Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.
Meditación: Sábado de la semana 3 de Pascua
«Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entrega. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 61-69)
1º. Jesús, hoy aparecen dos respuestas opuestas ante el misterio de la Eucaristía que acabas de descubrirles: la respuesta de muchos discípulos que se echan atrás y dejan de acompañarte, y la de los apóstoles.
«El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: “Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?”. La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división: ¿también vosotros queréis marcharos?: esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”, y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo (Catecismo, 1336).
«Jesús, conociendo en su interior...»
Jesús, Tú me conoces bien, conoces mi interior: mis luchas, mis propósitos de mejora, mis victorias y mis derrotas.
Sabes que, a veces, me falta un poco más de fe, un poco más de ilusión por agradarte, un poco más de capacidad de sacrificio. Y entonces me echo atrás; o me quedo quieto –sin mejorar en nada- que al final es lo mismo; porque en la vida interior, el que no avanza retrocede.
Jesús, con Pedro quiero volver a decirte: «Tú tienes palabras de vida eterna».
Ayúdame a vivir en consecuencia.
Y la primera consecuencia es la de intentar no abandonarte, sino seguir a tu lado.
Para ello necesito la ayuda del Padre: «ninguno puede venir a mí si no le juera dado por el Padre».
¿Cómo pido en la comunión, en la oración, en el rosario, por mi fidelidad, para que no te deje nunca?
Jesús, quiero serte fiel; ayúdame.
2º. «Acude en confidencia segura, todos los días, a la Virgen Santísima. Tu alma y tu vida saldrán reconfortadas. -Ella te hará participar de los tesoros que guarda en su corazón, pues “jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a su protección ha sido desoído”»
Jesús, a veces me asalta la tentación de abandonarte; al menos, de no seguirte tan de cerca.
Es demasiado esfuerzo, pienso.
Que me acuerde, entonces, de la respuesta de San Pedro: ¿a quién iremos?: ¿a mi comodidad, a mis gustos, a mis caprichos, a mis defectos?
¿A quién voy a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; yo tengo sólo objetivos humanos, pasajeros.
Es el momento de mirar a la Virgen.
Madre, tú eres la que más conoces y quieres a Jesús, y me quieres también a mí porque soy tu hijo.
¿A quién iremos?
María, quiero acudir a ti, confiarte mis penas, mi cansancio, mis dificultades a la hora de superar un defecto, de alcanzar una virtud o de llevar con visión sobrenatural un sufrimiento.
«Jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a su protección ha sido desoído».
Madre, qué seguridad me da saber que me escuchas y que me ayudas. Que me apoye más en tu protección maternal.
¿Cómo?
Rezando con fe el santo rosario, esa oración que tú misma has pedido a los cristianos que recemos.
Que lo rece con la seguridad de que soy escuchado, y no sólo para pedir cosas, sino para dar: para decirte que te quiero, Madre; que quiero ser un hijo fiel, un hijo parecido a tu Hijo.
Gracias, María, porque no estoy solo, porque tengo siempre a quien acudir.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.