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Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.

La Homilía de Betania: VI Domingo de Pascua. 5 de mayo, 2013.

La Homilía de Betania: VI Domingo de Pascua. 5 de mayo, 2013.

1.- CUANDO AMAMOS VIVIMOS EN COMUNIÓN CON DIOS

Por Gabriel González del Estal

1. El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. Estas palabras de Jesús se han hecho realidad en muchas personas profundamente cristianas, a lo largo de los siglos. Todos hemos conocido a personas buenas, muy buenas, en las que hemos descubierto la imagen y la presencia de Dios. Fueron personas bondadosas y entregadas a los demás, capaces de sacrificarse y de gastarse y desgastarse por amor al prójimo. ¡Qué fácil era descubrir en ellas la bondad de Dios! Dios es amor y toda persona que ama de verdad está en Dios y vive en Dios, es Dios mismo quien vive en él. El amor verdadero no es una simple palabra humana, o un simple gesto humano; el amor verdadero es Dios. Cristo fue el amor de Dios encarnado en una persona humana y este mismo amor es el que Cristo quiere que sus discípulos le tengan a él. Toda persona que, mediante este amor, vive en comunión con Cristo, vive igualmente en comunión con el Padre. Ya sabemos que para san Juan, redactor de este evangelio de Jesús, el amor de Dios se manifiesta siempre en el amor al prójimo: el que dice que ama a Dios, pero no ama a su prójimo, es un mentiroso. Por tanto, si queremos vivir en comunión con Dios, si queremos que Dios habite en nosotros, amemos a Dios y manifestemos este amor en nuestro amor al prójimo. La habitación de Dios en el alma de las personas que aman de verdad es una de las promesas más consoladoras que Cristo hizo a sus discípulos. Pero también es una de las más difíciles de cumplir, por la debilidad y el egoísmo de nuestro corazón. Porque se trata de amar como Cristo nos amó, con un amor gratuito y sacrificado, que llega hasta la muerte de uno mismo para dar vida a los demás. Sólo con la gracia de Dios podremos amar de esta manera. Pidamos al Señor que nos conceda siempre esta gracia.

2. La paz os dejo, mi paz os doy. Cuando terminamos nuestras eucaristías saludamos y despedimos a los fieles diciéndoles “podéis ir en paz”. Durante la eucaristía, también es muy importante el momento en el que nos deseamos mutuamente la paz, “démonos mutuamente la paz”. Jesús saludaba a sus discípulos diciéndoles “la paz esté con vosotros” y es que la palabra paz, en el mundo hebreo, significaba el bien total de la persona: el bienestar físico, social y espiritual. Tener a Cristo, amar a Cristo, es tener paz. El bien de la paz es un bien maravilloso que Dios da a los que le aman. “Daría todos mis versos por un alma en paz”, decía el poeta bilbaíno Blas de Otero, al final de sus días. Los grandes santos sí fueron personas con una gran paz interior, en medio de sus muchas luchas y dificultades. “El que a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”, decía santa Teresa. El amor de Dios, la inhabitación de Dios en nosotros, debe darnos paz, la paz de Dios, la paz de Cristo. Cristo no nos da su paz como nos la da el mundo, porque la paz del mundo no está cimentada en el amor de Dios, sino en intereses creados por nosotros. Pidamos a Cristo que nos dé su paz, la paz que brota y se fundamenta en el amor de Dios.

3. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Así nos dice el autor del Apocalipsis, refiriéndose a la ciudad santa, a la Jerusalén bajada del cielo. Es una ciudad que no necesita sol, ni luna, porque Dios la ilumina. Nuestras ciudades humanas sí necesitan lámparas y luces artificiales, porque no están iluminadas por la luz de Dios. Y es que la Jerusalén bajada del cielo tiene muy poco que ver con la Jerusalén que hemos construido los hombres para proteger nuestros egoísmos y nuestras rivalidades. Nuestras ciudades no son ciudades de paz, de la paz de Dios; son aglomeraciones de gentes que tratamos de proteger individualmente nuestros propios intereses. La ciudad de Dios debe estar iluminada por el amor de Dios. Construir esta ciudad nos parece, de momento, un sueño imposible. Pero también nos parece utópico y lejano el reino de Dios, pero hacia este reino debemos caminar, porque Cristo comenzó su predicación en esta tierra “predicando el reino de Dios”. Sólo si habita entre nosotros el amor de Dios, podremos construir en esta tierra la ciudad de Dios.


 

2.- EL AMOR NOS HACE FUERTES EN LAS PRUEBAS

Por José María Martín OSA

1.- La voz del pueblo de Dios. El Libro los Hechos recoge las conclusiones del primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén. Toda la iglesia, es decir, los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, participan en la solución del problema y en nombre de toda la iglesia de Jerusalén se escribe la carta a las otras iglesias. Pero allí se encontraba también el Espíritu Santo, para iluminarles y ayudarles a tomar la decisión: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”. El tema que se debatía era sobre la necesidad de la circuncisión para salvarse “como mandaba la Ley de Moisés”, o si bastaba la fe en Jesucristo. La circuncisión era todo un símbolo de la Ley antigua. ¿Hay que seguir cumpliéndola o ya tenemos una Ley nueva? ¿Cristo es sólo un complemento de la Ley antigua o ya es él la Ley nueva? Pablo se muestra desde el principio partidario de la "libertad de los hijos de Dios". La decisión fue renovadora y liberadora. No tenemos más Ley que Cristo…. Si exigieron todavía algunas tradiciones sobre la carne y la sangre fue por evitar la ruptura del grupo más conservador. La Iglesia actual be tener en cuenta también hoy día la voz del pueblo de Dios y actuar conforme a “los signos de los tiempos”.

2.- “Que todos los pueblos te alaben”. El salmo 66 que se hemos proclamado expresa el reconocimiento al Creador porque ha bendecido a la tierra con sus frutos, y llama a todos los pueblos a unirse en esta acción de gracias. Es un mensaje muy actual, pues implica superar odios y hostilidades para que todos los hombres puedan sentarse en la única mesa y alabar al Creador por tantos dones que nos ha hecho. El mensaje de la apertura a lo nuevo subyace en la lectura del Apocalipsis. El número total de puertas es de doce, recibiendo cada una de ellas el nombre de una de las doce tribus de Israel; y sobre cada uno de los doce basamentos que dan fortaleza y cohesión a las murallas, el nombre de un apóstol. Así quedan unidos los dos Testamentos con la realización de todas las promesas, pues el número doce indica plenitud.

3.- “El que me ama guardará mi palabra”. Para que una persona se manifieste a otra se requiere que ésta demuestre interés, apertura, disponibilidad por aquélla. Estas actitudes se dan en grado sumo en quien ama. Por eso, sólo quien ama está en condiciones de recibir y entender manifestaciones personales. Por eso Jesús no se manifiesta al mundo, porque el mundo en Juan es la noche, la cerrazón, todo aquél que no ama, todo aquél que odia, todo aquél cerrado en sí mismo y en sus intereses. Hoy Jesús manifiesta que quien le ama a Él es también amado por el Padre, quien hace morada en esa persona. Jesús cambia el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con El. El Padre no es ya un Dios lejano, sino el que se acerca al hombre y vive con él, formando comunidad con los hombres. Buscar a Dios no exige ir a encontrarlo fuera de uno mismo, sino dejarse encontrar por El, descubrir y aceptar su presencia por una relación que ya no es de siervo-señor, sino la de Padre-hijo. Esta fue la experiencia de San Agustín, cuya conversión hemos celebrado la semana pasada. El amor ayuda a superar todas las pruebas. Nuestro corazón dejará de ser cobarde y de temblar, porque Dios permanece siempre con nosotros. El amor a Dios nos trae la paz verdadera y plena, no la paz que da el mundo. Si guardamos y practicamos la palabra de Jesús viviremos alegres en la práctica de las buenas obras. El santo obispo de Hipona, comentando este evangelio, escribió:

Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vinculo de las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos”. (San Agustín)


3.- “NO OS DEJARÉ DESAMPARADOS, VOLVERÉ”.

Por Antonio García-Moreno

1.- CONTROVERSIA.- Es inevitable. Donde hay diversidad de personas hay diversidad de opiniones, puede nacer la controversia. En la Iglesia primitiva había una cuestión que fue la manzana de la discordia durante mucho tiempo: El determinar si era obligatorio o no el someterse a la ley mosaica, con todas las prescripciones añadidas por la tradición judía. Unos defendían que para quedar justificados y entrar en la Iglesia, era preciso someterse a las leyes hebreas, incluida la circuncisión. Muchos de los nuevos cristianos provenían del judaísmo y para ellos resultaba casi imposible admitir que la ley de Moisés ya no obligaba a los hijos del Reino, a los discípulos del Mesías. Y luchaban por mantener una serie de prácticas más o menos extrañas para los gentiles.

Otros, con Pablo y Bernabé a la cabeza, pensaban todo lo contrario. Los paganos convertidos no tenían por qué someterse a las prácticas de los judíos. Para formar parte de la Iglesia bastaba con el bautismo, no era necesaria la circuncisión. Las interminables prescripciones de los hebreos no estaban en vigor para los cristianos, pues la ley de Cristo había sustituido a la de Moisés.

Controversia, diferencias inevitables con buena intención por parte de unos y de otros, con el deseo de hacer lo que Dios quiere, buscando sólo la autenticidad del mensaje de Cristo. Sí, hay una cosa común: la búsqueda de la verdad. Pero al final hay cosas distintas, se pretenden soluciones antagónicas. ¿Qué hacer entonces? Es muy sencillo. Tenía que serlo, ya que en el caso de la fe se están jugando cosas serias. Por ejemplo, la salvación eterna. Sí, la solución es sencilla. Consiste simplemente en aceptar con fe lo que decida la autoridad competente, asistida por el Espíritu Santo...

Así se dirimió aquella controversia y así se irán solucionando todas las que vendrán después, que serán muchas. Y pretender encontrar otra vía de arreglo es inútil y nefasto para la vida de la Iglesia. Primero, y ante todo, porque Dios lo ha dispuesto así, ha querido a su Iglesia jerárquica y no democrática. Y después porque difícilmente se llega a un acuerdo en cosas tan arduas como son las referentes a la fe. A lo más que se llega a veces es a un acuerdo ecléctico que, a fin de cuentas, no complace ni a unos ni a otros.

2.- OBRAS SON AMORES.- Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Esta frase del Señor podría formularse también al revés y decir que el que guarda los mandamientos de la ley de Dios es quien le ama realmente. Esto es así porque obras son amores y no buenas razones. Afirmar que amamos a Dios y luego no cumplir con sus mandatos es un absurdo, algo que no tiene sentido, un contrasentido, una mentira. Lo enseña el Maestro en otra ocasión al decir que no el que dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino aquel que cumple con la voluntad de Dios. Estemos, por tanto, muy alertas, pues resulta fácil que nuestra caridad se quede en palabras y promesas, sin pasar a la realidad de una entrega responsable y constante al querer divino.

Jesús nos promete en este pasaje evangélico que pedirá por nosotros al Padre, a fin de que nos envíe el Espíritu Santo y sea nuestro defensor para siempre. En Pentecostés se cumpliría plenamente la gran promesa de Cristo. Desde entonces el Espíritu de la Verdad está presente en la Iglesia, para asistirla e impulsarla, para hacer posible su pervivencia en medio de los avatares de la Historia. También está presente en el alma en gracia, llenándola con su luz y animándola con su fuego. Sí, el Espíritu sigue actuando, y si secundamos su acción en nosotros, será posible nuestra propia santificación.

“No os dejaré desamparados, volveré”. También estas son palabras textuales de Jesús en la última Cena, en aquella noche inolvidable de la Pascua. Hoy, después de tantos años, podemos comprobar que el Señor cumplió, y sigue cumpliendo, su palabra. Él está presente en medio de nosotros, nos perdona cuantas veces sean precisas, nos ayuda a olvidar nuestras penas, nos fortalece para no desalentarnos a pesar de los pesares. Nos favorece una y otra vez por medio de los sacramentos que la Iglesia administra con generosidad y constancia.

No estamos solos, aunque a veces así pueda parecerlo. Dios está muy cerca, a nuestro lado, dentro del alma. Es preciso recordarlo con frecuencia, descubrir su huella invisible en cuanto nos circunda, advertir sus mil detalles de cariño y desvelo. Y tratar de corresponder a su infinito amor, ya que el amor sólo con amor se paga.

Fuente: www.betania.es

 

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