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Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.

Evangelio Domingo II de Cuaresma Semana. Ciclo C., 24 de Febrero, 2013.

Evangelio Domingo II de Cuaresma Semana. Ciclo C., 24 de Febrero, 2013.

Santoral del día: San Gabriel de la Dolorosa

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 28b-36
Gloria a ti, Señor.

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Palabra del Señor.

Comentario:

El Evangelio de la Transfiguración según la versión de Lucas propone una serie de elementos que es interesante tener en cuenta. La diferencia con los textos de Mateo y Marcos hizo que muchos se pregunten si Lucas tuvo en su poder una fuente propia, aunque otros piensan que posiblemente las diferencias de deban propiamente a la redacción del evangelista.

Los elementos comunes son conocidos: Jesús ha anunciado que le espera el rechazo y la muerte. En los otros Sinópticos Pedro se ha escandalizado y Jesús lo compara con “Satanás” aunque esto es omitido por Lc. Jesús anuncia que quien quiera ser discípulo debe cargar la cruz (“cada día” añade Lc). Esto es muy duro, pero termina aclarando que “algunos de los que están... no probarán la muerte hasta que vean” (Mt aclara “al Hijo del hombre viniendo”) el Reino. Precisamente Jesús se aparta a algunos y les hará “ver”. Así sucede la Transfiguración.

Hay elementos que son propios de Lc y son interesantes: a diferencia de Mc/Mt los días son “ocho”, Jesús sube “al” monte (como si supiéramos cuál es) y sube “para orar” lo que es muy frecuente en Lc; lo que ocurre sucede “mientras oraba”, como una consecuencia de esta oración. Lc agrega como algo importante el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Agrega el temor en medio de la nube, Jesús es además de “Hijo” presentado como “elegido”. Finalmente Lc omite toda relación entre Elías y el Bautista en el descenso del monte. Es interesante que este monte no sea el monte Sión, lugar donde Dios se encuentra con su pueblo: la cita “este es mi hijo” remite al Sal 2 que en v.6 dice que “ha instalado a su rey en Sión, su monte santo”.

La invitación a la cruz es un escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche de la cruz la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores de Jesús: la cosa no termina en la cruz. Jesús es presentado como “hijo”, algo que ya sabemos desde el Bautismo (3,22), o mejor desde la infancia (1,32); a su vez es interesante notar la diferencia: en el Bautismo la frase del cielo se dirige a Jesús: “tú eres...”, mientras que ahora se dirige a la comunidad representada en los discípulos: “este es...”. Pero al añadir “elegido” Lc nos recuerda al Siervo de Yavé (ver Is 42,1), el siervo anunciado que sufre. Es sabido la importancia que la relectura de los cantos del Siervo tuvieron en la comunidad cristiana para referirse a Jesús. Finalmente hay que destacar a Jesús como el “profeta como Moisés” (ver Dt 18,15), es a él a quien “escucharán”, como además recuerda Pedro en Hch 3,22. Lo que ocurre no es una “metamorfosis” sino que su rostro cambia, como había ocurrido con Moisés (Ex 34,29s). Lo que no es claro es por qué se alude a Moisés y a Elías; pensar que Elías aparece como “profeta” mientras Moisés representa a la ley es olvidar que Jesús es visto como “profeta semejante a Moisés”. Lc recibe el texto con ambos personajes, pero él omite el diálogo posterior donde el Bautista es comparado con Elías, probablemente porque prefiere comparar a Jesús con Elías. Es interesante citar aquí un texto rabínico: “Johanán ben Zachaí ha dicho: Dios dijo a Moisés: cuando yo envíe al profeta Elías, ambos habrán de venir juntos”. Lc, en cambio, presenta el diálogo de los dos personajes con Jesús sobre su “éxodo”, es decir sobre su paso (ver 9,51; Hch 13,24), un paso marcado por el plan de Dios. La referencia a Jerusalén es muy importante en el Tercer Evangelio ya que ocupa un lugar central en la teología histórico-geográfica del Evangelio: todo el Evangelio apunta a la ciudad, y desde allí todo parte en Hechos.

Ante la presencia de Moisés y Elías interviene Pedro, pero “no sabe lo que decía”, probablemente Lc lee la clásica incomprensión propia de Mc pensando que es toda la Iglesia la que debe ser reunida por el Señor, o porque no se le puede dar a Dios una morada... La nube es un signo de la presencia divina y de su gloria (“vieron la gloria”, v.32), y por eso cuando los discípulos entran en la nube (sólo Lc señala expresamente que también ellos quedan cubiertos por la nube) “se llenaron de temor”; ellos no son simples espectadores, la nube es reunión de los discípulos en torno a la palabra de Dios, y unidos a su vez con los personajes del cielo en una suerte de “comunión de los santos”. Sin embargo, como en Getsemaní, el sueño los vence (22,45-46), no son testigos del diálogo, y sólo después de la resurrección comprenderán.

Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada; la Iglesia en marcha a su éxodo en el cielo mira el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo.

De golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido y se mantienen en el misterio.

¡Jesús es tan extraño...! Después de tirar abajo todas las expectativas propias de su tiempo, y remarcar que como Mesías lo van a matar, y así salvará a todos, -después de eso-, dice que sus seguidores deben caminar su mismo camino, deben pasar las mismas cruces, y hasta el mismo martirio, y esto ¡cada día!... ¿Quién lo entiende? Pero cuando todo parece, casi, una invitación al masoquismo, se nos manifiesta transfigurado... "¡esto es lo que les espera!", nos señala, como en un relámpago en medio de la noche. Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡¡¡el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida!!!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión.

La transfiguración es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Câmara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”.

¡Pobres de nosotros si queremos aburguesarnos, instalarnos o acomodarnos! El «qué bien estamos aquí» es, evidentemente, "no saber qué se está diciendo". "Cambia, todo cambia" dice una canción... la Cuaresma es "tiempo de cambio" dice la Iglesia... En cambio, Pedro quiere quedarse: "quedémonos aquí" ... Muchos, no quieren saber nada con los cambios: "más vale malo conocido, que bueno por conocer", sentencian ¡Qué diferencia!

La Transfiguración es decirnos "esto es lo que les espera”, es decirnos que "dar la vida vale la pena". Todo proceso de conversión y cambio tiene sentido porque tenemos una roca firme, tenemos uno que no cambia, y garantiza nuestra vida fecunda, un "resucitado que es el crucificado" (J. Sobrino). Por eso la importancia que tiene “escuchar” a Jesús. Es la voz del profeta de los tiempos finales, del profeta como Moisés, que nos enseña el camino de la vida, el camino del éxodo que es camino de Pascua.

Lo que celebramos en la Cuaresma, no es un hecho "piadoso" en el sentido común del término; es un hecho vital, de vida; un jugarse y comprometerse, un dar la vida. Es un volverse a Cristo presente en los hermanos. Como todas las alianzas de la Biblia, la alianza con Abraham se sella con sangre; Jesús, selló -en su sangre- una alianza "nueva y eterna”... Ya no es sangre de animales la que da vida y es signo de la alianza, ahora es la sangre de Cristo, su amor, su vida unida a la sangre de tantos mártires que, con su muerte transfigurada, dan vida a tantos muertos por la violencia y la injusticia. No es que Dios quiera sangre, ciertamente, sino que el amor nunca es más verdadero como cuando llega hasta el final, y en el caso de Jesús, hasta dar la vida, que es el signo de amor por excelencia. Estamos ante una alianza que es amor ofrecido en generosidad, y que cada creyente confirma y reafirma “cada día” en su derramamiento de sangre, sea en el amor cotidiano, como en el martirio doloroso de tantos hermanos nuestros latinoamericanos. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección (hoy vislumbrada en la Transfiguración), jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos... No es que Dios quiera -hay que repetirlo- que nadie muera, Él es Dios de vida, no de muerte- pero nada hay más dador de vida que el amor, por eso es Dios de amor. Dios nos quiere siempre, cada día, dando vida, aunque frente a la injusticia, la violencia y el pecado, esa búsqueda de dar vida pueda implicar tener que dar la vida. Pero como siempre, es la vida y el amor lo que cuenta, es la vida por el reino, es un dar la vida para que otros vivan. Una muerte que da vida, da sentido a tantas vidas muertas...

Fuentes: Leccionario Dominical (año impar); www.servivioskoinonia.org  (Comentario)

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