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Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.

La Homilia de Betania: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. 30 de mayo de 2013

La Homilia de Betania: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. 30 de mayo de 2013

(Los lugares donde se celebra la Solemnidad el Domingo 2 de junio, pueden usar estas homilias)

1.- BUSCAD EL PAN DEL CIELO…

Por Antonio García-Moreno

1.- SACRIFICIO DE MELQUISEDEC.- Se trata de un misterioso personaje del Antiguo Testamento, “sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, que permanece sacerdote para siempre”, según narra la epístola a los Hebreos. También en el salmo ciento diez se dice que su sacerdocio es eterno. Una figura que anunciaba a Cristo, cuyo sacerdocio, en efecto, es eterno, y cuyo origen se pierde en la eternidad. Un sacerdocio que no proviene de los hombres, sino del mismo Dios.

El pasaje nos dice que Abrahán le ofreció el diezmo de todo. De esa forma se pone de relieve la grandeza de ese personaje, pues quien ofrece algo siempre es inferior que aquel a quien se hace la ofrenda. Por otro lado se nos refiere que Melquisedec ofreció a Dios el pan y el vino. Un sacrificio que anunciaba también ese otro sacrificio, el de la Eucaristía donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se inmolan por la salvación del mundo.

2.- LA EUCARISTÍA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA.- El Apóstol asegura que cuanto les está diciendo sobre la Eucaristía pertenece a la Tradición que arranca de Cristo, “procede del Señor” nos dice. Así fue, en efecto, pues el Maestro encomendó a sus discípulos que repitieran en memoria suya lo que él acababa de hacer, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, que se entregaba en sacrificio para la redención del mundo. De ahí que diga San Pablo que cada vez que comemos el Pan o bebemos del Cáliz proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Proclamar la muerte de Cristo equivale a repetir su sacrificio, de modo sacramental pero real. Es decir, en cada celebración eucarística se repite el sacrificio del Calvario. De ahí la importancia capital de la Eucaristía, de la Misa. Tanto que el Magisterio de la Iglesia lo considera como el centro de la vida la cristiana, la fuente de la que brota la vida de la Gracia y, por otro lado, es el acto al que se dirige toda actividad apostólica, allí donde converge cuanto la Iglesia hace y dice para la salvación del mundo.

3.- HASTA SACIARSE.- La multiplicación de los panes y los peces es un hecho atestiguado por todos los evangelistas, uno de esos acontecimientos considerado de capital importancia, no por lo prodigioso sino por el valor teológico que encierra, por el significado doctrinal tan rico e importante que entraña. San Juan recordará que Jesús mismo da las claves para su interpretación, destacando la íntima relación de ese prodigio con la Eucaristía, pues en ella Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el Pan de vida, el Pan vivo.

El Señor se dio cuenta de que aquel milagro despertó en la muchedumbre el entusiasmo, hasta el punto de que quieren hacerlo rey. Pero por otro lado les recrimina que lo busquen sólo porque se han saciado. Buscad el pan del cielo, les dice, el pan que el Hijo del Hombre os dará. Y luego les aclara que quien coma de este Pan no morirá para siempre. Esto es mi Cuerpo –nos recuerda- que será entregado por vosotros.


2.- EL CUERPO ENTREGADO Y LA SANGRE DE LA NUEVA ALIANZA

Por Gabriel González del Estal

1.- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Este relato de la institución de la eucaristía que san Pablo escribe, en su primera carta a los fieles de Corinto, está escrito muchos años antes de la publicación de los Evangelios. Dice san Pablo que él transmite una tradición que procede del Señor. Es importante, por tanto, que pensemos en todas las palabras que nos dice el apóstol: cuando nos acercamos a la eucaristía no vamos a recibir, sin más, el cuerpo de Cristo, sino que vamos a comulgar con el cuerpo de Cristo que se entregó por nosotros. Recibimos al Cristo que, libre y voluntariamente, entregó su vida para salvarnos y para mostrarnos el camino que debemos seguir sus discípulos, si queremos vivir en comunión con él. Es evidente que Cristo no quería morir porque le gustara morir, sino que Cristo aceptó la muerte porque esta era una condición necesaria para salvarnos. La predicación de la buena noticia, de su evangelio, en su lucha continua contra el mal, y contra los malos, le llevaba directamente a la muerte. Él lo sabía, y no se echó atrás ante el temor a la muerte, sino que prosiguió su camino hacia la cruz, entregando voluntariamente su cuerpo. Si no entendemos bien esto último, no entendemos bien el significado de la eucaristía. Repito: cuando comulgamos, no comulgamos, sin más, con el cuerpo de Cristo, sino con el cuerpo del Cristo que se entregó por nosotros, aceptando una muerte injusta y cruel, pero que era necesaria, si quería cumplir con la misión que, desde la eternidad, le había encomendado el Padre.

2.- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. En el Antiguo Testamento se habla de otras alianzas que Dios hizo con su pueblo. Los sacerdotes de la antigua alianza ofrecían a Yahveh la sangre de algún animal sacrificado y la sangre del animal sacrificado sellaba la alianza del pueblo con su Dios. En la nueva alianza es la sangre de Cristo la que sella definitivamente la alianza de Dios con los hombres. Dios no exige ya ofrendas de carneros o toros para perdonar los pecados del pueblo; la sangre de Cristo, ofrecida en la cruz, ha perdonado, de una vez por todas, nuestros pecados. En la eucaristía, cada vez que comemos el pan sacramentado y cada vez que bebemos la sangre de Cristo, renovamos esta nueva alianza, en la que Dios sigue ofreciéndonos su perdón, por los méritos del Cristo que ofreció su vida en la cruz. Se trata de la sangre de Cristo, la sangre derramada para el perdón de nuestros pecados.

3.- Haced esto en memoria mía. Sigue diciéndonos san Pablo que Cristo mandó a sus discípulos que cada vez que se reunieran para comer el pan y para beber del cáliz lo hicieran en memoria suya, es decir, que lo hicieran como Cristo lo hizo, que renovaran el sacrificio de Cristo. Para renovar, pues, dignamente el sacrificio de Cristo, debemos ser conscientes de que estamos ofreciendo a Dios un cuerpo, el cuerpo de Cristo, entregado por nosotros y una sangre, la sangre de Cristo, derramada por nosotros. La eucaristía es la memoria de un Cristo que entregó su vida, libremente, para salvar a la humanidad. Cristo es el primer mártir del cristianismo, que no ofreció su vida para salvarse a sí mismo, sino para salvarnos a nosotros. Celebrar responsablemente la eucaristía lleva implícito ofrecerla vida de Cristo para la salvación de todos los hombres. Cada eucaristía es, en sí misma, una plegaria universal, católica, pura generosidad, puro don. Para poder celebrar la eucaristía con dignidad cristiana debemos sentirnos reconciliados con Dios y con todos los hombres.

4.- Dadles vosotros de comer. La salvación de las personas debe comenzar ya en este mundo. Dar de comer al hambriento es estar contribuyendo ya a su salvación. En este sentido, nuestras eucaristías no pueden quedar reducidas a un acto piadoso y personal, sino que deben implicar un propósito de salvar al mundo ya desde ahora, de poner nuestra vida al servicio de los demás, de todas aquellas personas que nos necesiten. Eucaristía y caridad, amor fraterno, están íntimamente unidas; no pueden entenderse la una sin la otra. En esta fiesta del Corpus Christi comulguemos con Cristo, es decir, unamos nuestra vida a la vida de Cristo, y ofrezcamos nuestra propia vida, unida a la vida de Cristo, para la salvación, ya desde ahora, de todas las personas. Unas eucaristías celebradas con sentido pleno es la mejor receta que podemos ofrecer a nuestra sociedad para resolver todas nuestras crisis.


3.- EL PODER TRANSFORMADOR DEL COMPARTIR

Por Pedro Juan Díaz

1.- Esta fiesta del “Cuerpo de Cristo” (el “Corpus”, decimos en latín) tiene mucho que decirnos a todos para mejorar nuestra vida cristiana y también nuestra vida social. Dentro de unos instantes saldremos por las calles de nuestro pueblo acompañando a Jesucristo Eucaristía. Y ese gesto no se puede quedar solo en algo puntual, sino que es una manera de expresar que nuestra fe tiene que salir también a la calle, al día a día, para que ponga luz en todo lo que hacemos.

2.- Pero antes de eso, recordaremos aquello mismo que hizo Jesús en la última Cena y que hemos recibido como una tradición. Lo hemos escuchado en la segunda lectura, nos decía San Pablo “que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Y desde ese momento el pan y el vino dejan de ser el pan y el vino y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Por eso cuando vamos a comulgar no vamos a comernos un trozo de pan, sino a recibir al mismo Jesús. Y cuando salimos a la calle, llevamos a Jesús dentro de nosotros para que nos ayude, nos de su luz, su fuerza, su Espíritu Santo, que nos haga actuar como Él lo hizo. Comulgar a Jesús es algo muy importante y que necesitamos para llevar una vida cristiana, una vida según Cristo. Por eso hoy, estos niños que le han recibido varias veces ya, le van a acompañar también por las calles de nuestro pueblo, expresando el deseo de que tanto ellos, como sus padres, como todos nosotros, llevemos una vida coherente con la fe que profesamos.

3.- Si nos tomamos en serio esto de recibir a Jesús, viviremos entre nosotros una cosa muy importante: la COMUNIÓN. ¿Qué significa la palabra “comunión”? Pues que todas las personas estamos llamados a vivir unidos, a ayudarnos unos a otros, a querernos, a respetarnos, a preocuparnos los unos por los otros. Y tenemos un ejemplo en el evangelio de hoy. Hemos escuchado como Jesús estaba en un descampado donde se había acercado mucha gente a escucharle. Y estaban todos muy a gusto oyendo a Jesús, incluso llevaron a algunos enfermos a Jesús, y los curó. Pero empezó a hacerse de noche y había tanta gente, que los discípulos se preocuparon y fueron a decirle a Jesús que les dijera que se fueran de allí a alguna aldea cercana a buscar un sitio donde dormir y algo de comer. Y, para su sorpresa, la respuesta de Jesús fue otra: ¿Por qué se tienen que ir? “Dadles vosotros de comer”.

4.- Los discípulos dicen que ellos no tienen suficiente comida para todos, ni dinero para comprar para tantos. “No tenemos más que cinco panes y dos peces”. Pero eso era suficiente para Jesús. “Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”. Y en ese momento, hubo comida para todos, porque Jesús puso en marcha el poder transformador del compartir, un poder que hizo posible que comieran todos hasta saciarse y recogieran doce cestos de sobras. ¿O no habéis tenido la experiencia de que cuando nos juntamos a comer y traemos cada uno algo para compartir siempre hay de sobra para todos?

5.- La enseñanza de Jesús tiene mucho que ver con la Comunión que vamos a hacer aquí, porque nos dice que vivamos unidos y que no permitamos que haya nadie a nuestro alrededor que pase necesidad, que no tenga lo necesario para vivir. Por eso hoy, además de todo lo que estamos celebrando, celebramos también el Día de Caritas, con un lema que dice: “Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”. Vive con sencillez y procura que todos aquellos con los que conviven también lo hagan, para que todos podamos ser un poquito más felices. Y para que entendáis esta reflexión, os voy a contar una fábula, que se llama “La sopa de piedra” y que dice así:

6.- Cierto día, llegó a un pueblo un hombre y pidió por las casa para comer, pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una mujer para que le diese algo de comer. “Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor?”. “Lo siento, pero en este momento no tengo nada en casa”, dijo ella. “No se preocupe, dijo amablemente el extraño, tengo una piedra en mi mochila con la que podría hacer una sopa. Si usted me permitiera ponerla en una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo”. “¿Con una piedra va a hacer usted una sopa? ¡Me está tomando el pelo!”. “En absoluto, Señora, se lo prometo. Deme un puchero muy grande, por favor, y se lo demostraré”. La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El extraño preparó el fuego y colocaron la olla con agua. Cuando el agua empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada exclamando: “¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas”. Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne. Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y sal. Por fin pidió: “¡Platos para todo el mundo!”. La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas. Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida. Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.

7.- ¿Habéis entendido el mensaje? Aquella “piedra” provocó que aquella gente diera lo mejor de sí misma, lo que todos llevamos dentro. El poder del compartir transformó las excusas de la gente para no dar de comer a aquel hombre en participación, generosidad y solidaridad para que todos, en aquel pueblo, pudieran comer aquel día, gracias a que habían sido capaces de compartir, gracias a que habían actuado unidos, en comunión. Ojala también nosotros aprendamos a vivir unidos, en comunión unos con otros, como nos enseña Jesús cada vez que venimos a la Misa y le vemos que se entrega por nosotros, haciéndose alimento para nuestro espíritu, para que seamos cada día un poquito más felices. Que nosotros también nos entreguemos por los demás, para que todos, juntos, como Jesús, nos ayudemos a vivir felices, como Dios quiere. Este es el mensaje que todos los días debemos transmitir cuando salgamos a la calle los que nos llamamos cristianos, y de manera especial hoy, que vamos a salir con Jesús Sacramentado. Que así sea.

 

Fuente: www.betania.es

 

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