Es un Blog de orientación Cristiano/Católico, dirigido a personas de 16 a años en adelante, en el que se publican diariamente las Lecturas del Día, de acuerdo al Calendario Litúrgico Católico, la Lectio Divina, el Santoral del Día, la Liturgia de las Horas (Laudes, Vísperas y Completas, y otros artículos de orientación espiritual y moral.
La Homilía: Segundo Domingo después de Navidad. 5 de enero, 2014
1.- LA “PALABRA” DEFINITIVA
Por Pedro Juan Díaz
1.-Si hay una palabra que hoy destaca por encima de todas en las lecturas es precisamente “La Palabra” con mayúsculas. Esa “Palabra” con la que Dios creó el mundo en el principio, esa “Palabra” que acompañaba la vida del pueblo de Israel, que era la voz de los profetas, la “Palabra” que anunciaba al Mesías esperado se ha hecho de nuestra propia carne y sangre, se ha encarnado en nuestra propia naturaleza humana, sin perder la suya, ha puesto su tienda de campaña para quedarse entre nosotros. Y todo esto aparece ante nuestros ojos si somos capaces de contemplar el pesebre y descubrir en ese niño acostado y envuelto en pañales a “La Palabra” definitiva de Dios para todos nosotros.
2.- La primera lectura, que es el “himno a la sabiduría”, nos recuerda que esa “Palabra” es sabia, es veraz. Jesús nos muestra el verdadero rostro de Dios, no solo con su palabra y su mensaje, sino también con su manera de vivir. Ahí radica la sabiduría, en que seamos capaces de vivir en coherencia con lo que pensamos y de pensar conforme al Evangelio. Con esa “Palabra” de sabiduría Dios crea el mundo y lo “recrea” enviando a su hijo Jesús, su mejor Palabra. Y esa “Palabra” se ha hecho VIDA. Hoy en día las palabras se quedan cortas si no van acompañadas por una vida que las refrende. Por eso la de Jesús permanecerá para siempre, “cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, nos dice. Él ha refrendado su palabra con la entrega de su vida.
3.- La de Jesús es una palabra que merece toda nuestra atención. Es una palabra que viene a nuestra vida para darle un sentido verdadero y de felicidad. Es una palabra que no sólo encontramos aquí o al leerla, sino que también la encontramos hecha vida en tantas personas que son capaces de “encarnarla” en sus vidas, en sus ambientes, en sus familias, en sus trabajos, entre los suyos. Dice San Pablo en la segunda lectura: “que el Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo”. El Padre nos ha dado la “Palabra” para que podamos conocerle en profundidad. Necesitamos ese “espíritu de sabiduría y revelación” para poder reconocerle vivo y resucitado en medio de nuestro mundo. Necesitamos abrir nuestros oídos, nuestros ojos, todos nuestros sentidos, para recibirle en nuestras vidas en esta Navidad. Dios nace para ti y para mí cada vez que escuchamos su “Palabra” y la intentamos hacer vida. Dios es “Palabra viva”, no puede quedarse encerrado ni parado. La “Palabra” no es para quedárnosla, sino para compartirla, para hacerla testimonio, para que cale en otros y les lleve al encuentro con Dios.
4.- Hoy puedes quedarte con la sensación que una Navidad más se te escapa sin pena ni gloria o apartar las penas y celebrar la Gloria reconociendo ante ti al salvador hecho hombre, a la “Palabra” hecha carne y vida. Un Dios que no se cansa de nacer una y otra vez para salvarte. Que acepta toda la humanidad como parte de su propia vida. Que va a iniciar su camino de humanidad para enseñarte a ser más humano. Y que una y otra vez quiere seguir naciendo si le haces un sitio en tu corazón a través de su “Palabra” que es Jesús, hecho niño, recostado en el pesebre de Belén.
5.- Hoy puedes acoger la “Palabra” que nace y darle calor y vida. Hoy puedes convertirte en LUZ. “Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día, para iluminar a los que viven en la más profunda oscuridad, para dirigir nuestros pasos por un camino de paz” (Lc 1,78-79).
2.- VIENE A NOSOTROS
Por José María Martín OSA
1. - "La Palabra era vida y la vida es la luz de los hombres". El prólogo del evangelio de Juan identifica a Jesús con la Palabra, "el Logos" griego. La enseñanza de Juan el Bautista, el hombre enviado por Dios y testigo de la luz, nos conduce al encuentro con Jesús, "luz verdadera que alumbra a todo hombre”. La Palabra de Dios recorrió un largo proceso en su acercamiento a los hombres. La hemos contemplado presente en la Creación. En la etapa final de la historia nos ha hablado por el Hijo, la luz verdadera. Pero lo más grave es que los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Rechazaron la claridad para vivir en la oscuridad. ¿Y nosotros, qué preferimos las tinieblas, o la luz? Porque, como dice San Agustín, "la Palabra de Dios se ofrece a todos; cómprenla quienes puedan. Pueden todos los que piadosamente lo quieren. En esa Palabra se encuentra la paz; y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. (Sermón 117, 1-5)”.
2.- "Pero vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la luz". Hoy día sigue viniendo a nosotros, ¿por qué no sabemos reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad, pero más que Navidad son "navidades" en las que es muy difícil identificar la presencia del Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la auténtica "luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden profundizar en nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en la envoltura y no hemos descubierto el tesoro que encierra. "A quienes les recibieron les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre". Este don gratuito, grandioso e inesperado es como "nacer de Dios". El se acerca a los hombres hasta el punto de hacerse uno de ellos, "hacerse carne", dice el evangelista. El misterio de la Encarnación, es el misterio del Amor de Dios a los hombres.
3. - Nos hace a nosotros divinos. La revelación fundamental del evangelio, el prólogo de San Juan, es que a todos aquellos que le reciben "Dios les da poder para ser hijos suyos". A todos aquellos que son capaces de acogerlo en su corazón, Dios les regala su gracia, que se desborda generosamente. Dios ha querido estar dentro del mundo, no fuera. La gráfica imagen que el evangelista utiliza para describir la encarnación de Dios en el hombre es la de "acampó entre nosotros". No hay derecho a echar a Dios de nuestro mundo, El esta presente en nuestra vida. Es absurdo decir Dios sólo habita en el cielo, pues El ha querido encarnarse en nosotros. ¿Para qué? No tengo ninguna duda: para enseñarnos a amar. Dios se humaniza, como dice San Agustín, para hacernos a nosotros divinos. Una persona me envió un mensaje de Navidad, que es sobre todo una súplica. Creo que aclara la manera en que tenemos que acoger al Dios, que se encarna en nuestras vidas:
"En breve va a nacer un niño y será huérfano si no lo adoptas. Me gustaría que lo acogieses en tu hogar junto con tu familia. Tendrá que hacer una limpieza general y quitar trastos para hacerle sitio. Retirar el egoísmo, el consumismo, la comodidad, la soberbia, el encerrarse en uno mismo, el orgullo, la mentira, la indiferencia ante los problemas y alegrías de los demás, la envidia, la cizaña, la rutina, las excusas... Necesitará que creas en El y en lo que puede hacer a través de ti. Con este frío no se te olvide con un tejido muy cálido llamado AMOR, que cuanto más lo repartas a quienes te rodean, más calentito estará. Por cierto, sólo te dejará dormir si siembras PAZ cada día, pues si se te olvida llorará mucho. Pero en el fondo, ya verás como será la alegría de la casa. Gracias por ayudar a que este niño tenga un hogar en tu corazón. ¡Su vida depende de ti!".
3.- ¡GRACIAS, MI DIOS-NIÑO!
Por Antonio García-Moreno
1.- CRISTO, DE MODA.- "En medio de su pueblo será ensalzada y admirada en la congregación de los santos..." (Si 24, 3) Su pueblo vibró ante su llegada. Unos de un modo y otros de otro. Unos acogiendo con regocijo la noticia de su nacimiento, y otros llenándose de consternación al saber que había llegado el que tenía que venir. Aquéllos, unos humildes pastores, o unos sabios sencillos y con fe. Éstos, unos poderosos que temen perder su poder, un rey bastardo y cruel que no dudará en perseguir al recién nacido para matarle.
Sí, su pueblo le acogió con alegría, con fe, con mucho amor, mirándole lleno de esperanza. Los otros, los que no creyeron en él, los que le odiaron, esos no eran realmente su pueblo. Éstos pertenecían al reino de Satanás, eran hijos de las tinieblas... Y hoy sigue ocurriendo lo mismo. Cristo es ensalzado en medio de su pueblo, admirado en la congregación de los santos. Los que son pobres de espíritu, los que tienen una capacidad grande de comprensión, los que son partidarios de la paz, los que lloran, los que sufren persecución por ser justos, los que aman, los que tienen fe.
"Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás" (Si 24, 14) Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo siempre. Siempre, sí, siempre. Su persona sigue atrayendo misteriosamente, su palabra vuelve a encontrar resonancia en el corazón y en la mente de las nuevas generaciones. Su vida nos llena de entusiasmo, su muerte heroica nos conmueve y anima, atrae poderosamente nuestro interés.
Ahí están para siempre esos grupos bien nutridos de jóvenes que forman asociaciones en torno a Jesús, centro de sus anhelos y de sus esperanzas. La gente se cansa de tanta mentira como propagan los líderes de todo color y vuelven sus miradas a Jesús de Nazaret, el joven carpintero que habló con sinceridad, el Hijo de Dios que entregó su vida para salvar a la Humanidad.
Es cierto que a veces ese mirar a Cristo no tiene toda la limpieza y toda la fe que se requiere para ser verdadero amigo de Cristo. Pero de todos modos se han fijado en él, han descubierto algo extraordinario en sus palabras, le admiran, le invocan, le esperan, le ponen en el centro de sus vidas...
2.- ESO ES BEATERÍA.- "Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti" (Sal 147,12-13)Todos, pienso yo, nos hemos sentido con deseos de mejorar en nuestra vida personal. Todos nos hemos emocionado, llorado quizás de gozo y de compunción, al ver al Niño en brazos de María, o recostado en el humilde pesebre. Hemos comprendido que Dios se hace uno de nosotros, para que cada uno se haga como Él. El Hijo de Dios se hace hijo de mujer -¡y qué mujer!-, para que el hombre se haga hijo de Dios.
Él ha venido a salvarnos, a convencernos con su extrema cercanía de cuánto nos quiere, de cómo está dispuesto a ayudarnos y a reavivar la esperanza, a fundamentar nuestra certeza en su infinito amor... Sí, Dios y Señor nuestro, Niño pequeño que ocultas en tu extrema fragilidad la fortaleza suma; sí, glorificado seas, bendecido y alabado por todos los hombres, esos por quienes naciste pobre en Belén y moriste luego en el Calvario. Gracias, mi Dios-Niño, por habernos confortado y fortalecido interiormente, una vez más, con el recuerdo de tu nacimiento.
"Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos" (Sal 147, 19-20) No basta con glorificar a Dios, con bendecirle entusiasmado ni con adorarle devotamente. Eso está muy bien, es necesario y casi espontáneo para el que le conoce un poco, eso es lo primero de todo, pues antes que nada en este mundo, y en el otro, está Dios. Pero eso, con ser tanto, no basta. Es más, si nos limitamos a eso, si todas nuestras relaciones las reducimos a unos actos de culto, a unas prácticas de piedad, estamos cayendo de lleno en el fariseísmo. Si esto ocurre, y suele ocurrir, nuestra piedad se ha transformado en beatería.
Además de amar y de venerar a Dios, hay que demostrar con obras ese amor y esa veneración. Y las obras han de ser las que de verdad agraden a Dios, y no las que nosotros nos imaginamos que le son gratas. Porque a veces nos creemos que Dios se queda satisfecho con unas promesas, con unos votos incluso, con unas plegarias, o con ir a Misa y confesar de vez en cuando. No y mil veces no. Para honrar a Dios hay que cumplir con su Ley, que se resume en amarle sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esto es lo que san Juan nos quiere decir cuando afirma, con claridad y valentía, que es un embustero el que dice que ama a Dios y desprecia a su hermano.
3.- DIOS NOS HA ELEGIDO.- "...para que seamos santos e irreprochables en su presencia, por amor " (Ef 1, 4) "Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo -digamos con san Pablo-, que nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo..." Sí, en medio de la alegría de estos días que estamos viviendo, o en la pena quizás, hemos de levantar nuestro corazón hasta Dios, llenos de agradecimiento, conscientes de todo el amor que Jesús nos tiene, creyendo firmemente que vale la pena entregarse a su voluntad bienhechora, confiando plenamente en su amor, en su poder y sabiduría.
Pensemos que él nos ha elegido, antes de la creación del mundo, ha pensado en nosotros, en cada uno, y nos ha llamado de la nada que éramos al ser que somos, nos ha trasladado del estado de condenación en que nacimos al estado de salvación en que estamos desde el Bautismo. Y todo para que seamos santos e irreprochables en la presencia de Dios, por amor suyo nada más.
"Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de su gloria y de su gracia, por la que nos colmó en el Amado...". Son palabras llenas de contenido que hemos de guardar en nuestro corazón, que hemos de meditar en la intimidad de nuestra oración ante Dios. Para que todo eso que nos dice el Señor nos penetre muy hondo y nos transforme cada vez más, hasta identificarnos totalmente con Cristo.
"...no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración..." (Ef 1, 16) San Pablo ha oído hablar de la fe de los cristianos de Éfeso, y se siente lleno de gozo y de gratitud hacia Dios. Ojalá que también nosotros vivamos nuestra fe con todas sus consecuencias, hasta ser el gozo y motivo de gratitud para nuestros padres en la fe. Aparte de esa alegría que podemos proporcionar a nuestros mayores, está el gozo y la paz del alma que ha sido fiel a la llamada de Dios, la alegría de los vencedores.
Y luego saber que hay quien pide por nosotros, quien reza a Dios para que se apiade y perdone nuestras faltas y pecados. Sí, nuestra santa Madre la Iglesia está de continuo con los brazos elevados y las manos extendidas en actitud de fervorosa oración, para que el Padre de la gloria nos dé luz y le conozcamos y amemos, y así ser felices en esta vida y en la otra para siempre.
Ante todo esto debemos sentirnos seguros, respaldados y protegidos. Y al mismo tiempo animados en la lucha de cada jornada, para el sacrificio que pueda suponer la respuesta concreta a la llamada de Dios para que seamos santos, sencillamente buenos y fieles en el cumplimiento del pequeño deber de cada momento.
4.- EL VERBO SE HIZO CARNE.- "Al mundo vino y en el mundo estaba..." (Jn 1, 10) El evangelista san Juan no refiere nada acerca de la infancia de Jesús. En cambio, nos habla de su preexistencia, de esa vida misteriosa y divina del Verbo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que asumió la naturaleza humana en el seno virginal de Santa María y que nació en un pobre portal de Belén. El prólogo del cuarto evangelio se remonta en alto vuelo hasta las cumbres inaccesibles de la Divinidad. Juan, bajo la luz del Espíritu Santo, nos dice que en el principio, antes de que algo existiera, el Lógos, la Palabra, el Verbo, el Hijo de Dios ya existía, estaba junto al Padre, en la intimidad de su seno. Y el Verbo era Dios, dice el evangelista de forma concisa y clara, subrayando con cierto énfasis la divinidad del Verbo.
Se refiere luego, en rápida panorámica, al momento de la creación, cuando todo lo que existe surgió de la nada al conjuro omnipotente de la Palabra. Esa Palabra llena de vida, refulgente luz para los hombres que llegan a este mundo y que de su plenitud reciben gracia tras gracia. Es el momento de la nueva creación que restaura la primera, quebrantada por el pecado del hombre.
La Luz brilló con fuerza contra las tinieblas, pero éstas eran tan densas que apenas si se disiparon. No obstante el velo de las sombras se había rasgado con el empuje de la Luz. En efecto, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, la del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. La Ley nos vino por Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Sí, a pesar de todo, su fulgor se abrió paso para alumbrar al mundo. Pero el mundo, aunque había sido hecho por él, no lo recibió. Como tampoco lo recibieron los suyos. Esos que lo habían esperado como jamás se ha esperado a nadie en la tierra, esos que habían gemido durante siglos y siglos por la venida del Cristo, y cuando llegó no lo reconocieron y lo rechazaron con crueldad inaudita.
Pero no todos actuaron así. Los profetas habían previsto que en medio de la ingratitud y rebeldía de Israel habría un grupo de hombres judíos, sencillos y fieles, un resto de hebreos esparcidos por todos los pueblos que se congregaría junto a Jesucristo, el retoño que brotó del viejo y carcomido tronco de Jesé. La profecía se cumplió y hubo muchos, también gentiles, que le recibieron gozosos y agradecidos. Dios premió con creces, como siempre hace, aquella buena acogida. Así, a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios con una filiación maravillosa, divina, que el hombre no pudo ni imaginar. Un don grandioso y único que nadie por sí solo puede conseguir.
Fuente: www.betania.es