Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.
Homilias. Jueves santo. ciclo c. 28 de marzo, 2013.
1.- EUCARISTIA ES COMPARTIR
Por José María Martín OSA
1.- Institución de la Eucaristía y lavatorio de los pies reflejan lo mismo: la entrega total de Jesús. El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo. Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que Él está entre ellos como el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho, sino el símbolo. Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en la espiritualización del misterio, de quedar deslumbrados por la presencia real de Cristo en el pan y en el vino, y no buscar el verdadero mensaje de ese gesto y de esas palabras. Él nos está diciendo: “Tomad, comed y vivid el amor”.
2.- Jesús se parte por nosotros. En el sacrificio eucarístico, actualizado en nuestras Eucaristías, Jesús entrega su vida por nosotros. Hay muchas semejanzas entre las palabras de Jesús en los relatos de la institución recogidos por los sinópticos y el evangelio de Juan. En aquellos se habla de cuerpo entregado y sangre derramada por nosotros. En el discurso del capítulo 6 del cuarto evangelio hay una explicación del signo de la multiplicación de los panes, que Jesús acababa de realizar. Es un discurso eucarístico. Jesús nos dice que es “el pan de vida” que se parte por nosotros. La fracción del pan, expresión con la que los primeros cristianos designaban la Eucaristía, refleja perfectamente lo que Jesús quiso mostrarnos al partirse y repartirse por nosotros.
3.- Todos somos invitados, sin exclusión. Sólo celebramos bien la Eucaristía si tenemos los mismos sentimientos de Jesús. No olvidemos que el altar no sólo es "ara" para el sacrificio, es también mesa del compartir. Cuando ponemos el mantel y adornamos la mesa del altar estamos significando que allí se va a celebrar una comida fraterna. Y en esta mesa nadie está excluido. A ella están invitados todos: el parado que busca desesperado un trabajo, el inmigrante que se siente rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven desesperado, la mujer explotada. Aquí no hay rechazo, ni soledad, ni explotación; aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. El concilio Vaticano II nos enseñó que la Eucaristía es "fuente y cima de la vida cristiana" (LG 11). Y el Papa Juan Pablo II nos recordó que "la Iglesia vive de la Eucaristía" (Ecclesia de Eucharistia). En efecto, no existe la comunidad cristiana si no celebra el sacramento de la Eucaristía, pero tampoco hay auténtica Eucaristía, si no hay una verdadera comunidad cristiana. Porque la Eucaristía es un banquete, ágape, una fiesta de comunión de hermanos. No puede haber Comunión si no hay comunión de vida. A menudo olvidamos que no sólo comulgamos con Cristo, también lo hacemos con los hermanos. Así lo ha resaltado el Papa Francisco. El, con su vida austera y sencilla, nos enseña que la Eucaristía lleva a compartir los bienes que tenemos con los necesitados. Incluso ha aconsejado a sus paisanos argentinos que no vayan a su entronización, sino que den a los pobres lo que iban a gastar en el viaje a Roma. No se puede comulgar con Dios si excluimos a los a los demás.
2.- EUCARISTÍA Y LAVATORIO DE LOS PIES: UN MENSAJE DE AMOR Y DE SERVICIO
Por Gabriel González del Estal
1.- Yo estoy entre vosotros como el que sirve. Como sabemos, San Juan no nos dice en su evangelio cómo fue la última cena de Jesús; San Juan nos narra, en su lugar, la escena del lavatorio de los pies. No parece que se trate de un olvido, o de un silencio involuntario. San Juan, en su evangelio, da a todas las palabras que dice y a todos los hechos que relata un sentido teológico profundo. Con el relato del lavatorio de los pies San Juan quiere insistir en el carácter de testamento de Jesús, indicando a sus discípulos que su mandamiento principal es el amor al prójimo, manifestado en un servicio humilde y fraterno. ¿Comprendéis, les dije Jesús a sus discípulos, lo que he hecho con vosotros?... os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
2.- También la eucaristía tiene un claro mensaje de amor y de servicio. El pan de la eucaristía es un pan partido y compartido. La fracción del pan no tiene significado sacramental y eucarístico si no tiene el sentido de compartir el sacrificio de Cristo con todos los que formamos el cuerpo de Cristo. San Agustín nos dice que el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, están hechos de elementos separados que, al ser triturados y reunidos, significan en la eucaristía el cuerpo místico de Cristo, el Cristo total. Por eso, se atreve a decir a sus fieles: “en la eucaristía tomáis lo que sois”, cuerpo de Cristo. Es un pan partido y compartido, es el pan del cuerpo entregado de Cristo, del que todos los cristianos, la iglesia, formamos parte.
3.- La eucaristía es memorial de Cristo crucificado, recordándonos que hemos sido redimidos por la entrega de una vida que aceptó morir en la cruz, para llevar a cabo la misión que le había encomendado su Padre. Debemos pensar que celebrar debidamente “el memorial del crucificado” implica estar dispuestos a arriesgar nuestra vida por la misma causa por la que él murió. Por eso, cuando celebramos la eucaristía debemos preguntarnos: ¿nosotros estamos del lado del crucificado, o del lado de los que crucifican?
4.- En la eucaristía celebramos la memoria de un Cristo vivo, resucitado. Por eso, la eucaristía es llamada “misterio pascual”. La plegaria central de la eucaristía es una plegaria de acción de gracias y de alabanza al Padre por el gran don de su Hijo. Junto a esta alabanza, aparece continuamente el contenido de fraternidad, justicia y solidaridad. Tenemos que celebrar la eucaristía con un pan de justicia, nunca con un pan arrebatado a los pobres.
5.- Cuando celebramos el memorial eucarístico y el relato de la última cena del Señor pedimos que Dios haga retornar a su Mesías, que el Señor vuelva, “marana tha”. En esta celebración gozosa de la Cena del Señor y en la participación comprometida del lavatorio de los pies pidamos Jesús que nunca se marche de entre nosotros.
3.- DIOS PASA Y SE QUEDA
Por Pedro Juan Díaz
1.- Esta noche del Jueves Santo iniciamos una celebración que dura tres días. Es el Triduo Pascual en el que recordamos la muerte y resurrección de Jesús, siguiendo paso a paso sus últimos momentos. La primera lectura nos ha recordado que esta noche era la más importante del año para los judíos. Así estaba escrito y así lo mandaba la tradición. Todo estaba bien especificado para celebrarlo como correspondía. Porque no era un día cualquiera, “porque es la Pascua, el Paso del Señor”. Efectivamente, Dios pasó. Pero también hoy Dios pasa y se queda.
2.- Aquella noche Dios pasó para “herir a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados” y todo para salvar a su pueblo. Dios pasó e hizo pasar a su pueblo de la esclavitud a la libertad. El pueblo pasó el Mar Rojo de la mano de Dios para llegar a la tierra prometida y volver a ser un pueblo libre. Aquella Pascua, aquel Paso de Dios fue recordado y celebrado durante generaciones y generaciones. Dios intervino en la historia para salvar a su pueblo. Y el pueblo, que podía disfrutar de la libertad que Dios les había regalado, cayó de nuevo en la esclavitud del pecado, de apartarse de su Dios, de hacer su propio camino. Y rompió la alianza que Dios había hecho con ellos.
3.- Por eso aquella noche también fue especial para Jesús y para sus discípulos. Hacía falta restaurar la alianza rota y Jesús lo iba a hacer, entregando su vida, para nuestra salvación. Pero antes, Jesús quiso celebrar su Pascua nueva, el paso de la muerte a la vida, con sus discípulos, para mostrarles que Dios volvía a pasar, y que se iba a quedar para siempre con ellos en aquel gesto de la fracción del pan. Ni Judas con su traición, ni Simón Pedro con sus dificultades lo pudieron impedir. Dios pasó de nuevo por la vida de la humanidad y se quedó.
4.- San Pablo nos cuenta la tradición que él recibió de lo que aquella noche ocurrió. “El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciado la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz… Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre…”. La alianza con Dios estaba restablecida con la entrega del verdadero Cordero que quita el pecado del mundo. Y aquello había de permanecer para siempre en la memoria, en el corazón y en la vida de aquellos discípulos y de los que vendrían después, hasta nuestros tiempos. Cada vez que celebramos la fracción del pan y bebemos del cáliz, estamos haciendo presente a Jesús muerto y resucitado por nosotros, a Dios que pasa por nuestras vidas y nos libera del pecado para siempre.
5.- Desde aquella noche, un gesto de amor será el signo de la permanencia de Dios entre los hombres: el gesto de la toalla. En aquella toalla que secó los pies de los discípulos, en aquel gesto de servicio del Maestro y Señor de todos, estaba el plan salvador de Dios pasando de nuevo por nuestras vidas. “Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido”. Aquel gesto pasó a ser el gesto de la entrega, el testamento de Jesús, la clave para ser discípulo suyo: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
6.- No hay amor más grande que el que da la vida. Por eso hoy es el Día del Amor Fraterno. Porque estamos llamados a repetir este gesto de Jesús y esta entrega entre nuestros hermanos, entre los que pasan necesidad, necesidad material, necesidad de alimento, de cariño, necesidad de trabajo, necesidad de amor, de estabilidad, de atención, de educación, de respeto. La fraternidad no nace en los árboles, hay que trabajarla para conseguirla. Hoy Caritas nos recuerda que esa fraternidad es posible desde el amor al otro que es mi hermano, no mi rival, ni mi enemigo. Hoy Caritas nos enseña que la fraternidad se consigue a base de compartir lo que uno tiene con el que lo necesita, a base de generosidad y solidaridad, especialmente con los más pobres de este mundo, donde Dios se nos acerca de manera especial. Es por eso que en este día del Jueves Santo, de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, Caritas está presente para decirnos que nada sirve si no hay amor entre nosotros, que es falso nuestro amor a Dios si no pasa por la fraternidad, la generosidad y la solidaridad con el hermano, especialmente con el que sufre y lo pasa mal.
7.- En este momento del lavatorio, que vamos a hacer a continuación, se nos invita a sentir ese paso de Dios por nuestra vida, por nuestro corazón, como aquella noche en Egipto, como la noche de la última Cena. Siente como te llama y te invita a remangarte las manos, a ceñirte la toalla del amor y del servicio y ser “lavador de pies”. Pero antes, déjate lavar por él. No seas reacio, si quieres ser de los suyos y vivir la fraternidad, déjate lavar. Dile como Pedro: “Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Ahora eres “lavador de pies”, lavador especialmente de los más pobres, por puro amor, como Dios hace contigo. Hoy Dios pasa por tu corazón y quiere quedarse, para que, a través de ti, de tu amor y de tu servicio, los más pobres sientan su amor y su cercanía. Déjale entrar.
Fuente: www.betania.es