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Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.

Meditación Viernes VI Semana Tiempo Ordinario: Marcos 8, 34-38: Ciclo A. 21 de febrero, 2014.

Meditación Viernes VI Semana Tiempo Ordinario: Marcos 8, 34-38: Ciclo A. 21 de febrero, 2014.

«Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles». (Marcos 8, 34-38)

 

1º. Jesús, hoy me hablas de una condición necesaria para seguirte: «Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo».

¿Qué es negarme a mí mismo?; ¿negarme qué?

La respuesta es clara: negar todo aquello que signifique buscar mi comodidad, mi gusto, mi afirmación por encima de todo.

Esto no significa pasarlo mal.

Significa que, en todo, voy buscando tu voluntad: descanso porque lo necesito para rendir más; me lo paso bien haciéndolo pasar bien a los demás; busco el prestigio profesional para ponerte a Ti como ejemplo; etc.

Negarse, perder la vida, parecen términos negativos.

Parece que es fastidiarse continuamente, fiado en que, al final, obtendré el Cielo.

Pero no es así.

Negarme a mí es afirmar que Tú eres Dios, que Tú sabes mejor que yo lo que me hace feliz.

Negarme es el camino de la verdadera alegría.

Pero hay que probarlo de verdad: es decir; he de intentar que mi regla de conducta sea: Señor, ¿Tú lo quieres? Entonces yo también lo quiero.

Negarme a mí mismo es aprender a contar con los demás: con las necesidades de los demás, con lo que le gusta a los demás; es desaparecer de todo lo que sea recibir honores y enhorabuenas; es servir silenciosamente a los que me rodean.

La vida ordinaria ofrece muchas ocasiones de renunciar a uno mismo y tomar con alegría la cruz: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida.

Y como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio de atesorar muchas riquezas espirituales.

2º. «No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra.

Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa» (Camino.-590).

Jesús, a veces busco aparentar, que los demás me vean: que vean lo listo que soy, que me salen bien las cosas; que cuenten conmigo, que hablen de mí.

Y si algo falla, entonces me derrumbo.

No quieras ser como aquella veleta dorada... siempre girando por el viento sople.

Jesús no quiero «ganar el mundo» sino servir.

Y servir para cosas grandes: servirte a Ti, que eres mi Dios y servir a los demás.

Sé que para eso he de negarme a mí mismo, a mi soberbia, a mis debilidades, y coger muchas veces la Cruz.

Y ser ese viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie me ve.

Gracias a esa labor silenciosa pero eficaz, llenaré el ambiente que me rodea de serenidad y de alegría.

«El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Jesús, si entierro mi vida bajo tierra, si busco sólo tu gloria y no la mía, entonces viviré.

Viviré una vida dichosísima aquí en la tierra, con una alegría que nadie me podrá arrebatar; y después, no te avergonzarás de mí cuando te pida entrar «en la gloria de tu Padre, acompañado de tus santos ángeles».

Porque el Cielo está reservado para aquellos que han aprendido a amar, a darse y a ser felices en la tierra.

 

 

Fuente: www.almudi.org

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