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3 agosto 2011 3 03 /08 /agosto /2011 21:28

Meditación: Jueves XVIII Semana T. O. 4 de agosto 2011

 

«Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos. Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho departe de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá eso. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro.- ¡Apártate de mi, Satanás! Eres escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.» (Mateo 16, 13-23)

1º. Jesús, después de preguntar qué piensan los demás de Ti, te diriges de nuevo a los discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Te importa mi respuesta personal: ¿quién eres Tú para mí?

¿Me doy cuenta de que eres «el Cristo, el Hijo de Dios vivo?»

¿Te pido ayuda, sabiendo que la fe no me la ha revelado «ni la carne ni la sangre,» no es producto de la razón ni del sentimiento, sino que proviene de Dios?

Para vivir cristianamente necesito tener fe.

Por eso es bueno que te la pida cada día: Jesús, aumenta mi fe; que te vea siempre como quien eres: el Hijo de Dios.

No eres Elías, ni Juan el Bautista, ni «alguno de los profetas.»

No eres un gran filósofo, que dejó unas enseñanzas maravillosas de amor a los demás.

El Evangelio no es una guía de comportamiento humanitario, que me ayuda a ser mejor y que interpreto según me parezca o según me sienta más o menos identificado.

El Evangelio es la Palabra de Dios.

Por eso reprendes duramente a Pedro cuando no quiere aceptar la Cruz: «¡Apártate de mí, Satanás! Pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.»

Desde entonces Pedro, el primer Papa, aprenderá a no interpretar las cosas según las sienten los hombres, sino según la voluntad de Dios.

Además, el Papa recibe una gracia especial para no dejarse llevar por las modas, los gustos o las flaquezas de las distintas culturas.

2º. «Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. San Pedro, escogido como cabeza, es el único que sabe responder prontamente.- «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pero es una fe que él interpreta a su manera, por eso se permite encararse con Jesucristo para que no se entregue en redención por los hombres» (Es Cristo que pasa.- 2).

Jesús, a mi alrededor veo cristianos que tienen fe en Ti, pero es una fe que cada uno interpreta a su manera: no van a Misa, no se confiesan, no hacen oración, no saben encontrar el sentido al sacrificio.

¿Qué les puedo decir?

Hoy me das la respuesta: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»

El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral.

La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico.

Jesús, has escogido a San Pedro y a sus sucesores como representantes tuyos en la tierra: «todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos.»

No es suficiente con tener buena intención; es necesario seguir las indicaciones del Papa y de los obispos.

Sólo así podré «sentir las cosas de Dios,» y no me veré arrastrado por una visión humana de las cosas.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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2 agosto 2011 2 02 /08 /agosto /2011 20:15

Meditación: Miércoles XVIII Semana T. O. Ciclo A. 02 de agosto 2011.

«Después que Jesús partió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a gritar: ¡Señor Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por el demonio. Pero él no le respondió palabra. Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaban diciendo: Atiéndela y que se vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. El respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Ella, no obstante, se acercó y se postró ante él diciendo: ¡Señor ayúdame! El le respondió: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. Pero ella dijo: Es verdad, Señor pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos. Entonces Jesús le respondió: ¡Oh mujer grande es tu fe! Hágase como tú quieres. Y quedó sana su hija en aquel instante. (Mateo 15, 21-28)

1º. Jesús, la mujer cananea del Evangelio de hoy me enseña una gran lección -lección de fe, lección de humildad y lección de perseverancia-  a la hora de pedirte lo que necesito para mi o para mis seres queridos.

Ojalá aprenda de ella esta triple lección, y  como ella  consiga de Ti las gracias que necesito.

+Lección de fe.

La fe es el primer requisito para que mi oración sea escuchada.

Jesús, Tú siempre pides fe antes de hacer un milagro.

«Todo es posible para el que cree» (Marcos 9,23).

A veces, como en el caso de hoy, pones esa fe a prueba.

Incluso puede parecer que no me escuchas, que no me quieres.

Haces como el padre que enseña a andar a su hijo: se separa unos pasos, y cuando el niño -con gran esfuerzo- va a llegar a su padre, él se separa un poco más.

No se separa porque no le quiera, sino para que aprenda a caminar.

Cuando me pides más fe, no me dejas sólo.

Me estás esperando, para poder decirme: «¡grande es tu fe! Hágase como tú quieres.»

+Lección de humildad.

«Se acercó y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, ayúdame!»

Esta es la actitud del alma humilde que se ve necesitada.

Yo también he de acercarme a Ti, y pedirte con humildad: ¡Jesús, ayúdame! Sé que no me merezco nada, después de lo poco que he hecho por Ti.

«Es verdad Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos».

Aunque no me lo merezca, Jesús, ¡ten piedad de mí!

2º. «Persevera en la oración. -Persevera, aunque tu labor parezca estéril. -La oración es siempre fecunda» (Camino.-101)

+Lección de perseverancia.

Los discípulos te piden que atiendas a la mujer cananea pues «viene gritando detrás de nosotros.»

No se cansa de pedir, a pesar de que Tú no le respondes.

Ni siquiera se rinde cuando le pones a prueba diciendo que has sido enviado sólo «a las ovejas perdidas de la casa de Israel».

«No por eso desmaye y deje la oración y de hacer lo que todas, que a las veces viene el Señor muy tarde, y paga tan bien y tan junto como pagó en muchos anos» (Santa Teresa.-Camino de perfección).

 Esta mujer no se cansa, y por eso recibe.

Persevera en la oración.

Jesús, que no me canse de pedir siempre lo mismo, si hace falta.

Sé que me escuchas y que me atiendes, pero soy como un niño pequeño que, a veces, pide lo que no conviene o en un momento que no conviene.

Lo que puedo aprender de los niños pequeños es su perseverancia en el pedir: piden y piden, hasta que reciben.

«Persevera, aunque tu labor parezca estéril.»

Jesús, aunque parezca inútil mi esfuerzo, mi dedicación, mi petición, Tú quieres que siga pidiendo.

El simple hecho de pedirte cosas, me fortalece espiritualmente: aumenta mi fe, mi esperanza y mi amor a Ti, me aumenta la gracia.

Por eso, a veces, Tú prefieres esperar un poco, y aprovechar esa necesidad mía para que pida más y, por tanto, para darme más gracia.

Que me convenza, Jesús, de que la oración es siempre fecunda.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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2 agosto 2011 2 02 /08 /agosto /2011 00:34

Meditación: Martes XVIII Semana T. O. 02 de agosto 2011;año impar

«Inmediatamente después Jesús mandó a los discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, despedida la multitud, subió al monte a orar a solas; y después de anochecer permanecía él solo allí. Entretanto la barca estaba ya alejada de tierra muchos estadios, batida por las olas, porque el viento le era contrario. En la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos caminando sobre el mar. Cuando le vieron los discípulos caminando sobre el mar se turbaron y decían: Es un fantasma; y llenos de miedo empezaron a gritar. Pero al instante Jesús comenzó a decirles: Tened confianza, soy yo, no temáis. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las agitas. Él le dijo: Ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Pero al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, gritó diciendo: ¡Señor sálvame! Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Y cuando subieron a la barca cesó el viento. Los que estaban en la barca le adoraron diciendo: verdaderamente tu eres Hijo de Dios.» (Mateo 14, 22-36)

1º. Jesús, acabas de multiplicar los panes y los peces.

Cinco mil personas han comido hasta saciarse y te quieren hacer rey.

Pero Tú te vas al monte «a orar a solas.»

De tu oración con el Padre sacas la fuerza para hacer estos milagros.

Además, me das un buen ejemplo: que no deje nunca esa oración personal, «a solas,»cara a cara contigo, con el Padre y con el Espíritu Santo.

Mientras, en la barca, los apóstoles están luchando contra el viento, que «les era contrario».

A veces, Jesús, no avanzo en mi vida interior, o tengo alguna contrariedad en mi vida profesional, familiar o social.

Y parece que estás lejos, que no me ves luchar o sufrir.

Desde la montaña donde estabas rezando, ves las dificultades de los apóstoles y vienes en su ayuda «caminando sobre el mar».

Si te pido ayuda, fortaleza o fe, tarde o temprano aparecerás y me dirás: «ten confianza, soy yo, no tenias».

Detrás de aquel suceso, de aquella contrariedad, de aquella dificultad, estoy yo: «no temas, ten confianza.»

Pedro empezó a caminar sobre las aguas cuando le llamaste, sin temer las dificultades objetivas que tenía para llegar a ti.

Jesús, que no te tenga miedo.

Que no tema acercarme a Ti, comprometerme, si me llamas.

Aunque sea más cómodo quedarme en mi barca; aunque afuera haga mucho viento; aunque lo que me pidas sea «imposible», dame la fe de Pedro para responder a tu palabra: Ven.

2º. «Cuando pierdes la calma y te pones nervioso, es como si quitaras razón a tu razón.

En esos momentos, se vuelve a oír la voz del Maestro a Pedro, que se hunde en las aguas de su falta de paz y de sus nervios: «¿por qué has dudado?» (Surco.-805).

«Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús».

Decirte que si, entregarte algo que me pides y que me cuesta darte, es como salir de la barca -donde hay cierta seguridad- y empezar a caminar sin suelo bajo los pies: parece algo imposible para mí.

Y es cierto, porque yo solo no puedo nada.

Pero con tu ayuda, Jesús, lo puedo todo.

«Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo. ¿Qué teméis? Tened confianza en El. Arriesgaos a seguirlo. Eso exige evidentemente que salgáis de vosotros mismos, de vuestros razonamientos, de vuestra «prudencia», de vuestra indiferencia, de vuestra suficiencia, de costumbres no cristianas que habéis quizá adquirido. Sí; esto pide renuncias, una conversión, que primeramente debéis atreveros a desear a pedirla en la oración y comenzar a practicar. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad» (Juan Pablo II).

Puede pasar que, tras los primeros pasos en el cumplimiento de ese propósito de seguirte, me canse, o vea con mayor claridad los defectos o las dificultades que tengo que vencer.

Y si, al ver que no puedo, me pongo nervioso, entonces aún me hundo más.

Es el momento de gritarte: «¡Señor, sálvame!», a la vez que me dejo ayudar en la dirección espiritual.

Si actúo con esa humildad, Tú no tardarás en levantarme: «Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»

 

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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31 julio 2011 7 31 /07 /julio /2011 19:28

Meditación: Lunes XVIII Semana T. O. Ciclo A. 1ro. de agosto 2011.

«Al oírlo Jesús, se alejó de allí en una barca hacia un lugar desierto él solo. Cuando se enteraron las multitudes le siguieron a pie desde las ciudades. Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron: El lugar es desierto y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos. Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad de ir, dadles vosotros de comer. Ellos le respondieron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. El les dijo: Traédmelos aquí. Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, recitó la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce cestos llenos. Los que comieron eran como unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mateo 14,13-21)

1º. Jesús, cuando ves a aquellas gentes que venían siguiéndote, te llenas de compasión.

San Marcos especifica: «se llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor.» (Marcos 6,34).

Cambias tus planes y te pones a enseñarles la doctrina y a curar enfermos hasta el atardecer.

Y cuando los apóstoles quieren despedir a la gente, les respondes: «dadles vosotros de comer.»

Te vuelcas con aquella gente, estás por ellos, te olvidas de Ti mismo para enseñarles, curarles y darles de comer.

Jesús, también a mí me dices: da de comer a la gente que te rodea, acércalos a Mí, a los sacramentos.

Pero ¿cómo voy a poder hacerlo si no tengo medios, ni ciencia, ni virtudes?

Sólo me pides que ponga lo que pueda -mis «cinco panes y dos peces:»amistad, prestigio profesional, audacia, vida interior- de modo que Tú puedas realizar el milagro.

Jesús, a veces, por seguirte, no llego a todo: el estudio o el trabajo, planes con los amigos y con la familia...; hasta me falta tiempo para comer.

Al igual que a aquellas gentes que te seguían, casi me olvido de mí mismo.

Tendría más tiempo para mis cosas si no fuera a Misa, si no rezara el rosario o hiciera un rato de oración.

La gente que se quedó en su casa pudo comer tranquila.

Pero no vio el esplendor de tu gloria cuando hiciste aquel gran milagro.

Ayúdame a sabe ser generoso contigo.

Sé que, si me comporto así, Tú siempre me darás todo lo que necesite.

2º. «Pídele sin miedo, insiste. Acuérdate de la escena que nos relata el Evangelio sobre la multiplicación de los panes. -Mira con qué magnanimidad responde a los Apóstoles: ¿cuántos panes tenéis?, ¿cinco?... ¿ Qué me pedís?... Y El da seis, cien, miles... ¿Por qué?

-Porque Cristo ve nuestras necesidades con una sabiduría divina, y con su omnipotencia puede y llega más lejos que nuestros deseos.

¡El Señor ve más allá de nuestra pobre lógica y es infinitamente generoso!» (Forja.-341).

Jesús, Tú no has cambiado: eres el mismo hoy, ayer y siempre.

Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, que te preocupas de mí con aquella misma solicitud con la que trataste a la multitud: con aquella compasión, con aquel amor.

Hasta tal punto me quieres, que te das a Ti mismo como alimento en la Eucaristía.

Aquellas gentes dejaron las ciudades y fueron en tu búsqueda haciendo largos recorridos.

¡Yo lo tengo tan fácil!

Que vaya a visitarte más a menudo al Sagrario; que te reciba con más frecuencia en la Comunión.

«Que no perdamos tan buena razón y que nos lleguemos a El; pues si cuando andaba en el mundo de sólo tocar su ropa sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando dentro de mí -si tenemos fe- y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje» (Santa Teresa).

Jesús, hoy sigues haciendo grandes milagros.

Sólo me pides que sea generoso para seguirte de cerca, y que te pida las cosas con fe.

«Comieron todos hasta que quedaron satisfechos.»

¿Qué milagro no harás si te lo pido cuando estás dentro de mí, en la comunión?

¿Qué me dejarás por pagar, si Tú eres infinitamente generoso?

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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30 julio 2011 6 30 /07 /julio /2011 18:45

Meditación: San Ignacio de Loyola

 

SAN IGNACIO nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.

Los franceses no abusaron de la victoria y enviaron al herido en una litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación y la soportó estoicamente ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas a todo costo.  Pero, como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales complicaciones que los médicos pensaron que el enfermo moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo empezó a mejorar, aunque la convalecencia duró varios meses. No obstante la operación de la rodilla rota presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la protuberancia y, pese a éstos le advirtieron que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen y soportó la despiadada carnicería sin una queja. Para evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño que haya quedado cojo para el resto de su vida.

Con el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre había sido muy afecto. Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola fue una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: "Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron". Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como hermano lego a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos y empezó por hacer toda penitencia corporal posible y llorar sus pecados.

Le visita la Virgen; purificación en Manresa

Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente. Su propósito era llegar a Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona que está muy cerca de Montserrat.  La ciudad se encontraba cerrada por miedo a la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de Manresa, no lejos de Barcelona y a tres leguas de Montserrat. El Señor tenía otros designios más urgentes para Ignacio en ese momento de su vida.  Lo quería llevar a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.

"A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a El, de verdad, cada vez más; quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo". Se decidió a "escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo"...hasta lograr alcanzar su santidad.

A las consolaciones de los primeros tiempos sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta tempestad de escrúpulos que le hacían creer que todo era pecado y le llevaron al borde de la desesperación. En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para el libro de los "Ejercicios Espirituales". Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. Aquella experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual. Más tarde, confesó al P. Laínez que, en una hora de oración en Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle enseñado todos los maestros en las universidades. Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la mentalidad del mundo que, al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.

Tierra Santa

En febrero de 1523, Ignacio por fin partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito de establecerse. Pero, al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él. Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra vez, la Divina Providencia tenía designios para esta alma tan generosa.

De nuevo en España donde es encarcelado por la inquisición.

En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues "pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas". Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad. Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino "amare" se convertía en un simple pretexto para pensar: "Amo a Dios. Dios me ama". Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades y dedicándose a la contemplación y soportaba con paciencia y buen humor las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.

Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio y convertía a numerosos pecadores con sus reprensiones llenas de mansedumbre.

Había en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que, finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca. Pero pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia como pruebas que Dios le mandaba para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.

Estudios en París

Los dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes y aun a Inglaterra a pedir limosna a los comerciantes españoles establecidos en esas regiones. Con esa ayuda y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía. Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña juzgó que con aquellas prédicas impedía a sus compañeros estudiar y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle entre sus compañeros. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.

El Señor le da compañeros

Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.

Bendición del Papa; aparición del Señor

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que, si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La Storta", el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego vobis Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.

La Compañía de Jesús

Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, "para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado". No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos una hora diaria.

La primera de las obras de caridad consistiría en "enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios". La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: "Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el gozo de evitar un solo pecado". Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur.

Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo

El Papa Paulo III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosa- mente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor. En 1550, San Francisco de Borja regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.

En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. "La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal Manning). A este propósito citaremos las, instrucciones que San Ignacio dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: "Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores". El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.

Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los Los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.

La prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible. Aunque San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro se atenía humildemente al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos cuando veía que lo necesitaban. En particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio volvía orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de San Ignacio era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: "A la mayor gloria de Dios". A ese fin refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: "Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?" Quien ama verdaderamente no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios y sufrir por su causa. Tal vez se ha exagerado algunas veces el "espíritu militar" de Ignacio y de la Compañía de Jesús y se ha olvidado la simpatía y el don de amistad del santo por admirar su energía y espíritu de empresa.

Durante los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos.

Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.

-Adaptado del trabajo de Alban Butler et all, edición en español de R.P. Wilfredo Guinea. La Vida de los Santos de Butler, vol. 3. (Chicago USA: Rand McNally, 1965) pg.222-228.

Oración de San Ignacio de Loyola

Alma de Cristo

 

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Sangre de Cristo, embriágame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

¡Oh, buen Jesús!, óyeme.

Dentro de tus llagas, escóndeme.

No permitas que me aparte de Ti.

Del maligno enemigo, defiéndeme.

En la hora de mi muerte, llámame.

Y mándame ir a Ti.

Para que con tus santos te alabe.

Por los siglos de los siglos. Amén.

 

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30 julio 2011 6 30 /07 /julio /2011 18:11

Meditación: Domingo XVIII Semana T. O. Ciclo A. 31 de julio 2011.

«Al oírlo Jesús, se alejó de allí en una barca hacia un lugar desierto él solo. Cuando se enteraron las multitudes le siguieron a pie desde las ciudades. Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron: El lugar es desierto y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos. Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad de ir, dadles vosotros de comer. Ellos le respondieron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces. El les dijo: Traédmelos aquí. Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, recitó la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce cestos llenos. Los que comieron eran como unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mateo 14,13-21)

 

1º. Jesús, cuando ves a aquellas gentes que venían siguiéndote, te llenas de compasión.

San Marcos especifica: «se llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor.» (Marcos 6,34).

Cambias tus planes y te pones a enseñarles la doctrina y a curar enfermos hasta el atardecer.

Y cuando los apóstoles quieren despedir a la gente, les respondes: «dadles vosotros de comer.»

Te vuelcas con aquella gente, estás por ellos, te olvidas de Ti mismo para enseñarles, curarles y darles de comer.

Jesús, también a mí me dices: da de comer a la gente que te rodea, acércalos a Mí, a los sacramentos.

Pero ¿cómo voy a poder hacerlo si no tengo medios, ni ciencia, ni virtudes?

Sólo me pides que ponga lo que pueda -mis «cinco panes y dos peces:»amistad, prestigio profesional, audacia, vida interior- de modo que Tú puedas realizar el milagro.

Jesús, a veces, por seguirte, no llego a todo: el estudio o el trabajo, planes con los amigos y con la familia...; hasta me falta tiempo para comer.

Al igual que a aquellas gentes que te seguían, casi me olvido de mí mismo.

Tendría más tiempo para mis cosas si no fuera a Misa, si no rezara el rosario o hiciera un rato de oración.

La gente que se quedó en su casa pudo comer tranquila.

Pero no vio el esplendor de tu gloria cuando hiciste aquel gran milagro.

Ayúdame a sabe ser generoso contigo.

Sé que, si me comporto así, Tú siempre me darás todo lo que necesite.

2º. «Pídele sin miedo, insiste. Acuérdate de la escena que nos relata el Evangelio sobre la multiplicación de los panes. -Mira con qué magnanimidad responde a los Apóstoles: ¿cuántos panes tenéis?, ¿cinco?... ¿ Qué me pedís?... Y El da seis, cien, miles... ¿Por qué?

-Porque Cristo ve nuestras necesidades con una sabiduría divina, y con su omnipotencia puede y llega más lejos que nuestros deseos.

¡El Señor ve más allá de nuestra pobre lógica y es infinitamente generoso!» (Forja.-341).

Jesús, Tú no has cambiado: eres el mismo hoy, ayer y siempre.

Creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes, que te preocupas de mí con aquella misma solicitud con la que trataste a la multitud: con aquella compasión, con aquel amor.

Hasta tal punto me quieres, que te das a Ti mismo como alimento en la Eucaristía.

Aquellas gentes dejaron las ciudades y fueron en tu búsqueda haciendo largos recorridos.

¡Yo lo tengo tan fácil!

Que vaya a visitarte más a menudo al Sagrario; que te reciba con más frecuencia en la Comunión.

«Que no perdamos tan buena razón y que nos lleguemos a El; pues si cuando andaba en el mundo de sólo tocar su ropa sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando dentro de mí -si tenemos fe- y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje» (Santa Teresa).

Jesús, hoy sigues haciendo grandes milagros.

Sólo me pides que sea generoso para seguirte de cerca, y que te pida las cosas con fe.

«Comieron todos hasta que quedaron satisfechos.»

¿Qué milagro no harás si te lo pido cuando estás dentro de mí, en la comunión?

¿Qué me dejarás por pagar, si Tú eres infinitamente generoso?

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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30 julio 2011 6 30 /07 /julio /2011 00:23

Meditación: Sábado XVIII Semana T. O. Ciclo A. 30 de julio 2011.

«En aquel tiempo oyó Herodes el tetrarca la fama de Jesús, y dijo a sus cortesanos: Este es Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él poderes sobrehumanos. Herodes, en efecto, había prendido a Juan, lo había encarcelado y puesto en la cárcel a causa de Herodías la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: No te es lícito tenerla. Y aun que quería matarlo, temía al pueblo, porque lo tenían como profeta. El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y gustó tanto a Herodes que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: Dame en esta bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey entristecido por el juramento y por los comensales, ordenó dársela. Y envió a decapitar a Juan en la cárcel; trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre. Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo, lo enterraron y se fueron a dar la noticia a Jesús.» (Mateo 14, 1-12)

1º. Jesús, el Evangelio de hoy me presenta el ejemplo de Juan el Bautista.

Muere como había vivido siempre: fiel a la verdad.

Desde el principio se presenta como el Profeta del Mesías, sin aprovechar el prestigio adquirido ni las circunstancias históricas para recibir honores que no le correspondían.

Ahora es encarcelado y decapitado por defender otra verdad: la ilicitud de la relación entre Herodes y Herodías.

Además de Juan el Bautista, tengo el ejemplo de tantos mártires, desde los primeros siglos hasta hoy,  que han dado su vida por defender la verdad.

Y tantos otros que han sido perseguidos, injuriados o despreciados, simplemente por ser cristianos.

A ellos se suman muchos más que han salido a otras tierras,  o se han quedado donde estaban  para propagar la verdad, siendo, al igual que los mártires, testigos de la verdad.

Jesús, hoy más que nunca te hacen falta testigos de la verdad: testigos tuyos, pues «Tú eres la Verdad». (Juan 14,6).

 Hacen más falta que nunca pues el problema ya no es que la gente no conozca la verdad porque nunca la ha oído, sino que no la conoce porque no quiere conocerla.

Se lavan las manos, como Pilatos, mientras se excusan diciendo: «¿qué es la verdad?» (Juan 18,38).

Y ese relativismo les deja indefensos ante las pasiones y defectos más viles, llegando a perder lo que hacía más humano al hombre: la libertad.

2º. «Antes, como los conocimientos humanos -la ciencia- eran muy limitados, parecía muy posible que un solo individuo sabio pudiera hacer la defensa y apología de nuestra Santa Fe.

Hoy con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia.

Tú... no te puedes desentender de esta obligación» (Camino.-338).

Jesús, como Juan el Bautista criticó la conducta ilícita de Herodes, así también es mi deber propagar la verdad, y defender la fe y la moral en mis circunstancias familiares, profesionales y sociales.

Por más directrices que den el Papa y los Obispos sobre la familia, la educación de los hijos, la ética profesional y la moral social, no servirían de nada si yo no las aplicara a mi vida de cristiano y las difundiera a los que me rodean.

«Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia» (CEC.-900).

Además, si estoy en situación de hacerlo, también debo intentar defender intelectualmente la Fe: con mis libros, publicaciones, clases, conferencias, programas de televisión o radio, etc...  llevando mi visión cristiana a la cultura y a la ciencia.

En todo caso, debo propagar la verdad a los que me rodean.

Madre, tú que eres el asiento de la sabiduría; tú que has traído la Verdad al mundo, ayúdame a ser testigo de la verdad.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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28 julio 2011 4 28 /07 /julio /2011 18:50

Meditación: Viernes XVII Semana T. O. Ciclo A. 29 de julio 2011. 

«Y, llegado a su ciudad, les enseñaba en su sinagoga, de manera que se admiraban y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta menospreciado sino en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros a causa de su incredulidad» (Mateo 13 54-58)

1º. Jesús, la contusión que se produce entre la gente de tu pueblo, me hace pensar en la naturalidad con la que habías vivido tantos años.

Eras uno más, «el hijo del artesano».

Y, a la vez, eras el Mesías esperado durante siglos, el Hijo de Dios.

Durante todo este tiempo no te distinguiste haciendo cosas extraordinarias; no hiciste milagros patentes, a pesar de que conocerías casos de gente enferma, pobre, necesitada.

Lo que sí harías es trabajar lo mejor posible, atender al que más lo necesitaba con especial dedicación, servir con alegría en casa y en el taller de José.

«Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo» (CEC.-564).

Jesús, has venido a traer fuego a la tierra (confer Lucas 12,48), has venido a salvar a los hombres, a hacernos hijos de Dios, a llamarnos a la santidad.

Y estás cumpliendo tu misión desde el primer día, también durante esos años que llamamos de «vida oculta», porque no aparecen en el Evangelio.

Para mí, esos años son años de luz, porque ésa es la vida que tengo que imitar si quiero parecerme a Ti, si quiero ser otro Cristo.

Jesús, quiero hacer cosas grandes: quiero triunfar en mi vida profesional, quiero tener una familia feliz, quiero tener muchos amigos... Pero a veces me pierdo en los grandes planes mientras descuido el pequeño deber de cada día: el horario, el trabajo bien acabado, los detalles de servicio, el cumplimiento del plan de vida, el apostolado. Que aprenda de tu vida oculta a cuidar esos pequeños detalles y, entonces, Tú harás de mi vida algo grande.

2º. «Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te disponen a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda- con que sueñas» (Camino.-825).

Jesús, quiero... cambiar el mundo.

Quiero que la gente te conozca como te conozco yo.

Entonces te querrán, y se querrán entre ellos al saberse hijos del mismo Padre, hermanos tuyos.

Como Tú, también yo quiero traer fuego a la tierra: ese fuego del amor; que no destruye, sino que purifica y une.

Pero, ¿qué puedo hacer yo para ayudarte en esta tarea?

Lo que me pides, Jesús, es que te imite en tu vida oculta.

Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora: haz lo que tengas que hacer en cada momento, con la mayor perfección posible.

Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras.

Jesús, tu trabajo en el taller de José también era humilde, monótono, pequeño.

Pero con cuánto amor lo realizarías, con qué perfección -acabando los detalles, aunque nadie se fuera a fijar en ellos-, con qué espíritu de servicio.

Si soy fiel en lo pequeño, Tú me darás la gracia de la otra labor           -grande, ancha, honda- con la que sueño.

Mi vida será fecunda en el terreno profesional y familiar; en el campo apostólico, en el servicio a Ti y a los demás.

Y cuando la gente se pregunte: «¿de dónde le viene a éste todo esto?» -¿de dónde le viene esa alegría, esa ilusión profesional, esa facilidad para querer a los demás?-, les sabré responder: me viene de imitar a Jesús en su vida oculta, de ofrecer a Dios cada cosa que hago, cada pequeño vencimiento.

 

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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27 julio 2011 3 27 /07 /julio /2011 18:45

Meditación: Jueves XVII Semana T. O. Ciclo A. 28 de julio 2011 

«Asimismo el Reino de los Cielos es semejante a una red barredera que, echada en el mar; recoge toda clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y sentándose echan los buenos en cestos, mientras los malos lo tiran fuera. Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Le respondieron: Sí. Él les dijo: Por eso, todo escriba instruido acerca del Reino de los Cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. Y sucedió que cuando terminó Jesús estas parábolas partió de allí». (Mateo 13, 47-53)

1º. Jesús, comparas el Reino de los Cielos con esa «red barredera que recoge toda clase de cosas».

Tú has venido a salvar a todos los hombres, sin hacer distinción de raza, sexo o posición social.

Toda persona puede recibir tu gracia, si vive de acuerdo con la fe y la moral cristiana.

Sin embargo, no coaccionas a nadie a seguirte: el que quiera despreciar los frutos de tu pasión en la cruz es libre de hacerlo.

La «red barredera»arrastra a buenos y malos hacia la orilla del juicio final, que cada uno tendrá después de morir.

Entonces «saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos.»

Jesús, qué fácilmente olvido esta verdad tan importante: hay juicio, y luego hay premio o castigo.

Es cierto que el fin de mi lucha por ser mejor cristiano no consiste en superar la prueba del juicio, sino en amar a Dios.

Tampoco el fin del estudio es aprobar un examen, sino aprenden.

Pero he de ser consciente de que habrá examen, y por eso me interesa conocer qué me van a preguntar en esa prueba.

«La misma santa Iglesia romana cree y firmemente confiesa que todos los hombres compadecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias acciones». (C. I. C.-1059).

Jesús, Tú eres el Juez que me va a juzgar.

¿Qué me vas a preguntar en ese momento tan crucial?

Tú me lo has dicho claramente:

«No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre» (Mateo 7,21)

El juicio consistirá en ver hasta qué punto he sabido obedecer la voluntad de Dios.

2º. «Estudiante: fórmate en una piedad sólida y activa, destaca en el estudio, siente anhelos firmes de apostolado profesional.  Y yo te prometo, con ese vigor de tu formación religiosa y científica, prontas y dilatadas expansiones» (Camino.-346).

Jesús, Tú has revelado unas verdades sobre la vida cristiana y el destino eterno de los hombres  premio o castigo  que debo conocer.

Para conocer cuál es tu voluntad, y también para ayudar a que los demás te conozcan mejor, debo formarme en una piedad sólida y activa.

De este modo, podré ser un verdadero apóstol en mi lugar de trabajo, haciendo ese apostolado profesional que tanta falta hace en el mundo.

«Todo escriba instruido acerca del Reino de los Cielos...»

Jesús, Tú esperas de mí esa formación sobre el Reino de los Cielos, sobre la vida y la doctrina cristiana.

¿Qué tiempo le dedico a mi formación religiosa?

Además, el escriba era una persona culta y con prestigio entre la gente de Israel; por eso, también me pides formación profesional, prestigio profesional: destaca en el estudio.

¿Cómo voy a hacer apostolado profesional si soy mediocre en mi trabajo o en mi estudio; si no me esfuerzo en rendir al máximo?

Jesús, me pides que adquiera formación religiosa y científica.

Entonces, sabré contestar las dudas de mis amigos sobre la fe, la doctrina y la vida cristiana con don de lenguas, sabiendo combinar los avances actuales de cada ciencia, con las verdades perennes que enseña la Iglesia.

Como el padre de familia del Evangelio, «que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas»,así sabré yo explicar la fe a los que me rodean: porque tu palabra, Señor, es antigua y, a la vez, siempre nueva.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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26 julio 2011 2 26 /07 /julio /2011 19:03
Meditación: Miércoles XVII Semana T. O. Ciclo A. 27 de julio 2011.

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo. Asimismo el Reino de los Cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor va y vende todo cuanto tiene y la compra.» (Mateo13, 44-46)

1º. Jesús, hoy me vuelves a hablar del Reino de los Cielos, de esa vida nueva –divina-  que has venido a darme muriendo en la cruz.

El Reino de los Cielos es la vida de la gracia, la vida de hijos de Dios, la vida sobrenatural que puedo vivir ya en la tierra uniéndome a Ti a través de los sacramentos, de la oración y de las buenas obras.

El Reino de los Cielos es esa identificación contigo en la tierra             -luchando por ser cada día más santo- y, sobre todo, es esa unión contigo en el cielo para siempre.

Sin embargo, no todo el mundo encuentra este Reino.

Algunos lo encuentran sin proponérselo: porque han nacido en una familia cristiana, porque han conocido a alguien que les ha hablado de Ti, etc. ...

Se parecen al que encuentra el tesoro en el campo por casualidad, sin buscarlo.

Al descubrirlo, «lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo».

Jesús, a veces no valoro suficientemente este tesoro, quizá porque lo encontré sin esfuerzo.

Y no lo guardo, de modo que los ladrones no me lo quiten; ni tampoco soy capaz de darlo todo dejando esas cosas que me atan a la tierra  para poseerlo de verdad.

Otros encuentran el tesoro de la fe tras muchos años de búsqueda esforzada.

Se parecen al comerciante que iba en busca de «la perla de gran valor.»

Tal vez éstos son más conscientes de lo que han encontrado, y se deciden con más prontitud a vender todo cuanto tienen  planes, ilusiones, familia, capacidades profesionales para conseguir el Reino de los Cielos y ayudar a que también otros lo encuentren.

2º. «Escribías: «simile est regnum caelorum  -el Reino de los Cielos es semejante a un tesoro... Este pasaje del Santo Evangelio ha caído en mi alma echando raíces. Lo había leído tantas veces, sin coger su entraña, su sabor divino».

¡Todo..., todo se ha de vender por el hombre discreto, para conseguir el tesoro, la margarita preciosa de la Gloria» (Forja 993).

Jesús, ... ¿todo?

¿Qué significa venderlo todo?

¿Es que me he de retirar al desierto, sin nada, para alcanzar el Reino de los Cielos, para ser santo?

No necesariamente.

Tú mismo rezas al Padre: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Juan 17,15).

No quieres que me aparte del mundo, ni de las cosas del mundo.

Lo que quieres es que mi corazón no se llene de deseos mundanos, sino que te ponga en primer lugar en mi escala de valores: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con tuda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento» (Mateo 22,37-38).

Jesús, para amarte así, he de estar desprendido de todo lo que pueda interponerse entre Tú y yo.

«Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para  que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfeto». (CEC.-2545).

Una cosa es que me gusten los coches, por ejemplo, y que me compre uno porque lo necesito -incluso uno de buena calidad, de modo que circule con seguridad y confort-; pero otra cosa es no vivir más que para el coche, o comprarme uno porque es la última moda, o para mostrar mi nivel económico o social.

Jesús, esta misma pobreza exterior -que no significa ir sucios, sino tener sólo lo necesario- debe ir acompañada por una pobreza interior, de la mente: la humildad.

Parte de lo que he de dejar para poder seguirte es la soberbia, ese querer tener siempre la razón y la verdad.

Para seguirte, he de aprender a obedecer las indicaciones generales que reciba del Magisterio de la Iglesia, y los consejos particulares de la dirección espiritual.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

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