Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.
Meditación: Viernes de la semana 12 de tiempo ordinario, ciclo b. 29 de junio, 2012.
De los males, Dios saca bienes, pues purificados estamos más unidos a la cruz de Cristo
«Cuando bajó del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo: Señor si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Entonces le dijo Jesús: Mira, no lo digas a nadie, sino anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio.» (Mateo 8, 1-4).
1. Al bajar del monte, Jesús, te siguió un gran gentío. Te siguen "grandes muchedumbres", y al ver que luego no son fieles, te pido, Señor, que no se quede mi fe en sensiblería, sino en obediencia y fidelidad.
-“En esto se acercó a Jesús un leproso, y se puso a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"”. Es el primer milagro concreto relatado por san Mateo, después de tu primer gran discurso, Jesús, pues no te contentas con "hermosas palabras" sino que pasas a los "actos": salvarás a muchos, como anuncio del cielo cuando todo mal será vencido. La lepra era el mal por excelencia... enfermedad contagiosa que destruía lentamente a la persona afectada, hombre o mujer, y que era considerada por los antiguos como un castigo de Dios, signo del pecado que excluye de la comunidad. (Dt 28,27-35; Lv 13,14). Y tú, Jesús, das la vuelta a todo esto dedicando el primer milagro a un leproso, alguien considerado impuro; y que todo lo que tocaba pasaba a ser impuro, no podía participar ni en el culto, ni en la vida social ordinaria; el leproso estaba afectado de un interdicto, de un tabú, que espantaba. Estaba prohibido tocarle.
-“Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "¡Quiero, queda limpio!" Y en seguida quedó limpio de la lepra”.
Me imagino lo duro que sería para mí que nadie me hablara, me mirara, se me acercara. Jesús, tú entras en el corazón de ese hombre. Curas sus heridas, las del cuerpo y del alma. Ofreces la mano tendida, el contacto como un signo de amistad, y por este humilde gesto, reintegras al pobre enfermo en la sociedad ordinaria de los hombres.
Contemplo tu gesto, Jesús: gesto de amor. Te rezo yo también, al ver mis lepras de egoísmo, de los pecados capitales: Señor, si quieres, ¡puedes limpiarme! Señor, si quieres, ¡puedes limpiar el mundo!
No quieres popularidad, Señor, mandas que no se pregone el milagro: danos una fe sencilla, una fe que no tenga necesidad de lo extraordinario. Veo también que aceptas las costumbres y las instituciones de su país y de su tiempo... muy sencillamente (Noel Quesson).
Jesús, nos «tocas» con su mano, como al leproso: nos tocas con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorporas a su vida por el agua del Bautismo, nos alimentas con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdonas a través de la mano de tus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (Catecismo, 1116).
Además, Jesús, tú nos pides que hagamos lo que tú, que nos acercarnos al que sufre, para extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores tuyos, Jesús, si, como tú, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle (J. Aldazábal).
2. Jeremías habla durante el tiempo entre la primera y la segunda deportación. Intentó por todos los medios convencer al pueblo para que volviera a la práctica religiosa de la alianza. No le hicieron caso y once años después, volvió Nabucodonosor y el destierro fue ya total. Mandó ajusticiar en su presencia a sus hijos de Sedecías y luego le dejó ciego. Destruyó Jerusalén y envió a todos al destierro.
Dios ¿abandonaría a su pueblo? Las promesas de Dios ¿serían vanas y falsas? De esa dinastía truncada vendría Jesús, que funda un nuevo linaje, y «las fuerzas del infierno no prevaldrán contra la Iglesia» Vemos que ese pueblo en el exilio descubrirá maravillas, escribirá la Biblia que estaba en germen y tradición oral, y también será capaz de recibir la revelación de la resurrección de los cuerpos, la vida eterna.
Señor, creo que la respuesta al «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ¡se halla en la resurrección! Pero qué duro es, Señor, creer cuando se está en la noche, y cuando, humanamente triunfa el fracaso aparente, cuando es la hora del Viernes Santo (Noel Quesson).
3. El salmo de hoy no podía ser otro: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión». Es un salmo que surgió hacia al final de este destierro (un poco antes de que el rey Ciro abriera el camino para que volvieran a Jerusalén los israelitas). Estuvo a punto de consumarse la desaparición total del pueblo y de su religión, incluida la promesa mesiánica. Si también los ancianos se hubieran olvidado de la Alianza, era lógico que dijeran: «si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha... que se me pegue la lengua al paladar» (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabate
Fuente: www.almudi.org