por nosotros. Un Dios que, como dice la Carta a los Hebreos, “se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo”. Con su sacrificio, Jesús obtuvo la salvación para toda la humanidad. Fue una muerte solidaria con la humanidad, una muerte obediente y en consonancia con el proyecto salvador de Dios. Y Jesús, resucitado, ahora asciende al cielo “para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”. Esa es la gran experiencia de la que daban testimonio los Apóstoles y que ha hecho posible que esa Buena Noticia llegue a nosotros 2000 años después. Y termina diciendo la Carta a los Hebreos: “acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe… mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa”. Porque el testigo pone el corazón en aquello que vive, anuncia y celebra.

4.- Pero este testimonio no depende solo de nosotros mismos, ni de nuestras solas fuerzas. Hay una nueva fuerza entre nosotros que nos impulsa y que no viene de nosotros, sino del Espíritu Santo. “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”. Ahora la nueva presencia de Dios entre nosotros es su Espíritu Santo. Y Jesús asciende al cielo bendiciendo a sus discípulos y a toda la humanidad, que va a acoger a ese Espíritu en Pentecostés (lo celebraremos la próxima semana). La bendición de Jesús y la fuerza de su Espíritu nos harán capaces de ser sus testigos… “hasta los confines del mundo”. Pidamos que ese mismo Espíritu Santo venga a nosotros. Recemos todos los días diciendo: “Ven, Espíritu Santo”. Seamos testigos convencidos de la presencia de Dios en nuestra vida y en el mundo. Vivamos la vida nueva de Dios, que se nos da cada vez que nos acercamos a la Eucaristía.

2.- CON LA ASCENSIÓN NUESTRO CAMINO ESTÁ ABIERTO

Por Antonio García-Moreno

1.- HISTORIA DE LOS PRINCIPIOS.- San Lucas, después de escribir su evangelio, emprende también con la inspiración divina la tarea de narrar lo que ocurrió después de que Jesús resucitara y subiera a los cielos. Es la historia de los comienzos de la Iglesia, esos tiempos fundacionales en los que el mensaje cristiano comienza a proclamarse como una doctrina nueva y sorprendente que habría de transformar al mundo entero. Así nos refiere que el Señor, antes de subir al trono de su gloria y enviarles la fuerza avasalladora del Espíritu, se les aparece una y otra vez durante cuarenta días, para fortalecerlos en la fe y encenderlos en la caridad, para animarlos con la más viva esperanza.

Fueron cuarenta días de amable intimidad, días inolvidables en los que suavizarían con su grato recuerdo los abrojos de los caminos que habían de recorrer. Por eso les vuelve a hablar de lo que les dijo desde el principio, de que el Reino de Dios estaba cerca, de que la salvación conseguida con su sacrificio en la cruz alcanzaría a todos los tiempos y lugares.

Los apóstoles dicen: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?" Qué pregunta tan intempestiva e inoportuna. Después de cuanto les había enseñado el Señor acerca del Reino, después de haberles mostrado con su muerte de cruz que su Reino no era de este mundo sino un Reino transcendente y espiritual, todavía están pensando en una restauración material de Israel, en un triunfo meramente temporal. Sin embargo, Jesús no se impacienta ante tanta cortedad de miras y, con una comprensión tremenda, les dice que no les toca a ellos conocer el momento señalado por el Padre.

Para disipar sus preocupaciones, más o menos temporalistas, les promete que el Espíritu Santo descenderá sobre ellos y les dará fuerzas para que sean sus testigos, desde Jerusalén y hasta los confines de la tierra. La piedra había caído en el lago y la onda expansiva comenzaba a rizar en círculos concéntricos la tersa superficie del agua, hasta llegar a todas las orillas del Orbe. El Señor dejaba la tierra pero la salvación estaba en marcha. Aquellos hombres y los que vinieron luego seguirían proclamando el Evangelio, harían posible la más prometedora siembra que un día producirá el fruto maduro de la redención universal.

2.- CAMINO DE GLORIA. "Pueblos todos batid palmas..." (Sal 46, 2) El salmista exhorta a todos los pueblos de la tierra a que clamen al Señor, que se llenen de gozo ante el triunfo de Dios. Pero su voz es posible que no llegue hasta donde él intenta. O quizá los hombres no le hagan caso y se dejen vencer por su tristeza. Hay tanto desastre, tanta oscuridad y niebla que es difícil ver la luz, imposible casi el sonreír y exultar de gozo.

No obstante, Dios es magnífico. Todo motivo de pesadumbre para el hombre puede ser superado con la ayuda divina. Para ello hay que remontarse sobre uno mismo, hay que mirar la vida con la mirada audaz y limpia de la fe. Descubrir entre los escombros el rastro luminoso del Señor. Él es más fuerte, omnipotente, capaz de hacer brotar la más bella rosa de las más punzantes espinas.

En medio del dolor y la depresión es necesario hacer revivir la esperanza, recurrir tambaleante quizá a la fuerza de Dios. La fe, como la esperanza, son virtudes teologales que superan la lógica y la perspectiva humanas. Son un don divino que el hombre ha de recibir con humildad y gratitud. Sólo si nos apoyamos en Dios, será posible entonces la paz en medio de la guerra, el gozo en medio del dolor.

"Dios asciende entre aclamaciones..." (Sal 46, 6)Hubo un ascenso penoso hacia al Calvario, un camino que, sin ser demasiado largo se hizo interminable bajo el peso de la cruz y la opresión de la más honda tristeza. Era difícil caminar, exhausto por la flagelación, y arrastrar sobre los hombros aquel pesado madero. Fue una subida lenta entre tropezones y caídas, entre lágrimas y burlas, bajo la mirada curiosa y divertida de la mayoría, también fue compadecido y llorado por unos pocos amigos, acompañado por la propia madre, cuya presencia era un consuelo y también motivo de mayor sufrimiento.

Era, sin duda, el más agudo dolor que hombre alguno haya sufrido. Pero también fue el preludio del más grande triunfo que la historia haya conocido, la mayor victoria que nunca podrá ser superada. La muerte fue vencida, se le arrancó su poder inexorable. Desde entonces, la vida tomaba nuevas luces, se abría a nuevos horizontes. El Señor asciende glorioso ante el pasmo de los suyos. Así marca e inaugura un camino, abierto y accesible para cuantos creamos en él. Un camino que pasa por la tierra y que llega hasta el cielo. Un sendero que asciende en penosa cuesta hasta el Calvario, pero que también llega hasta el monte de la Ascensión. Jesús nos precede tanto en el dolor como en el triunfo. Él nos llama a seguirle en la primera etapa de su Ascensión, la del Calvario, para que un día podamos seguirle en el segundo y definitivo paso de la Ascensión a los cielos.

3.- LA ORACIÓN DEL APÓSTOL. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo..." (Ef. 1, 17) El Apóstol inicia una plegaria en favor de sus lectores, que también nos alcanza a nosotros. Es un comienzo solemne con que invoca al Padre y al Hijo en el Espíritu Santo. Podemos decir que es uno de esos momentos en los que, como dice en otro lugar san Pablo, el Espíritu ora en nosotros con gemidos inenarrables.

Aquí ruega con fervor que el Padre de la gloria nos conceda espíritu de sabiduría y revelación, para que podamos conocerle, luces de lo alto que nos iluminen para comprender la grandeza y magnitud de sus dones. Ser capaces también de descubrir la esperanza que ha de sostener nuestra lucha de cada jornada en una disposición constante de paz y de alegría, aún en medio de las más grandes dificultades y contratiempos. Conocer la riqueza única de los santos, esos bienes maravillosos que satisfacen por siempre las más grandes ansiedades del corazón, sus más recónditos anhelos. Luces para convencernos del poder extraordinario y divino que el Señor tiene en favor nuestro. Ese poder supremo que resucitó a Cristo y lo exaltó en lo más alto de los cielos.

"Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como Cabeza" (Ef. 1, 22) Aquel que parecía terminar su historia clavado en una cruz, vencido ruidosamente por sus enemigos, iniciaba en ese momento su marcha triunfal, la más gloriosa de todos los tiempos. Apenas muerto, baja hasta las simas del Sheol, llega hasta los Infiernos para sacar de allí a los santos que esperaban su santo advenimiento. Y al tercer día resucitó ante el asombro, la incredulidad y el gozo de los suyos. Después, todavía con mayor asombro y gozosa sorpresa, le vieron elevarse majestuosamente, subir sereno y victorioso hacia lo más alto de los cielos. Entonces comenzaron a comprender la grandeza del Señor, iniciaban una penetración cada vez más profunda y rica en el misterio de Cristo, el Hijo del Altísimo que está sentado a la derecha del Padre, ensalzado sobre todos los seres del cielo y de la tierra, visibles e invisibles.

Bajo la luz divina descubrieron también que Cristo es la Cabeza de la Iglesia, de todos nosotros que formamos su Cuerpo místico, los miembros de su gran pueblo, destinado a alcanzar también, después de pasar por la vida y la muerte, una parte en el botín divino de su propia victoria.

4.- EL CAMINO ESTÁ ABIERTO.- "Y vosotros sois testigos de esto " (Lc 24, 48) Ellos volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios... Con estas palabras finaliza el pasaje evangélico que conmemora el día de la Ascensión del Señor. Era cierto que Jesús se había marchado, que ya no podrían oír su voz entrañable. Pero no importaba. Jesús había sido glorificado, había subido a los cielos como triunfante vencedor. Además les había prometido que, lo mismo que se había marchado, así volvería otra vez. Todo era cuestión de tiempo, de esperar confiados que pasaran raudos los días y las horas, al final, volvería con todo el esplendor de su majestad divina, rodeado de ángeles sobre las nubes del cielo.

Los dolores y sufrimientos de la Pasión habían sido superados, los horrores de la cruz estaban ya lejos. Aquellos terribles momentos sólo quedaban como memoria gloriosa de un tremendo combate, en el que Jesús había conseguido la más brillante victoria contra el más terrible enemigo. Todo aquello servía ahora para estímulo y ánimo en los momentos difíciles que también ellos, y los que vendríamos después, tendrían que superar. Por mucho que el enemigo se acerque, aunque parezca que el triunfo es suyo, no haya que tener miedo. La última batalla será ganada por Jesucristo, y en él y con él, por todos los que le han seguido, fieles hasta la muerte.

Antes de subir a lo Alto, Jesús les ha confiado la misión de ser sus testigos en todos los rincones de la tierra, durante todo el tiempo que dure la historia de los hombres. Ellos tenían que recoger la antorcha de manos de Cristo, alumbrar a los pueblos de su tiempo, y pasar después esa misma antorcha a otros hombres, que dinámicos e ilusionados, siguieran levantando en alto la Luz. Tal como el Señor dispuso, así lo hicieron ellos. Con su palabra, y sobre todo con su vida misma, los apóstoles dieron testimonio de Jesucristo, encendieron el mundo frío de su época y prendieron el fuego que Jesús trajo para incendiar la tierra y el tiempo, la Historia entera.

Ante ese triunfo de la Ascensión, el mandato de Jesús cobra una fuerza singular, entonces se comprendía el valor de la Pasión y la Muerte. Desde esa nueva perspectiva, la Cruz ya no era un escándalo ni una locura; todo lo contrario, era la fuerza y la sabiduría de Dios. Desde ese momento se podía hablar de perdón y de conversión. Ya no se podía dudar del amor y del poder divino de Jesús. Ya era posible predicar la conversión, exhortar a los hombres para que volvieran a Dios, seguros de su perdón y de su misericordia. Con la Ascensión de Jesucristo el camino está abierto, y también nosotros podemos recorrerlo.


3.- AHORA NOS TOCA A NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- Está siempre con nosotros. Jesús se despide de los apóstoles, pero anuncia que no les dejará solos. Promete la llegada del Espíritu que les dará fuerza para ser testigos hasta los confines del mundo. Los discípulos no comprendían bien sus palabras, pues querían que estuviera corporalmente con ellos para siempre. Veían en El, nos dice San Agustín, un maestro, un animador y un consolador, un protector, pero humano; si esto no aparecía a sus ojos, lo consideraban ausente, aunque en realidad sigue presente entre nosotros. A nosotros nos ocurre muchas veces lo mismo: no comprendemos lo que nos pasa y nos rebelamos ante ciertas situaciones de dolor y de prueba. Hemos de mantener la calma, hay cosas que ahora no comprendemos, pero sabemos que Dios está siempre a nuestro favor.

2.- ¿Nos quedamos mirando al cielo? Es la hora de recoger el "relevo" que Cristo nos da. Es la hora de la Iglesia y del Espíritu. Es la hora de la madurez. Es como si Jesús nos hubiera dado un empujón desde la rampa de lanzamiento para que ahora nosotros siguiéramos la carrera con lo que Él nos había enseñado. El Reino tenemos que construirlo nosotros mismos, Dios con su providencia amorosa velará para ayudarnos, pero no le pidamos que Él sea el que nos solucione todo, somos nosotros los que tenemos que hacerlo. La gran tentación que tenemos es quedarnos parados mirando al cielo: "¿qué hacéis ahí plantados?". Hoy día también somos tentados si vivimos una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los cristianos, luego todos tenemos que implicarnos más en la defensa de la dignidad del ser humano, de la vida, de la paz, de la justicia. ¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de anunciar su Evangelio?, ¿qué estoy haciendo para que mi fe me lleve a la transformación de este mundo?, ¿cómo asumo el compromiso de la Eucaristía, la misión que cada domingo se me encomienda en la mesa del compartir? Recuerda que la Eucaristía es el sacramento del servicio. a Dios y al hermano.

3.- Los dos brazos de la cruz. Para llegar a Dios hay que acoger al hermano. Así lo hizo Jesucristo, que se abajó para subir al Padre. El camino del cristiano tiene que ser igual que el suyo. Primero hay que estar al lado del hermano que sufre, que pasa dificultades, que está solo y abandonado. Sólo así podremos ascender... Subir al monte nos ilusiona, el esfuerzo que ponemos parece que nos compensa. Es más difícil caminar por el llano, sin un reto aparente. Dos hombres vestidos de blanco dicen a los discípulos: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Nos está diciendo también a nosotros, discípulos del siglo XXI, que no nos quedemos contemplando, que hay que pasar a la acción, que tenemos que ser sus testigos por todo el mundo. Mira a la cruz: ves en ella un brazo vertical que se eleva hacia el cielo, pero también tiene un brazo horizontal que mira a la tierra. Si quieres seguir el ejemplo de Jesús asume la cruz, pero con los dos brazos, mirando al hermano y teniendo siempre la presencia de Dios en tu vida.

4.- San Agustín nos recuerda que la necesidad de obrar seguirá en la tierra, pero el deseo de la ascensión ha de estar en el cielo: "aquí la esperanza, allí la realidad". Hemos de poner atención a los mismos asuntos humanos. Con frecuencia se ha acusado a los cristianos de desentenderse de los asuntos de este mundo, mirando sólo hacia el cielo. No podemos vivir una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los cristianos, luego todos debemos implicarnos más en la defensa de la vida, de la dignidad del ser humano, de la justicia y de la paz. ¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de anunciar su Evangelio?, ¿qué estoy haciendo para que mi fe me lleve a la transformación de este mundo?, ¿cómo asumo el compromiso de la Eucaristía y la misión que cada domingo se me encomienda en la mesa del compartir? No es fácil la tarea que nos asigna el Señor. Soplan vientos contrarios a todo aquello que esté relacionado con el Evangelio. La cultura de hoy ridiculiza la fe, confunde a las personas sencillas y desorienta mediante la ceremonia de la confusión y la burla. Parece como si el cristiano hoy no pudiera hablar ni manifestarse. Sin embargo, Jesús nos pide que seamos sus testigos. No hay que temer a nada ni a nadie. Contamos con el apoyo de la gracia de Dios. Caminemos confiados hacia la esperanza del cielo porque es veraz quien ha hecho la promesa; pero vivamos de tal manera que podamos decirle con la frente bien alta: "Cumplimos lo que nos mandaste, danos lo que nos prometiste" (San Agustín, Sermón 395).

Fuente: www.betania.es

 

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2 mayo 2013 4 02 /05 /mayo /2013 20:14

La Homilía de Betania: VI Domingo de Pascua. 5 de mayo, 2013.

1.- CUANDO AMAMOS VIVIMOS EN COMUNIÓN CON DIOS

Por Gabriel González del Estal

1. El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. Estas palabras de Jesús se han hecho realidad en muchas personas profundamente cristianas, a lo largo de los siglos. Todos hemos conocido a personas buenas, muy buenas, en las que hemos descubierto la imagen y la presencia de Dios. Fueron personas bondadosas y entregadas a los demás, capaces de sacrificarse y de gastarse y desgastarse por amor al prójimo. ¡Qué fácil era descubrir en ellas la bondad de Dios! Dios es amor y toda persona que ama de verdad está en Dios y vive en Dios, es Dios mismo quien vive en él. El amor verdadero no es una simple palabra humana, o un simple gesto humano; el amor verdadero es Dios. Cristo fue el amor de Dios encarnado en una persona humana y este mismo amor es el que Cristo quiere que sus discípulos le tengan a él. Toda persona que, mediante este amor, vive en comunión con Cristo, vive igualmente en comunión con el Padre. Ya sabemos que para san Juan, redactor de este evangelio de Jesús, el amor de Dios se manifiesta siempre en el amor al prójimo: el que dice que ama a Dios, pero no ama a su prójimo, es un mentiroso. Por tanto, si queremos vivir en comunión con Dios, si queremos que Dios habite en nosotros, amemos a Dios y manifestemos este amor en nuestro amor al prójimo. La habitación de Dios en el alma de las personas que aman de verdad es una de las promesas más consoladoras que Cristo hizo a sus discípulos. Pero también es una de las más difíciles de cumplir, por la debilidad y el egoísmo de nuestro corazón. Porque se trata de amar como Cristo nos amó, con un amor gratuito y sacrificado, que llega hasta la muerte de uno mismo para dar vida a los demás. Sólo con la gracia de Dios podremos amar de esta manera. Pidamos al Señor que nos conceda siempre esta gracia.

2. La paz os dejo, mi paz os doy. Cuando terminamos nuestras eucaristías saludamos y despedimos a los fieles diciéndoles “podéis ir en paz”. Durante la eucaristía, también es muy importante el momento en el que nos deseamos mutuamente la paz, “démonos mutuamente la paz”. Jesús saludaba a sus discípulos diciéndoles “la paz esté con vosotros” y es que la palabra paz, en el mundo hebreo, significaba el bien total de la persona: el bienestar físico, social y espiritual. Tener a Cristo, amar a Cristo, es tener paz. El bien de la paz es un bien maravilloso que Dios da a los que le aman. “Daría todos mis versos por un alma en paz”, decía el poeta bilbaíno Blas de Otero, al final de sus días. Los grandes santos sí fueron personas con una gran paz interior, en medio de sus muchas luchas y dificultades. “El que a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”, decía santa Teresa. El amor de Dios, la inhabitación de Dios en nosotros, debe darnos paz, la paz de Dios, la paz de Cristo. Cristo no nos da su paz como nos la da el mundo, porque la paz del mundo no está cimentada en el amor de Dios, sino en intereses creados por nosotros. Pidamos a Cristo que nos dé su paz, la paz que brota y se fundamenta en el amor de Dios.

3. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Así nos dice el autor del Apocalipsis, refiriéndose a la ciudad santa, a la Jerusalén bajada del cielo. Es una ciudad que no necesita sol, ni luna, porque Dios la ilumina. Nuestras ciudades humanas sí necesitan lámparas y luces artificiales, porque no están iluminadas por la luz de Dios. Y es que la Jerusalén bajada del cielo tiene muy poco que ver con la Jerusalén que hemos construido los hombres para proteger nuestros egoísmos y nuestras rivalidades. Nuestras ciudades no son ciudades de paz, de la paz de Dios; son aglomeraciones de gentes que tratamos de proteger individualmente nuestros propios intereses. La ciudad de Dios debe estar iluminada por el amor de Dios. Construir esta ciudad nos parece, de momento, un sueño imposible. Pero también nos parece utópico y lejano el reino de Dios, pero hacia este reino debemos caminar, porque Cristo comenzó su predicación en esta tierra “predicando el reino de Dios”. Sólo si habita entre nosotros el amor de Dios, podremos construir en esta tierra la ciudad de Dios.


 

2.- EL AMOR NOS HACE FUERTES EN LAS PRUEBAS

Por José María Martín OSA

1.- La voz del pueblo de Dios. El Libro los Hechos recoge las conclusiones del primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén. Toda la iglesia, es decir, los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, participan en la solución del problema y en nombre de toda la iglesia de Jerusalén se escribe la carta a las otras iglesias. Pero allí se encontraba también el Espíritu Santo, para iluminarles y ayudarles a tomar la decisión: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”. El tema que se debatía era sobre la necesidad de la circuncisión para salvarse “como mandaba la Ley de Moisés”, o si bastaba la fe en Jesucristo. La circuncisión era todo un símbolo de la Ley antigua. ¿Hay que seguir cumpliéndola o ya tenemos una Ley nueva? ¿Cristo es sólo un complemento de la Ley antigua o ya es él la Ley nueva? Pablo se muestra desde el principio partidario de la "libertad de los hijos de Dios". La decisión fue renovadora y liberadora. No tenemos más Ley que Cristo…. Si exigieron todavía algunas tradiciones sobre la carne y la sangre fue por evitar la ruptura del grupo más conservador. La Iglesia actual be tener en cuenta también hoy día la voz del pueblo de Dios y actuar conforme a “los signos de los tiempos”.

2.- “Que todos los pueblos te alaben”. El salmo 66 que se hemos proclamado expresa el reconocimiento al Creador porque ha bendecido a la tierra con sus frutos, y llama a todos los pueblos a unirse en esta acción de gracias. Es un mensaje muy actual, pues implica superar odios y hostilidades para que todos los hombres puedan sentarse en la única mesa y alabar al Creador por tantos dones que nos ha hecho. El mensaje de la apertura a lo nuevo subyace en la lectura del Apocalipsis. El número total de puertas es de doce, recibiendo cada una de ellas el nombre de una de las doce tribus de Israel; y sobre cada uno de los doce basamentos que dan fortaleza y cohesión a las murallas, el nombre de un apóstol. Así quedan unidos los dos Testamentos con la realización de todas las promesas, pues el número doce indica plenitud.

3.- “El que me ama guardará mi palabra”. Para que una persona se manifieste a otra se requiere que ésta demuestre interés, apertura, disponibilidad por aquélla. Estas actitudes se dan en grado sumo en quien ama. Por eso, sólo quien ama está en condiciones de recibir y entender manifestaciones personales. Por eso Jesús no se manifiesta al mundo, porque el mundo en Juan es la noche, la cerrazón, todo aquél que no ama, todo aquél que odia, todo aquél cerrado en sí mismo y en sus intereses. Hoy Jesús manifiesta que quien le ama a Él es también amado por el Padre, quien hace morada en esa persona. Jesús cambia el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con El. El Padre no es ya un Dios lejano, sino el que se acerca al hombre y vive con él, formando comunidad con los hombres. Buscar a Dios no exige ir a encontrarlo fuera de uno mismo, sino dejarse encontrar por El, descubrir y aceptar su presencia por una relación que ya no es de siervo-señor, sino la de Padre-hijo. Esta fue la experiencia de San Agustín, cuya conversión hemos celebrado la semana pasada. El amor ayuda a superar todas las pruebas. Nuestro corazón dejará de ser cobarde y de temblar, porque Dios permanece siempre con nosotros. El amor a Dios nos trae la paz verdadera y plena, no la paz que da el mundo. Si guardamos y practicamos la palabra de Jesús viviremos alegres en la práctica de las buenas obras. El santo obispo de Hipona, comentando este evangelio, escribió:

Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vinculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos”. (San Agustín)


3.- “NO OS DEJARÉ DESAMPARADOS, VOLVERÉ”.

Por Antonio García-Moreno

1.- CONTROVERSIA.- Es inevitable. Donde hay diversidad de personas hay diversidad de opiniones, puede nacer la controversia. En la Iglesia primitiva había una cuestión que fue la manzana de la discordia durante mucho tiempo: El determinar si era obligatorio o no el someterse a la ley mosaica, con todas las prescripciones añadidas por la tradición judía. Unos defendían que para quedar justificados y entrar en la Iglesia, era preciso someterse a las leyes hebreas, incluida la circuncisión. Muchos de los nuevos cristianos provenían del judaísmo y para ellos resultaba casi imposible admitir que la ley de Moisés ya no obligaba a los hijos del Reino, a los discípulos del Mesías. Y luchaban por mantener una serie de prácticas más o menos extrañas para los gentiles.

Otros, con Pablo y Bernabé a la cabeza, pensaban todo lo contrario. Los paganos convertidos no tenían por qué someterse a las prácticas de los judíos. Para formar parte de la Iglesia bastaba con el bautismo, no era necesaria la circuncisión. Las interminables prescripciones de los hebreos no estaban en vigor para los cristianos, pues la ley de Cristo había sustituido a la de Moisés.

Controversia, diferencias inevitables con buena intención por parte de unos y de otros, con el deseo de hacer lo que Dios quiere, buscando sólo la autenticidad del mensaje de Cristo. Sí, hay una cosa común: la búsqueda de la verdad. Pero al final hay cosas distintas, se pretenden soluciones antagónicas. ¿Qué hacer entonces? Es muy sencillo. Tenía que serlo, ya que en el caso de la fe se están jugando cosas serias. Por ejemplo, la salvación eterna. Sí, la solución es sencilla. Consiste simplemente en aceptar con fe lo que decida la autoridad competente, asistida por el Espíritu Santo...

Así se dirimió aquella controversia y así se irán solucionando todas las que vendrán después, que serán muchas. Y pretender encontrar otra vía de arreglo es inútil y nefasto para la vida de la Iglesia. Primero, y ante todo, porque Dios lo ha dispuesto así, ha querido a su Iglesia jerárquica y no democrática. Y después porque difícilmente se llega a un acuerdo en cosas tan arduas como son las referentes a la fe. A lo más que se llega a veces es a un acuerdo ecléctico que, a fin de cuentas, no complace ni a unos ni a otros.

2.- OBRAS SON AMORES.- Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Esta frase del Señor podría formularse también al revés y decir que el que guarda los mandamientos de la ley de Dios es quien le ama realmente. Esto es así porque obras son amores y no buenas razones. Afirmar que amamos a Dios y luego no cumplir con sus mandatos es un absurdo, algo que no tiene sentido, un contrasentido, una mentira. Lo enseña el Maestro en otra ocasión al decir que no el que dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino aquel que cumple con la voluntad de Dios. Estemos, por tanto, muy alertas, pues resulta fácil que nuestra caridad se quede en palabras y promesas, sin pasar a la realidad de una entrega responsable y constante al querer divino.

Jesús nos promete en este pasaje evangélico que pedirá por nosotros al Padre, a fin de que nos envíe el Espíritu Santo y sea nuestro defensor para siempre. En Pentecostés se cumpliría plenamente la gran promesa de Cristo. Desde entonces el Espíritu de la Verdad está presente en la Iglesia, para asistirla e impulsarla, para hacer posible su pervivencia en medio de los avatares de la Historia. También está presente en el alma en gracia, llenándola con su luz y animándola con su fuego. Sí, el Espíritu sigue actuando, y si secundamos su acción en nosotros, será posible nuestra propia santificación.

“No os dejaré desamparados, volveré”. También estas son palabras textuales de Jesús en la última Cena, en aquella noche inolvidable de la Pascua. Hoy, después de tantos años, podemos comprobar que el Señor cumplió, y sigue cumpliendo, su palabra. Él está presente en medio de nosotros, nos perdona cuantas veces sean precisas, nos ayuda a olvidar nuestras penas, nos fortalece para no desalentarnos a pesar de los pesares. Nos favorece una y otra vez por medio de los sacramentos que la Iglesia administra con generosidad y constancia.

No estamos solos, aunque a veces así pueda parecerlo. Dios está muy cerca, a nuestro lado, dentro del alma. Es preciso recordarlo con frecuencia, descubrir su huella invisible en cuanto nos circunda, advertir sus mil detalles de cariño y desvelo. Y tratar de corresponder a su infinito amor, ya que el amor sólo con amor se paga.

Fuente: www.betania.es

 

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25 abril 2013 4 25 /04 /abril /2013 04:26

La Homilía de Betania: V Domingo de Pascua. 28 de abril, 2013.

1.- EL AMOR ES LA PIEDRA DE TOQUE PARA LOS CRISTIANOS

Por Antonio García-Moreno

1.- PASAR LA ANTORCHA.- Pablo y Bernabé, dos grandes misioneros de la Iglesia primitiva, dos enviados de Dios para que vayan sembrando por vez primera la semilla del evangelio. Ahora vuelven a los mismos lugares por donde pasaron antes, confirmando en la fe a los cristianos... No era fácil perseverar en la fe entonces, ni hoy tampoco lo es. Nunca puede ser fácil creer y vivir según las exigencias últimas de la fe. Los apóstoles se hacen eco de las palabras del Señor. Os perseguirán, os calumniarán, tendréis que negaros a vosotros mismos, habréis de cargar con la cruz de cada día y caminar cuesta arriba.

Sólo así se puede entrar en el Reino de Dios; sólo siguiendo la ruta marcada por el caminar de Cristo, esa difícil ruta... Señor, ayúdanos. Somos unos comodones; por naturaleza nos inclinamos a lo más fácil, huimos de lo que suponga lucha y esfuerzo. Y corremos el peligro de destruirnos a nosotros mismos a fuerza de confort, a fuerza de no combatir.

Iban pasando la antorcha, iban encendiendo nuevas lámparas, transmitían los poderes que habían recibido. Poder de perdonar los pecados, poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y nuevos hombres iban asumiendo, con generosidad y con audacia, la misión de continuar alargando la presencia humilde de Cristo, la tarea de servir con desinterés y continuidad a los hijos de Dios.

Por eso oraban al Señor y ayunaban. Elevaban a Dios fervientes súplicas por los elegidos, por los designados para ser presbíteros. Rezaban para que fueran fieles, para que fueran santos, para que se entregaran día a día a la gozosa crucifixión con Cristo Jesús... Orar, rezar, pedir, suplicar, rogar a Dios. Y ayunar y sacrificarse. Hoy también. Sí, hoy también. Los presbíteros, Señor, los sacerdotes. Los curas, que sean santos, que cumplan con su misión, que traduzcan con exactitud tu mensaje de salvación. Que no caigan en la tentación de tergiversar el verdadero sentido de tus palabras.

2.- EL AMOR, PIEDRA DE TOQUE.- Cuando Judas abandonó el Cenáculo, comenzaba la hora de la Pasión, se iniciaba la noche más triste de la historia. Y, sin embargo, en ese preciso momento empezaba también la glorificación de Jesucristo. Él mismo nos lo dice en el pasaje evangélico de hoy: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él. Los sufrimientos que le hicieron sudar sangre y angustiarse hasta casi morir, eran el camino obligado para llegar al destino inefable de la gloria. Y no sólo para Jesús sino también para todos y para cada uno de nosotros. El Señor fue el guía, el primero que pasó por esa ruta, marcando a golpe de sus pisadas el sendero que nos ha de llevar a nuestro propio triunfo.

Tengamos en cuenta, además, que como en el caso de Cristo, el sufrimiento soportado por amor a Dios no sólo glorifica al justo que lo sufre, sino que también es motivo de gloria para el mismo Dios. En efecto, al ver cómo sufrió Jesús por amor al Padre, no podemos menos de pensar que el Padre es digno de una veneración y un amor sin límites. Dios se nos presenta así tan grande que la vida misma es poco para entregarla en su servicio. Por otra parte, vemos que el Padre corresponde al Hijo con un amor semejante y lo eleva a la más alta gloria que imaginarse pueda. De la misma forma, el hombre que por amor a Dios cumple con su deber de cada instante, se empeña en todo momento por agradar al Señor, ése recibirá también un día la gloria de los que triunfan, la corona de la vida que se promete a los que sean fieles hasta la muerte.

En ese momento que recordamos bajo la luz de la Pascua, les dice Jesús a los suyos como ya le quedaba poco tiempo de estar con ellos. Sus palabras son, prácticamente, las últimas que les diría. Por eso tienen un relieve peculiar, una fuerza mayor. Hay como un cierto énfasis y solemnidad cuando les dice: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Son estas palabras el testamento espiritual de Jesucristo, la última recomendación que venía a resumir y a culminar todo cuanto les había dicho a lo largo de su vida pública.

Que nos amemos unos a otros. Y además, de la misma forma como Él nos amó, con la misma intensidad, con el mismo desinterés, con la misma constancia, con idéntica abnegación... A los discípulos, como a nosotros, debió parecerles excesivo los que Jesús les pedía. Pero el Señor no aminora su exigencia. Para que no les quede la menor duda, añade: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros. Por eso si no queremos de verdad a los otros no somos discípulos de tal Maestro. Tendremos quizá otras cualidades, pero de nada nos servirán si nos falta el amor y la comprensión para los demás. No lo olvidemos nunca, el amor es la piedra de toque para un seguidor de Cristo.


2.- LA SEÑAL DEL CRISTIANO: UN AMOR REDENTOR

Por Gabriel González del Estal

1.- La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os améis como yo os he amado. El amor, sin más, no es la señal del cristiano: hay amor de amigos, amor de padres, amor sexual, amor de compasión, amor político, amor animal, amor humano, etc. Dos personas pueden amarse mucho, sin ser, ni querer ser, cristianos. La señal del cristiano es un amor que quiere ser como fue el amor de Cristo: un amor que destruyó el pecado, que superó el sufrimiento, que venció a la muerte, un amor redentor. Todos los días repetimos los cristianos: por la señal de la santa cruz, pero es necesario que entendamos bien esto. Cristo no nos salvó por lo mucho que sufrió en la cruz, ni por lo mucho que sufrió en su lucha contra el mal y contra los malos; Cristo nos salvó por el mucho amor que puso en su lucha contra el mal, el pecado y la muerte. Lo que nos redimió no fue el sufrimiento y la cruz, por sí mismos; lo que nos salvó fue el amor redentor de Cristo. Sólo por amor aceptó Cristo el sufrimiento y la cruz. Si nosotros sufrimos y padecemos mucho luchando contra el mal y el pecado, pero no lo hacemos con amor cristiano, no somos auténticos discípulos de Cristo. No queremos decir que las personas que padecen y sufren luchando contra el mal, sin referencia a Cristo, hagan mal; de ninguna manera. Luchar contra el mal siempre es bueno, pero no siempre es señal de ser buenos cristianos. A lo largo de la historia ha habido muchísimas personas que se han distinguido por su amor a los demás, aunque no hayan profesado ninguna religión. Han sido personas admirables, en muchos casos, pero si no se amaron, ni pretendieron amarse, con el amor de Cristo, no podemos llamarlos, estrictamente, discípulos suyos. Lo que nos hace discípulos de Cristo no es el amor, sin más, sino el amor de Cristo, un amor que busca la salvación y la redención de todas aquellas personas que necesitan ser salvadas y redimidas de cualquier clase de opresión y muerte. Por eso el amor cristiano es siempre un amor a los más necesitados. En este sentido nos dice hoy Cristo en su evangelio que la señal del cristiano es un amor semejante al suyo: un amor redentor.

2.- Diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios. Pablo y Bernabé fueron dos maravillosos predicadores del evangelio de Jesús; los dos tuvieron que sufrir muchísimo para llevar a cabo la misión que el Señor les había encomendado. Ahora, en este texto, les dicen ellos a los otros discípulos que no se desanimen ante las dificultades que tienen para llevar a cabo su misión evangelizadora. La cruz acompañó a Cristo en su camino hacia el Padre; la cruz seguirá siempre acompañando a los auténticos discípulos de Cristo. El que quiera seguir a Cristo que tome su cruz y le siga, pero que la lleven siempre con amor y por amor, como el mismo Cristo la llevó. Los cristianos tenemos que ponernos al servicio de Dios, al estilo de Cristo, para que Dios por medio de nosotros siga manifestando su amor al mundo. Sabemos que para realizar bien nuestra misión tendremos que sufrir mucho, pero sabemos también que, si aceptamos este sufrimiento con amor cristiano, Dios puede hacer cosas grandes por medio de nosotros.

3.- Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y escuché una voz potente que decía desde el trono: esta es la morada de Dios con los hombres, acampará entre ellos. Hacia este cielo nuevo y hacia esta tierra nueva caminamos los cristianos: hacia una tierra donde pueda acampar nuestro Dios. Queremos vivir en un mundo donde Dios pueda vivir entre nosotros, bendiciendo nuestro trabajo y nuestros esfuerzos. El mundo en el que vivimos ahora no nos gusta, porque no es un mundo gobernado por el amor de Dios, por un amor redentor, sino gobernado por un egoísmo humano que lleva a la desesperación y a la muerte a millones de personas inocentes. En este mundo nuestro, en esta tierra nuestra, no puede acampar nuestro Dios; caminemos hacia un cielo nuevo y hacia una tierra nueva que sí pueda ser morada de Dios, reino de Dios, como quería nuestro Señor Jesucristo. Que sea el amor, un amor redentor, el que dirija nuestros pasos.


 

3.- LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR

Por José María Martín OSA

1.- La puerta abierta de la salvación. El Libro de los de Hechos pone de relieve que el anuncio del evangelio conlleva muchas veces persecuciones. Jesús fue perseguido y sus primeros discípulos también. Hoy día más de doscientos millones de cristianos en todo el mundo tienen dificultades para vivir su fe. En algunos lugares incluso mueren mártires por seguir a Jesucristo. Lucas menciona por vez primera la erección de presbíteros en las iglesias primitivas. No explica los detalles de su función en la Iglesia, pero está claro que eran nombrados para servir a la comunidad como guías y pastores. La lectura termina con la constatación gozosa de que “Dios ha abierto a los gentiles el camino de la fe”. Esta breve frase recalca la importancia idéntica en el orden histórico-salvífico de Antioquía y de Jerusalén, pues todos, judíos y gentiles, son llamados a la salvación. La imagen de la puerta encierra el significado de que la salvación que Jesucristo ofrece está abierta a todos los hombres y mujeres, de toda raza o condición.

2.- La utopía del «nuevo cielo y tierra nueva", proclamada en el Apocalipsis, puede hacerse realidad. No podemos conformarnos con ninguna injusticia, con ninguna mentira, con ningún dolor gratuito. Buscamos siempre la ciudad ideal, que es la ciudad del ser: la sociedad perfecta, que es la civilización del amor. Un mundo en que no nos hagamos sufrir unos a otros, sino que tratemos de ayudarnos unos a otros. El mundo nuevo no supone la destrucción apocalíptica de éste, sino su transformación progresiva. La vida nueva ya está injertada en este mundo viejo. El Reino de Dios ya está dentro de nosotros. Cuando se llegue a conseguir este ideal, toda la ciudad será sagrada: no harán falta templos, porque Dios habitará en medio de su pueblo.

3.- ¿Por qué Jesús llama «nuevo» el mandamiento de amarnos los unos a los otros? Sólo una vez Jesús calificó de «nuevo» un mandamiento. La víspera de su pasión, Jesús dice a sus discípulos: “Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros; como yo os he amado, amaos los unos a los otros” ¿En qué es nuevo ese mandamiento? ¿Acaso no se pide ya en el mandamiento antiguo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”? Jesús da una nueva medida al amor. Dice “como yo os he amado” en el momento mismo en el que, por amor, entrega todo. “Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús, amando a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Comienza a lavar los pies diciendo: “Es un ejemplo que os doy”.

4.- Ahora será glorificado desde el amor. Precisamente, antes del mandamiento nuevo se encuentra una palabra enigmática: “Ahora el Hijo del Hombre será glorificado”. ¿De qué modo Cristo será glorificado antes de entrar, por medio de la cruz y de la resurrección, en la gloria de su Padre? Ya ha sido glorificado porque su gloria es amar. Es por ello que ahora, cuando «ama hasta el extremo», su gloria se manifiesta. Judas ha «salido de noche» para entregarlo. Pero Jesús no padece pasivamente el acontecimiento: entregado, se da a sí mismo, continúa amando en una situación que parece sin esperanza. Es ésa su gloria. Con el mandamiento nuevo, Jesús asocia a sus discípulos a lo que Él ha vivido, les hace capaces de amar con El ama. Oró en esa tarde: “Que el amor con el que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.” A partir de ahora Jesús les habitará como amor, amará en ellos. No sólo da una palabra para que la observen; se da El mismo. Con el don del mandamiento nuevo Jesús hace don de su presencia. Si ponemos en práctica este mandamiento habremos conseguido instaurar la “civilización del amor”, de la que hablaba Pablo VI.


Fuente: www.betania.es

 

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